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El coletas, aplaudiendo al Rey
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Javier Caraballo

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El coletas, aplaudiendo al Rey

Ayer, Pablo Iglesias se puso en pie, en el banco azul del Congreso de los Diputados, y comenzó a aplaudir la intervención de Felipe VI

Foto: Pablo Iglesias aplaude durante la apertura solemne de la XIV Legislatura. (Reuters)
Pablo Iglesias aplaude durante la apertura solemne de la XIV Legislatura. (Reuters)

La fortaleza de una democracia se mide por su capacidad de drenaje de la rebeldía y el descontento. Cuando las protestas pasan de la calle a las instituciones y ocupan los escaños, es que el mecanismo de la democracia ha funcionado a la perfección y ha logrado encauzar el hartazgo, el malestar y la decepción. El problema surge cuando las protestas se quedan en las plazas, en las manifestaciones, y se hace cada vez mayor la grieta que separa los parlamentos de la realidad de la calle.

Cuando, ayer, Pablo Iglesias se puso en pie, en el banco azul del Congreso de los Diputados, y comenzó a aplaudir la intervención de Felipe VI, la verdadera trascendencia del momento estaba ahí, en la fortaleza demostrada por la democracia española tras la quiebra hace cinco años de la confianza institucional y el desmoronamiento abrupto del modelo político existente, el bipartidismo. Las protestas que comenzaron con el 15-M llegaron hace tiempo a los ayuntamientos, a las autonomías y a las Cortes Generales y ayer, Pablo Iglesias, ‘el coletas’ que se hizo famoso entonces hasta convertirse en el símbolo de todo aquello, estaba sentado en el banco azul, sonriendo y aplaudiendo al Rey de España.

Ovación a los Reyes en el Congreso en el arranque de la XIV Legislatura

Conviene echar la vista atrás a lo que decíamos y pensábamos en España hace solo cinco años, cuando apareció Podemos, para valorar la importancia de lo sucedido, que es muy superior a las críticas que cada cual pueda hacer a esa organización política, a sus desvaríos radicales e, incluso, a la impertinencia o la incoherencia de algunos de sus líderes. Toda esa crítica, que es muy legítima, no solo no desmerece la valoración del momento que se resalta sino que lo amplifica, porque no fueron pocos los que alertaron en España de la desaparición de las instituciones y de la democracia misma si algún día gobernaba Podemos. Por ello, conviene mirar atrás y recordar qué se decía en España cuando surgió Podemos.

En un artículo de entonces, del verano de 2014, se hacía referencia a lo ocurrido en Mérida, durante la representación en el teatro romano de una obra de Aristófanes, ‘Pluto’, en la que los actores, en un momento de la obra, gritaban “estamos de ladrones hasta los cojones” y, de repente, todo el público comenzó a cantar lo mismo, hasta convertirlo en un eco atronador. Y se decía en aquel artículo: “Aquello ya no era teatro, no; a poco que alguien se quedara mirando las caras de la gente entendería que existe una corriente en España que está desbordando los ríos de lo conocido, de lo sobrentendido, de lo habitual (…) La crisis política actual no es solo del bipartidismo. Ese ha sido el error en el que estábamos hasta que ha irrumpido en el panorama un fenómeno como Podemos para demostrar que la crisis es del sistema, de lo conocido (…) La ciudadanía, que se ve maltratada, puteada, despreciada, se hace fuerte. Y el catalizador de ese fenómeno, del empoderamiento de la ciudadanía, es Podemos”.

Foto: Pablo Iglesias (i) y Felipe VI, tras la sesión solemne de la apertura de la XIV Legislatura celebrada este lunes en Congreso. (EFE) Opinión

Tan crítica era la situación en 2014, que cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas preguntaba a los ciudadanos, salían mal parados por igual el Gobierno del PP y la oposición del PSOE; a un 67% le parecía “mal o muy mal” cómo lo estaba haciendo la derecha en el Gobierno y un porcentaje todavía superior, el 70%, suspendía a los socialistas en la oposición. En la calle, las protestas repetían “no nos representáis” y no había institución o poder del Estado que gozase de confianza social.

Las causas de aquel agujero, como se ha repetido en varias ocasiones, se encuentran en la ‘tormenta perfecta’ que se produjo en España por la coincidencia de lo peor de la crisis económica y el estallido de diversos casos de corrupción, desde los ERE hasta la Gürtel, pero lo que se deterioró no fue solo el bipartidismo. La crisis principal, como se decía entonces, era del sistema, de la credibilidad de la propia democracia.

Han tenido que pasar cinco años para que los líderes de Podemos, que también sufrieron como organización política un severo y casi inmediato deterioro, se hayan sentado en el banco azul del Gobierno, con todos sus ministros puestos en pie aplaudiendo al Rey tras su intervención. Irene Montero ha pasado de escribir en sus redes sociales, en 2013, “Felipe no será Rey y todos los Borbones a los tiburones”, a ocupar un despacho de ministra después de prometer su cargo en presencia del Rey; Pablo Iglesias, con la misma coleta de siempre, ya no le regala petulante ‘Juego de tronos’ a don Felipe, quizá porque ha aprendido con el tiempo que aquel fue un regalo envenenado para él mismo: sin saber cuál sería el final de la serie, dijo entonces que "Podemos se identifica mucho con Khaleesi" y luego resultó que la madre de dragones acababa asesinada y no lograba su ansiado trono…

Foto: Felipe VI, durante la apertura solemne de la XIV Legislatura. (EFE)

En la mañana fría de Madrid, la normalidad democrática era el baldaquino de la entrada del Congreso de los Diputados, con sus bordados de seda y oro de principios del siglo XX, el protocolo de maceros y el desfile de tropas, la representación oficial de todos los poderes del Estado y la legión de diputados y senadores llegados desde todos los puntos de España, corbatas y vaqueros, coletas y cardados, tatuajes y gemelos. El Rey se subió a la tribuna y les recordó que olvidar lo más elemental solo nos ha traído desgracias: “España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos”. Luego, Pablo Iglesias y Santiago Abascal se levantaron a aplaudir al mismo tiempo.

La fortaleza de una democracia se mide por su capacidad de drenaje de la rebeldía y el descontento. Cuando las protestas pasan de la calle a las instituciones y ocupan los escaños, es que el mecanismo de la democracia ha funcionado a la perfección y ha logrado encauzar el hartazgo, el malestar y la decepción. El problema surge cuando las protestas se quedan en las plazas, en las manifestaciones, y se hace cada vez mayor la grieta que separa los parlamentos de la realidad de la calle.