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Ábalos: todo empeora a cada paso
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Javier Caraballo

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Ábalos: todo empeora a cada paso

Mira que se han dado versiones de la reunión, pero el único denominador común es que en cada una de ellas, se elija la versión que se elija, nunca sale bien parado el ministro de Transportes

Foto: El ministro de Transportes, José Luis Ábalos, en el Congreso. (EFE)
El ministro de Transportes, José Luis Ábalos, en el Congreso. (EFE)

También fue ministro y un día le tocó sentarse junto a José Luis Ábalos para negociar no sé qué cosa de la administración. Tampoco es relevante la circunstancia, sino el comentario que surgió al instante cuando en la conversación salió a relucir el nombre de Ábalos. El exministro saltó como un resorte: “Ábalos es un melón; todo lo ocurrido es perfectamente normal y previsible; lo esperado”.

Naturalmente, se refería al escándalo venezolano, que es un episodio similar a quien tropieza consigo mismo, el patoso que se zancadillea al andar. Mira que se han dado versiones de lo ocurrido, pues el único denominador común es que en cada una de ellas, se elija la versión que se elija, nunca sale bien parado el ministro: en todas se adivina la torpeza chusca en el manejo de la situación. De modo que, igual, lo único que ocurre es que estamos ante un personaje magnético para este tipo de problemas autoinfligidos.

Foto: José Luis Ábalos, ministro de Transportes, este 11 de febrero en el Senado. (EFE)

A partir de un hecho que puede ser banal, se desarrolla una cadena de despropósitos, entre lo absurdo y lo grotesco, que se va empeorando a cada paso. Eso está descrito en el punto número cuatro de las leyes de Murphy: “Si se aprecia que existen cuatro posibles maneras de que algo pueda fallar, y se soslayan, en seguida se desarrollará una quinta para la que no se está preparado”. ¿Se aprecia ya? Ábalos es muy de Murphy; encargarle una ‘misión diplomática’, como sostiene el Gobierno, es arriesgarse a que algún país pueda declararte la guerra.

Es verdad que hay muchas versiones, siete u ocho, con sus respectivas ramificaciones, pero vamos a conectar solo dos, la primera y la última, y se observará que al hacerlo saltan chispas, como si fuesen dos cables pelados. Recordemos que la primera reacción del ministro Ábalos fue despectiva, se burló del periodista que le preguntó por su entrevista con la vicepresidenta de Venezuela y, con un tono arrogante, le aconsejó que se dedicara a asunto serios: “No me pregunta nadie por las pensiones, no me pregunta nadie por la subida del salario mínimo, no me pregunta nadie por los problemas de la gente pero sí por si me reúno con uno de Venezuela… Todo importantísimo, temas fundamentales".

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A ver, si como se afirma ahora, el ministro Ábalos fue al aeropuerto a prestarle “un servicio a España” y que gracias a su intervención se evitó “un grave incidente diplomático”, ¿qué problema había para reconocerlo cuando trascendió la reunión? La primera reacción del ministro, ese desprecio burlón –“todo importantísimo, temas fundamentales”- carece de sentido porque, como dice el Gobierno, se trataba de un asunto de la máxima importancia. ¿Por qué se iba a quitar mérito un ministro por hacer una gestión muy importante para su país? ¿Es eso motivo de malestar y despecho? No tiene sentido. Habría bastado con que Ábalos, en el primer minuto, hubiera dicho: "Pues sí, acudí al aeropuerto a recordarle a la vicepresidenta que ella no podía entrar en España, en cumplimiento de las sanciones de la Unión Europea, pero que el ministro de Turismo, que además es amigo personal, sí es bien recibido”. Punto.

Lo que nos vamos a quedar sin saber, a no ser que algún día lo cuente alguien en sus memorias, es de quién partió la orden para que fuese Ábalos, precisamente Ábalos, el encargado de hacerle ese servicio a España. Por lo dicho, se entenderá que no es una cuestión baladí porque la mayor responsabilidad debe recaer en quien deposita en un político como el ministro de Transportes una gestión diplomática tan delicada como esa: una vicepresidenta del Gobierno de Venezuela que se planta en el aeropuerto de Madrid a pesar de que la Unión Europea tiene prohibida su entrada en el territorio y viajar por el espacio Schengen, al igual que otra veintena más de altos cargos de Nicolás Maduro.

Primero se dijo que el ministro Ábalos se encontró con la vicepresidenta de Maduro de sopetón, cuando entró en el avión a recibir a su amigo, el ministro de Turismo de Venezuela, y que se limitó a saludarla. “Fortuito y casual”, dijo el ministro. Luego, con esta misma versión ampliada, se aseguró que una hora antes de aterrizar el ministro venezolano le contó a su amigo Ábalos que, aunque venía a Fitur, se encontraba acompañado de Delcy Rodríguez. Más tarde, se corrigió esta versión y se dijo que quien recibió la información fue el Ministerio de Asuntos Exteriores, que se la trasladó al Ministerio del Interior, y que Grande Marlaska se la encomendó a Ábalos. “Marlaska me pidió que procurase que no bajase del avión”, explicó Ábalos en una de las entrevistas concedidas. Pero, ¿si el Ministerio del Interior ya había puesto en marcha un dispositivo policial para que eso no ocurriese, para qué necesitaba que Ábalos se subiera en el avión?

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Lo último que se ha sabido es que ni fue el ministro venezolano amigo, ni la ministra de Exteriores, ni el ministro del Interior: fue “el entorno de Moncloa”. Es una información filtrada a 'El País' con un titular que se coloca en lo alto de la tarta, como una serpentina de colores: “La Moncloa apartó a Exteriores y encargó al ministro de Transportes, José Luis Ábalos, que gestionara la llegada a Barajas de la número dos de Maduro”. A partir de este último rizo, lo que habrá que preguntarse es por la idoneidad de la titular de ese departamento, Arancha González Laya. ¿Qué confianza tiene el presidente Pedro Sánchez en su ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación si tiene que ‘apartarla’ de una gestión de alto nivel que, según el propio Gobierno, podría haber provocado un incidente diplomático grave?

En fin, que son tantas contradicciones, tan chusco y grotesco es todo, que a la espera de que un día se aclare, lo mejor es quedarse, como versión paraoficial, con la que desveló en la Cadena SER el humorista Juan Carlos Ortega: en realidad, el problema del ministro Ábalos es que es sonámbulo y todas las noches se levanta para reunirse con alguien. Una señora, entre cientos de ciudadanos, contó su experiencia en el programa: se había reunido hasta en 12 ocasiones con Ábalos porque se presentaba en su domicilio de madrugada. Su marido fue testigo y certificó que, al día siguiente, el ministro no se acordaba de nada. Por eso no recordaba cuando se reunió con Delcy Rodríguez, pero sabemos que lo hizo sonámbulo y en pijama.

También fue ministro y un día le tocó sentarse junto a José Luis Ábalos para negociar no sé qué cosa de la administración. Tampoco es relevante la circunstancia, sino el comentario que surgió al instante cuando en la conversación salió a relucir el nombre de Ábalos. El exministro saltó como un resorte: “Ábalos es un melón; todo lo ocurrido es perfectamente normal y previsible; lo esperado”.

Ministerio de Asuntos Exteriores José Luis Ábalos Aeropuerto de Barajas Moncloa