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2020, nada puede malir sal
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Javier Caraballo

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2020, nada puede malir sal

¿Qué ganaba Cristina Morales, esa joven promesa de la literatura española, diciendo, en pleno salvajismo independentista, que "es una alegría que haya fuego en vez de cafeterías abiertas"?

Foto: La escritora Cristina Morales. (EFE)
La escritora Cristina Morales. (EFE)

Nada puede ir peor que 2019, año fatídico que cerraba una década y, para celebrarlo, la estupidez humana ha alcanzado cotas inimaginables en los rincones más insospechados del mundo. Las democracias más consolidadas comienzan a vacilar, a temblar, y los principios más sólidos parecen derretirse, como chucherías tiradas, abrasadas por el sol en las aceras. Aquello que señaló el profesor Carlo Cipolla como una constante que recorre la historia, se va confirmando en este siglo paso a paso: primero, subestimamos el número de individuos estúpidos en circulación. Segundo, la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona. Tercero, una persona estúpida es una persona que causa pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio, incluso incurriendo en pérdidas. Cuarto, las personas no estúpidas siempre subestiman el poder perjudicial de los individuos estúpidos. Y quinto, una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.

¿Qué ganaba Cristina Morales, esa joven promesa de la literatura española, diciendo, en pleno salvajismo del independentismo radical en Cataluña, que “es una alegría que haya fuego en vez de cafeterías abiertas”? Esta mujer ha sido una de las revelaciones del año 2019 y, precisamente por eso, es un emblema perfecto para la paradoja boba de estos tiempos. Parece como si en España, en esta España, algunos intelectuales buscaran la excelencia en el disparate; a mayor insensatez, mayor celebridad. Sucede, además, que Cristina Morales reúne en su biografía algunos de los perfiles más desconcertantes del independentismo catalán: una mujer joven de raíces andaluzas que parece embobada con la algarada que agitan, desde sus palacetes, los sectores más acomodados de la sociedad catalana para perpetuar sus privilegios, como siempre han hecho.

Parece como si en España, en esta España, algunos intelectuales buscaran la excelencia en el disparate; a mayor insensatez, mayor celebridad

Aquellos que en la memoria de todos esos privilegiados catalanes siguen siendo charnegos, se colocan en la primera línea de las manifestaciones y van diciendo por ahí que sí, que sus raíces son andaluzas, pero que en España hay muchos que viven a costa de los catalanes… En fin, esa mecha que nos ha llevado al incendio que vino después. Incendio literal, con las calles de Barcelona ardiendo por las protestas contra la sentencia del Tribunal Supremo que condenó a los líderes de la revuelta golpista del otoño de 2017.

Cristina Morales, de 34 años, había ganado unos meses antes el Premio Nacional de Literatura y, en medio del follón catalán, la llamaron para hacerle une entrevista y ella, que estaba en el Caribe, les dijo eso: “Es una alegría ver el centro de Barcelona, las vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista, de las que estamos desposeídas quienes vivimos ahí. Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas”. Al leerlas, era imprescindible, fundamental, reparar en la coletilla que se le añadía: “Declaró la premiada desde Cuba, en declaraciones telefónicas con Europa Press”.

Es verdad que esas dos frases de la joven escritora son un batiburrillo de fetiches y consignas, absurdas y radicales, que contienen más elementos de irracionalidad, pero todo confluye en lo mismo y, en todo caso, nos sirven para afirmarnos en lo que se decía, que nada puede salir peor; las tonterías también marcan un techo. Ocurre como con la inestabilidad política: también eso lo llevamos ganado para 2020 porque no es posible que exista más inestabilidad política que la que ya hemos vivido en 2019. Es necesario recordar que veníamos de un año convulso porque, por primera vez, prosperó en España una moción de censura: Pedro Sánchez logró arrebatarle el Gobierno a Mariano Rajoy a mitad de año, cuando el presidente conservador ya tenía atada hasta la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para seguir gobernando hasta el final de la legislatura.

