Es noticia
La ministra fiscal y el culo picante
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

La ministra fiscal y el culo picante

La designación de Dolores Delgado como fiscal general del Estado reúne tres ofensas simultáneas, una carambola difícil de conseguir en un nombramiento de este tipo

Foto: Dolores Delgado, en un acto en Madrid el pasado mes de noviembre. (EFE)
Dolores Delgado, en un acto en Madrid el pasado mes de noviembre. (EFE)

La designación de Dolores Delgado como fiscal general del Estado reúne tres ofensas simultáneas, una carambola difícil de conseguir en un nombramiento: cabrear a muchos al mismo tiempo antes de estrenar el cargo. Ofende al Ministerio Fiscal, ofende al poder judicial y ofende a todos los ciudadanos que confían en la independencia, la profesionalidad y el rigor de la Justicia.

Todo eso lo ha conseguido el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con una decisión que solo puede ser fruto de la inconsciencia o de la chulería, porque a nadie se le ocurre realizar un nombramiento así en el momento crítico de solvencia y credibilidad institucional en que se encuentra la democracia española y, mucho menos, hacerlo público el mismo día, la misma mañana, que toma posesión el resto de los ministros del Gobierno, un escuadrón de 23 almas paritarias. Esa confusión, tan dañina, solo puede ser consciente o insensata. En cualquiera de los dos casos, a Dolores Delgado no la han nombrado fiscal general, aunque ese sea el cargo formal, sino ministra fiscal, así que ya veremos cómo acaba eso.

Foto: Felipe González, jurando el cargo en 1982. (EFE)

De los tres frentes de ofensa que se abren con ese nombramiento, el más preocupante, sin duda, es el que atañe a la ciudadanía y a la necesidad imperiosa que se tiene en estos momentos de fortalecer institucionalmente la democracia española. Veamos. Como se recoge en cada Eurobarómetro que se realiza, España es el cuarto país de la Unión Europea con mayor desconfianza de sus ciudadanos hacia el sistema judicial: más de la mitad de la población piensa que la Justicia española es “bastante mala o muy mala”. Como los enemigos de la democracia española lo saben bien, entre los objetivos de la algarada del independentismo catalán está el de aventar las sombras de desconfianza y descrédito sobre algunas de las instituciones básicas del Estado.

Hay quien se empeña constantemente —incluyendo a varios catedráticos de Derecho Constitucional españoles que no es preciso mencionar— en desacreditar al sistema judicial español haciéndolo pasar por “golpista” o “ultraderechista”, con lo que la única actuación responsable de un presidente del Gobierno en España tendría que ser la de reforzar el prestigio institucional del poder judicial. El nombramiento de Dolores Delgado a los únicos que les da pábulo es a todos esos que pretenden socavar la solidez del Estado español.

Atacan la Justicia como atacan la Corona, no porque sean republicanos, que es una opción muy respetable, sino porque les interesa minar los pilares en los que se sustenta la Constitución. Lo que ha hecho Pedro Sánchez con la designación de la fiscal general es espolear a quienes dicen que en España existe una Justicia política, teledirigida por intereses partidarios. Para los expertos en la manipulación y la distorsión grosera de la realidad en Cataluña, el nombramiento de Dolores Delgado es la mejor noticia.

Los fiscales, muchos fiscales españoles, trasladaron este lunes a los medios de comunicación el “estupor” que les había provocado la noticia, pero en los mensajes privados que se cruzaron, la indignación era mucho mayor. “La noticia ha caído como una bomba; esto no es una ofensa, es un escupitajo”, decían algunos. Es comprensible: el mismo Pedro Sánchez que hace un par de meses, en noviembre pasado, pidió disculpas a los fiscales cuando se metió en aquel jardín de la detención de Puigdemont (“Pido disculpas con humildad a la Fiscalía; el Ministerio Público tiene toda mi confianza y total independencia. Tengo que respetar su autonomía”), compromete ahora la credibilidad de todos ellos haciéndolos pasar por la humillación pública de colocar a la cabeza de la institución a su ministra de Justicia.

placeholder Pinche para leer la carta de despedida.
Pinche para leer la carta de despedida.

