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De la amnistía a los presos catalanes
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Javier Caraballo

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De la amnistía a los presos catalanes

Lo que pretenden es que el debate político se fije sobre esa palabra, 'amnistía', porque lo que se busca, subrepticiamente, es equiparar la democracia española con la dictadura franquista

Foto: Independentistas participan en concentraciones de apoyo a los dirigentes del 'procés', en el exterior del centro penitenciario de Lledoners. (EFE)
Independentistas participan en concentraciones de apoyo a los dirigentes del 'procés', en el exterior del centro penitenciario de Lledoners. (EFE)

Piden 'amnistía', no hablan de 'absolución', de 'indulto' o de 'perdón'. Es la palabra elegida para esta nueva fase de la revuelta independentista de Cataluña: amnistía. Ya lo ha aprobado así el Parlament con su mayoría separatista y lo repiten en todas sus intervenciones los dirigentes de Esquerra Republicana: se comprometen, “una vez conocida la sentencia del Tribunal Supremo, si es condenatoria, a trabajar para encontrar soluciones para conseguir su libertad a través de la aplicación de una amnistía". Pero ¿por qué hablan de amnistía, por qué no piden el indulto, que es la medida de gracia que contempla nuestro ordenamiento jurídico?

No hay que darle muchas vueltas: lo único que pretenden es que el debate político se fije sobre esa palabra, 'amnistía', porque lo que se busca, subrepticiamente, es equiparar la democracia española con la dictadura franquista. De ahí la trampa y la ofensa, de ahí la alerta; si consiguen que en España, y en especial en Cataluña, se comience a hablar de amnistía, aunque sea para oponerse a la medida, estaremos aceptando implícitamente que en la democracia española existen presos políticos que, como ocurrió tras la dictadura, merecen una amnistía general. Una trampa dialéctica más, tan burda como todas las que han tejido en esa afrenta que llamaron ‘hoja de ruta’ del 'procés'.

Foto: Los acusados, en la última sesión del juicio del 'procés'. (EFE)

No, en realidad, no buscan ni el perdón, ni el acuerdo ni mucho menos la reconciliación. La elección de esa nueva bandera lo único que remarca es la persistencia en el delito. En cualquier otro contexto, que un procesado a la espera de sentencia pida el perdón tendría que interpretarse como la aceptación previa de la culpa, el reconocimiento del delito del que se le acusa, pero no ocurre así con los presos catalanes que protagonizaron la algarada contra la Constitución del otoño de 2017.

Ya lo ha dejado dicho el propio Oriol Junqueras a Europa Press, en una de sus últimas entrevistas desde la celda en la que sigue preso: “ERC solo dará apoyo a aquellas propuestas que nos ayuden a avanzar de verdad hacia la república. No queremos humo ni simbolismo vacío, queremos ganar de manera definitiva. Venimos de muy lejos y queremos culminarlo”. La amnistía es esa última propuesta, envuelta en una falsa reconciliación cuando se oye en boca del portavoz parlamentario Gabriel Rufián, con su pose y su discurso nuevo de aparente sensatez. Cinismo, no más.

Foto: Foto de archivo de una manifestación independentista contra un acto de Vox en Barcelona. (EFE)

Sucede, sin embargo, que ni siquiera el hartazgo y la ofensa constante deben provocar una reacción contraria que pretenda equipararse a ese desvarío. La radicalidad no se combate con radicalidad, sino con principios y legalidad. Frente a la provocación, solo cabe mantener la templanza y la contundencia con que han llegado al banquillo de los acusados todos los procesados independentistas. Eso quiere decir que la puerta del diálogo siempre debe permanecer abierta para solventar el enorme conflicto institucional, político y social que han creado en Cataluña; no existe otra salida mejor. Solo que el diálogo tiene que comenzar, necesariamente, por una declaración expresa de lealtad constitucional y aceptación del marco constitucional.

Es evidente que no se puede reclamar al independentismo que reniegue de sus principios, como tampoco se le exige a quien propone la desaparición de las autonomías y la vuelta a un Estado centralista. Pero la defensa de una cosa y de la otra debe realizarse tras el acatamiento y la lealtad firme hacia la Constitución, que ampara y protege todas las ideologías. No puede haber diálogo sin lealtad, como no será posible la lealtad sin el reconocimiento previo de que lo sucedido en octubre de 2017 no puede volver a repetirse.

Frente a la provocación, solo cabe mantener la templanza y la contundencia con que han llegado al banquillo todos los procesados independentistas

Arrepentimiento, lealtad y diálogo. Y cuando eso suceda, si es que los presos independentistas resultan condenados, se podrá hablar de todo lo demás, incluido el indulto de las condenas que se presumen; que presumen también los propios líderes del catalanismo separatista. Indulto, que no amnistía, porque ni siquiera está contemplada en nuestra Constitución. Aunque todo indulto se concede a propuesta del ministro de Justicia, previa deliberación del Consejo de Ministros, es el Rey quien ejerce formalmente ese derecho de gracia (título II de la Constitución) y no incluye 'los indultos generales', como sería el caso de una amnistía.

Los presos políticos y la amnistía dejaron de existir en España con la dictadura. La primera medida que tomó don Juan Carlos, el mismo día en que fue coronado en las Cortes como Rey de España, fue decretar una amnistía general que supuso la liberación de 11.500 presos comunes y 773 políticos. Eso ocurrió el 25 de noviembre de 1975, cinco días después de la muerte del dictador, Francisco Franco. Pero no sería la definitiva, que llegaría dos años después, en octubre de 1977, y ya no sería el Rey sino unas Cortes elegidas democráticamente las que aprobaron una Ley de Amnistía amplia, definitiva, concluyente.

Los presos políticos y la amnistía dejaron de existir en España con la dictadura

Marcelino Camacho, líder de Comisiones Obreras, que había sido uno de los presos políticos del franquismo, fue quien defendió en la tribuna del Congreso la Ley de Amnistía: “Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a lo largo de estos 40 años de dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y a la libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente, los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos resueltos a marchar hacia adelante en esa vía de la libertad, en esa vía de la paz y del progreso”.

Marcelino Camacho. Repetir hoy sus palabras, además del recuerdo orgulloso de aquellos años frente a tanta desmemoria y a tanta ingratitud, es un exorcismo contra quienes quieren ensuciar la palabra misma, amnistía, con una nueva campaña de mentiras.

Piden 'amnistía', no hablan de 'absolución', de 'indulto' o de 'perdón'. Es la palabra elegida para esta nueva fase de la revuelta independentista de Cataluña: amnistía. Ya lo ha aprobado así el Parlament con su mayoría separatista y lo repiten en todas sus intervenciones los dirigentes de Esquerra Republicana: se comprometen, “una vez conocida la sentencia del Tribunal Supremo, si es condenatoria, a trabajar para encontrar soluciones para conseguir su libertad a través de la aplicación de una amnistía". Pero ¿por qué hablan de amnistía, por qué no piden el indulto, que es la medida de gracia que contempla nuestro ordenamiento jurídico?

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