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Catalanes, ¿queréis otro timo más?
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Javier Caraballo

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Catalanes, ¿queréis otro timo más?

Cada vez que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, o cualquier independentista invocan la importancia de la lealtad como valor del ser humano, dios mata a un gatito

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en la declaración de este miércoles. (EFE)
El presidente de la Generalitat, Quim Torra, en la declaración de este miércoles. (EFE)

Cada vez que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, o cualquier independentista invocan la importancia de la lealtad como valor del ser humano, dios mata a un gatito en el mundo. En la declaración institucional en que anunció la convocatoria de elecciones, lo hizo con tanto énfasis que ha sido, precisamente, la “deslealtad” entre los socios independentistas la razón fundamental de la que se ha servido Torra para apuñalar la legislatura: “Ningún Gobierno puede funcionar sin unidad, sin una estrategia común y compartida, sin lealtad entre los socios”, dijo. Unidad, estrategia común y lealtad. Pues igual, este miércoles, dios mató tres gatitos a la vez… ¿Lealtad? ¿Acaso saben lo que es? Podrían elegir otro término para definir las malas relaciones entre los socios del Gobierno catalán, confianza, quizá, pero no lealtad, porque, precisamente, lealtad es una hermosa palabra que proviene del latín ‘legalis’, que significa 'respeto a la ley'. Y eso no lo han conocido nunca. El más grave de los problemas de los independentistas es que han mentido tanto que solo saldrán de la burbuja de autoengaño en que viven cuando todo eso explote; como todas las burbujas. Pero, para eso, los catalanes tendrán que decidir antes si quieren que los timen otra vez.

Quiere decirse con ello que el único principio que se le olvidó mencionar al 'molt patètic president' de la Generalitat de Cataluña fue el de la decencia, el compromiso con la verdad. Y la verdad, la única verdad, es que el anuncio de la disolución de la legislatura se produce tras el último fracaso del independentismo: tampoco esta vez se han atrevido a declarar la independencia ni la desobediencia de las instituciones autonómicas catalanas al ordenamiento jurídico español. Lo han intentado de nuevo, era lo que tenían programado para los plenos del Parlament del lunes y el martes pasado, cuando la Junta Electoral Central y el Tribunal Supremo dejaron a Torra sin su escaño. Pensaron que el Parlamento de Cataluña iba a desobedecer a los tribunales, declararse en rebeldía, y que luego lo celebrarían todos juntos con Junqueras y los otros presos sentados en el pleno. Pero ni un solo diputado se atrevió a votar y todo se vino abajo. Como nadie quiere ir a la cárcel, ni acabar inhabilitado o fugándose a otro país, pero todos quieren seguir viviendo del presupuesto, lo que han hecho es volver otra vez al punto de salida: convocatoria de elecciones con la promesa de conseguir la independencia. Otra vez a empezar.

Foto: El presidente de la Generalitat, Quim Torra, durante la declaración institucional. (EFE)

Cuando el fugado Puigdemont eligió a Torra como ‘presidente custodio’, según su propia denominación, le ordenó comenzar con un compromiso nítido: “Yo he venido aquí a proclamar la república. Si no lo puedo hacer, me voy”. Tras dos años de parálisis, de nada, Puigdemont repite lo mismo, enésima estrategia reformada: "Debemos recuperar un rumbo de unidad y estrategias conjunto" para conseguir la independencia, dijo Puigdemont por boca de Torra. Lo mismo ocurre con Esquerra: “Trabajaremos en todos los frentes al servicio de todo el independentismo, con lealtad y responsabilidad, para seguir avanzando hacia la república catalana”. ¿Pues no dijo Gabriel Rufián en diciembre de 2015 que solo estaría en el Congreso de los Diputados 18 meses, que no existía “un plan B”? “Ni un día más de los 18 meses que marca la hoja de ruta y, cuando se proclame la independencia de Cataluña, marcharse, porque ya habremos hecho nuestro trabajo”. Resulta curioso, además, que en este calco de soflamas repetidas incluso se repita lo mismo que en octubre de 2017, cuando declararon la independencia y la dejaron en suspenso. Ahora, disuelven la legislatura y la dejan en suspenso hasta la aprobación de los Presupuestos, que no será posible en ese ambiente roto. Como si lo más normal del mundo fuera aprobarle unos Presupuestos al Gobierno siguiente que tendrá que gestionarlos.

Los catalanes, unos y otros, tendrían que pararse un momento y, por encima del tumulto que les forman a diario para que no se distraigan con nada más, reparar en el tiempo que la Generalitat lleva paralizada. Estos son los años en los que se han celebrado elecciones autonómicas en la última década: 2010, 2012, 2015, 2017 y 2020. Es decir, cinco procesos electorales, una convocatoria cada dos años. Si se fijan bien, observarán que la secuencia comienza, precisamente, en el año en que, en todo el mundo, pero especialmente en España, se comenzaba a sentir la dureza de la crisis económica. Lo que hicieron otras administraciones, otros gobiernos, en todo el mundo, fue adoptar medidas para superarla, para salir del agujero, mientras que en Cataluña la clase dirigente optó por la huida hacia delante de la independencia. Para no hacer frente a la bancarrota de su gestión casi hegemónica y al bochorno de la corrupción institucional, el señuelo de la independencia. Desde hace 10 años —¡10 años!—, las instituciones catalanas están paralizadas 'de facto', porque es imposible que con una legislatura interrumpida cada dos años pueda gobernarse nada, ni un pueblo, ni un país ni nada.

¿Lealtad? ¿Unidad? ¿Interés común? ¡Tres gatitos muertos! Es curioso que, en su origen, la frase proviene de unos estudiantes de Georgetown que en una revista satírica pusieron eso: “Demostrado: cada vez que te masturbas, dios mata a un gatito. ¿Cuantos más tienen qué morir?”. Es curioso, porque si hemos aprendido algo en todos estos años es que el independentismo catalán es una forma de onanismo, el onanismo como expresión política; ideología supremacista confeccionada por líderes hedonistas y respaldada por una élite, la vieja burguesía catalana, que siempre ha sabido sacarle al nacionalismo la garantía de sus privilegios. Ay, si los catalanes, unos y otros, abriesen los ojos… ¿Cuántos gatitos más tienen que morir?

Cada vez que el presidente de la Generalitat, Quim Torra, o cualquier independentista invocan la importancia de la lealtad como valor del ser humano, dios mata a un gatito en el mundo. En la declaración institucional en que anunció la convocatoria de elecciones, lo hizo con tanto énfasis que ha sido, precisamente, la “deslealtad” entre los socios independentistas la razón fundamental de la que se ha servido Torra para apuñalar la legislatura: “Ningún Gobierno puede funcionar sin unidad, sin una estrategia común y compartida, sin lealtad entre los socios”, dijo. Unidad, estrategia común y lealtad. Pues igual, este miércoles, dios mató tres gatitos a la vez… ¿Lealtad? ¿Acaso saben lo que es? Podrían elegir otro término para definir las malas relaciones entre los socios del Gobierno catalán, confianza, quizá, pero no lealtad, porque, precisamente, lealtad es una hermosa palabra que proviene del latín ‘legalis’, que significa 'respeto a la ley'. Y eso no lo han conocido nunca. El más grave de los problemas de los independentistas es que han mentido tanto que solo saldrán de la burbuja de autoengaño en que viven cuando todo eso explote; como todas las burbujas. Pero, para eso, los catalanes tendrán que decidir antes si quieren que los timen otra vez.

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