Foto: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firman el programa. (EFE)

Pero Sánchez hizo lo que mejor sabe hacer, aprovechar la coyuntura, y se alzó con una presidencia que, desde entonces, y en distintas etapas, siempre ha mantenido de facto ‘en funciones’, sin solidez parlamentaria. Cuando se convocaron elecciones en febrero de 2019, todo el mundo remarcó que la legislatura que se extinguía era la más corta de la historia. Lo que nadie podía presumir entonces es que todavía, en ese mismo año, se batiría ese récord con otra legislatura más corta todavía.

Las dos legislaturas más cortas de la historia de la democracia española se han precipitado en el mismo año, que debe ser también el año con más elecciones en España: dos generales,unas europeas, las autonómicas y las municipales. Y todas ellas, con resultados inciertos y convulsiones enormes, como la estrepitosa caída de Ciudadanos. No hay más que ver, el broche que ha tenido el año, que Bolivia no nos ha declarado la guerra porque le coge muy lejos y con otras preocupaciones. Ahí queda eso, a ver quien empeora esa congoja.

Es como pensar que en el Reino Unido pueden empeorar más después de haber puesto al timón del Brexit a un político como Boris Johnson. Imposible, o sea. Hace unos años, había dos o tres líderes mundiales que pasaban como la excepción; dictaduras kafkianas o repúblicas bananeras de países exóticos fácilmente identificables. Por ejemplo, el inefable líder de Corea del Norte, Kim Jong Un. Esos tipos, una mezcla extraña de sátrapa y bufón, siempre han existido; el problema es que ahora todos parecen querer imitarlo. El mundo inicia los años 20 del siglo XXI con líderes mundiales como Trump, Putin y Johnson

Feliz año 2020

Nada puede empeorar, que no. Aunque seguro que cuando brindemos, con las uvas y el champán, alguien les dirá que el planeta, la Tierra, se nos muere y que lo mejor será ir pensando en otro mundo, porque este ya no tiene remedio. Acabamos de vivir una cumbre del Cambio Climático en España, con la niña Greta como líder del ecologismo universal, y la desazón, la angustia, ha sido el único acuerdo que se ha alcanzado por unanimidad. “Sea lo que sea irá a peor, a menos que podamos darle la vuelta al daño hecho a la atmósfera por los combustibles”, ha dicho Jane Fonda, otra gran abanderada del ecologismo mundial.

Hay muchos que, como lo ven todo tan perdido, sueñan con mudarse a otro planeta pero, francamente, hay días en los que sólo hace falta asomarse a la actualidad para sentirse marciano: junto a un titular sobre el impacto en el calentamiento global por los gases que expelen los bovinos, aparece otro sobre la preocupación que existe por la moda viral de broncearse el ano en las playas. Con lo cual, no hace falta largarse a otro planeta, basta con una parada en el parque del futuro que se anuncia en los Simpson. Nos sentamos todos en el helicóptero junto a Homer, Marge, Bart y Lisa, y escuchamos al piloto, antes de aterrizar: “Ahora nos acercamos al parque de atracciones del futuro, donde nada puede malir sal… ¡Glup! Salir mal… Jeje… Es lo primero que sale mal…” ¡Feliz Año 2020!

Nada puede ir peor que 2019, año fatídico que cerraba una década y, para celebrarlo, la estupidez humana ha alcanzado cotas inimaginables en los rincones más insospechados del mundo. Las democracias más consolidadas comienzan a vacilar, a temblar, y los principios más sólidos parecen derretirse, como chucherías tiradas, abrasadas por el sol en las aceras. Aquello que señaló el profesor Carlo Cipolla como una constante que recorre la historia, se va confirmando en este siglo paso a paso: primero, subestimamos el número de individuos estúpidos en circulación. Segundo, la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona. Tercero, una persona estúpida es una persona que causa pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio, incluso incurriendo en pérdidas. Cuarto, las personas no estúpidas siempre subestiman el poder perjudicial de los individuos estúpidos. Y quinto, una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.

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