Ya en tiempos de Felipe González, se designó fiscal general del Estado a un ministro del Gobierno, Javier Moscoso, pero venía del Ministerio de la Presidencia; lo que nadie había hecho hasta ahora es nombrar directamente a su ministro de Justicia fiscal general. Aquello acabó como sabemos, con los tiempos oscuros y denigrantes que se resumían con la imagen de un fiscal en el maletero de un coche. En su carta de despedida a sus compañeros, la fiscal general saliente, María José Segarra, afirma que, entre los retos que tiene por delante el Ministerio Fiscal, está el de “profundizar en la independencia de los fiscales como consecuencia de los pronunciamientos del Tribunal Superior de Justicia Europeo y, necesariamente, el de la irremediable reforma de la ley procesal”. La provocación de Pedro Sánchez debería ser un estímulo para que todo el poder judicial, no solo los fiscales, haga oír su voz como poder independiente del Estado.

placeholder Dolores Delgado, en el acto de toma de posesión de su sucesor al frente de Justicia. (EFE)
Dolores Delgado, en el acto de toma de posesión de su sucesor al frente de Justicia. (EFE)

Por lo demás, en lo estrictamente personal y profesional, resulta que si Dolores Delgado hubiera sido una excelente ministra de Justicia, lo normal es que hubiera seguido en su cargo. Pero su gestión como ministra estaba amortizada desde que se conocieron las grabaciones del ‘supercomisario de las cloacas’, José Manuel Villarejo. Eran conversaciones intrascendentes, en su mayoría, que solo adquirieron valor político por la torpeza de la propia ministra. En vez de admitir que conocía a Villarejo, que mantenían una relación personal más allá de los asuntos profesionales, pero que esa amistad no interfería en su trabajo como fiscal de la Audiencia Nacional —cargo que ocupaba entonces, cuando grabaron sus conversaciones en restaurantes—, lo negó todo; ella sola se enredó en una madeja de mentirijillas.

Las conversaciones que le grabó Villarejo, en sí mismas, no tenían interés político, pero la defensa tramposa que quiso hacer Dolores Delgado acabó convirtiendo aquel asunto en un escándalo de cierta relevancia que la desacreditó. Tanto es así que de lo grabado ya apenas se puede recordar algo concreto, más allá que lo que decía Dolores Delgado de la homosexualidad de Grande-Marlaska o alguna anécdota que le contó su amigo el juez Baltasar Garzón, en uno de los viajes que hicieron en México. Es el episodio de la ‘guindilla asesina’: “Estábamos en Palenque [le decía Garzón a Dolores Delgado] y yo, con un hambre de la hostia. Total, que veo allí varias fuentes de aceitunas, y tal, y digo: “¡Hostia, alcaparras!”. Y voy con una cuchara grande y hago así, pum… Mastico y, en vez de expulsarlas, no sé qué coño pasó que me las metí para dentro. Me llevaron al médico y todo, en la cama, una colitis… Me subió fiebre, 39 grados. Una cosa…”. Debería saber Pedro Sánchez que lo de este nombramiento ha venido a ser eso para los fiscales, abrirles la boca y meterles una cucharada de chile como si fueran alcaparras.

La designación de Dolores Delgado como fiscal general del Estado reúne tres ofensas simultáneas, una carambola difícil de conseguir en un nombramiento: cabrear a muchos al mismo tiempo antes de estrenar el cargo. Ofende al Ministerio Fiscal, ofende al poder judicial y ofende a todos los ciudadanos que confían en la independencia, la profesionalidad y el rigor de la Justicia.

Dolores Delgado Pedro Sánchez
El redactor recomienda