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Cataluña, callejón con salida
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Javier Caraballo

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Cataluña, callejón con salida

Existe una posibilidad de comenzar a normalizar el embrollo, pero ninguna garantía de que pueda realizarse. Eso sí, existe una solución viable después de años de empeoramiento

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra, junto a su vicepresidente, Pere Aragonès. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, junto a su vicepresidente, Pere Aragonès. (EFE)

Cataluña se ha convertido en un callejón con salida, pero eso no quiere decir que podamos alcanzarla. Existe una posibilidad de comenzar a normalizar el embrollo, pero ninguna garantía de que pueda realizarse. Existe una solución viable después de años de empeoramiento, pero ningún indicio concluyente de que exista el ánimo predispuesto para sacarla adelante.

Un callejón es, por definición, una vía estrecha, de edificios altos, en el que es muy difícil ver el final; un callejón es un lugar propicio para reyertas y emboscadas que no buscan una puerta de escape. Esa es la complejidad del momento, que estamos ahí y que nosotros somos los que hemos construido esos edificios altos que no nos permiten ver el final. Pero existe, y se trata solo de detenerse y pensar, aunque solo sea un momento, si queremos atravesar la única salida que se abre al final de este callejón. Antes de nada, en ese instante de sosiego que se exige, conviene reparar en lo sucedido y, sobre todo, en el momento en que estamos.

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Cansados ya de discursos repetidos, conviene comenzar a descartar aquello que nos encierra en un bucle absurdo. Aquello que ya sabemos y que, por tanto, hay que comenzar a superar.

Ya sabemos que todo comenzó por la utilización del nacionalismo catalán cuando, a comienzos de la década, se ve envuelto en un doble apuro, la hegemonía política de Convergencia i Unió durante tres décadas se ve amenazada por los escándalos de corrupción y por los recortes económicos obligados por la mayor crisis mundial que se ha vivido desde el 'crack' del 29. El entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas, rescata como agravio los recortes del Estatut, que en realidad pasó por la población catalana en medio de la indiferencia, y lo convierte en bandera de un nuevo independentismo. Comienza la hoja de ruta del 'procés'.

Ya sabemos que, durante cinco años, la Generalitat, con todos sus medios propagandísticos, con el respaldo de la burguesía catalana y con la aquiescencia, o indiferencia, de numerosos intelectuales, se volcó en la agitación del movimiento independentista con un lema agresivo, que muy pronto se extendió por toda la comunidad:

Foto: Felipe VI recibe a Pedro Sánchez durante la ronda de consultas. (EFE)

“España nos roba”. La respuesta a todas las inquietudes, a todas las protestas, a todo el malestar, ya no era responsabilidad del autogobierno catalán, el mayor del que ha dispuesto en toda su historia, sino del Estado español, que le robaba sus impuestos de la misma forma que, a lo largo de los siglos, le robó la soberanía. Todo mentira, pero todo creíble para cientos de miles de catalanes.

Ya sabemos que, sin que desde el Gobierno de la nación, en aquellos años en manos del Partido Popular, se hubiera podido desarmar, desarticular o contrarrestar aquella ofensiva, se llegó al otoño de 2017, cuando el Parlamento de Cataluña declaró la independencia, después de celebrar y manipular un referéndum ilegal que consideró válido para proclamar la república y anunciar un periodo constituyente, fuera ya del Estado español, rompiendo unilateralmente con la Constitución que había votado más del 90% del censo catalán (el 91,09%), por encima de la media en toda España. E infinitamente más que el respaldo que recibió el Estatut que sirvió de excusa para jalear la independencia.

Ya sabemos que los líderes de aquella revuelta fueron encarcelados, que otros se fugaron y que, dos años después, se les declaró culpables de sedición y que todavía siguen en prisión. A pesar de eso, siguen manifestando que lo volverán a hacer, que lo repiten siempre, hasta en los anuncios del cava para celebrar la Navidad, que es el colmo de la antipublicidad o el 'summum' del ensimismamiento.

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Lo dicen, lo repiten y lo graban en las bufandas y en las banderas… Pero no lo hacen. Incluso cuando, como ocurre ahora, los presos por la sedición de octubre de 2017 están en las cárceles catalanas, bajo el control de la Generalitat, las autoridades no los dejan en libertad porque han aprendido que tienen que respetar la ley. Y si no lo han aprendido, lo que está claro es que no lo han vuelto a hacer.

Por lo tanto, una vez que todo eso ya lo tenemos sabido, ha llegado el momento de evolucionar, sabiendo que ha sido el Estado de derecho el que se ha impuesto en España, y comenzar a mirar hacia adelante para alcanzar la única salida que se vislumbra: que Esquerra Republicana acepte negociar una solución dentro de la Constitución.

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Cuando lo haga, no se habrá resuelto este enorme problema, pero se habrá pasado la página de lo sabido, de lo repetido, de lo encasquillado. Se trata solo de alcanzar ese umbral porque, de conseguirlo, será el mayor avance en los últimos ocho años. Por ahora, nada más. Quizás es que no somos conscientes de la importancia que tendría ese paso, de la repercusión dentro del propio independentismo; la vuelta al marco constitucional, que es la renuncia a la agitación política y social para conseguir la independencia de forma unilateral. Que la ceguera y los discursos repetidos no nos distraigan del momento. Es Esquerra Republicana la que tiene que dar el paso, la que será acusada de traidora por los suyos, la que tiene más difícil articular el discurso de una derrota.

Pero también es Esquerra la que es consciente del hastío de muchos de los que la apoyaron y de que las alternativas a la legalidad solo son dos, el desvarío fantasmagórico de Puigdemont o la salvaje escalada de los radicales antisistema. En ese callejón, cada vez más catalanes saben que solo hay una salida.

Cataluña se ha convertido en un callejón con salida, pero eso no quiere decir que podamos alcanzarla. Existe una posibilidad de comenzar a normalizar el embrollo, pero ninguna garantía de que pueda realizarse. Existe una solución viable después de años de empeoramiento, pero ningún indicio concluyente de que exista el ánimo predispuesto para sacarla adelante.

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