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Pedro Sánchez, el líder desfasado
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Javier Caraballo

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Pedro Sánchez, el líder desfasado

Ya lo dice el general Sun Tzu en 'El arte de la guerra': "Un líder lidera con el ejemplo, no por la fuerza. El gobernante iluminado es atento y el buen general está lleno de cautela"

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

Pedro Sánchez pretende ser el líder de un tiempo perdido, perdido por él mismo, y no se da cuenta de que, además de imposible, lo único que provoca es indignación y desconfianza. Cuando sale en la tele, en una de sus intervenciones a la nación en este estado de alarma, y le cuenta a la gente, como novedad, que ha aprendido que este coronavirus no es como una gripe normal, que se contagia a más velocidad, el personal en vez de tranquilizarse se asusta, porque lo que contempla ante sus ojos es a un líder desfasado.

¿Hay algo peor que un general desnortado cuando se va a una guerra? Este fin de semana lo ha dicho así, literal: “Vamos conociendo más cosas del virus, la primera es que su propagación es mayor que la de una gripe normal”. O esta otra, con el mismo latiguillo inicial: “Ya sabemos cosas del virus que antes no sabíamos, como que hay personas en las que resulta asintomático y, sin embargo, pueden propagarlo. Por eso, cada vez que nos reunimos con amigos ponemos en peligro la vida de los demás”. ¿Perdona? ¿Ahora se ha enterado el presidente, si es lo primero que conocemos del Covid-19? Decir todo eso a finales de enero, incluso a mediados de febrero, cuando se conoció, hubiese tenido un enorme valor, pero ahora produce el efecto contrario. Sobre todo, si lo cuenta como un descubrimiento, no como una insistencia necesaria.

“¡Necesitamos ganar tiempo!, ¡necesitamos ganar tiempo!”, repite ahora Pedro Sánchez, pero, en una situación como esta, el tiempo perdido solo se recupera para engordar los remordimientos, lo que se pudo haber hecho y no se hizo. El cuestionamiento del Gobierno de coalición en esta crisis sanitaria no se produce por las medidas de confinamiento que ha adoptado a partir del pasado domingo, 14 de marzo, sino por los días precedentes y lo que simbolizan.

"¿Perdona? ¿Ahora se ha enterado el presidente, si es lo primero que conocemos del Covid-19?"

La pregunta sin respuesta que siempre quedará en el aire, y que abrasará durante mucho tiempo cualquier explicación de este Gobierno, es por qué no se suspendieron mucho antes las grandes concentraciones de público en España, no solo las manifestaciones del Día de la Mujer el 8 de marzo, aunque para muchos esa es la explicación y el porqué de todo lo sucedido. Sea cual sea la razón, es imposible razonar ahora que, de golpe, se impuso el confinamiento de 47 millones de personas cuando, unos días antes, destacados miembros del Gobierno frivolizaban sobre la importancia real de esta pandemia. Ese abismo de sinrazón, el que lleva desde el domingo 8 de marzo de partidos de fútbol, mítines y manifestaciones a la suspensión de la actividad académica en Madrid el 9 de marzo, siempre caerá sobre este Gobierno como una losa.

Sucede, además, que la inexplicable tardanza en adoptar las primeras medidas desacredita la propia versión de los hechos que esgrime el presidente Pedro Sánchez. Según nos ha explicado en sus dos últimas intervenciones televisivas, el Gobierno se ha planteado su actuación frente al coronavirus en tres etapas distintas. Una primera etapa de contención: medidas preventivas, de seguimiento de los contagios y recomendaciones de higiene. Una segunda etapa de contención reforzada: suspensión de actividad escolar y académica y prohibición de concentraciones humanas. Y, por último, una tercera etapa de mitigación: estado de alarma, por primera vez en la historia, “en concordancia con lo que nos decían las principales instituciones europeas en el conjunto del continente.

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Si volvemos al fin de semana del 8-M, se observará la debilidad de ese planteamiento, porque en realidad el Gobierno ha pasado del seguimiento de los contagios, sin adoptar ninguna medida más allá de aconsejar higiene personal, al decreto de alarma que se prolongará hasta el Sábado Santo. Si es relevante reseñar esto es porque lo más grave de la actuación de este Gobierno es la absoluta inactividad ante la crisis sanitaria que, desde finales de enero, se sabía que podía contagiar al resto de países del mundo.

La reserva nacional de mascarillas, la distribución masiva de test de detección de la enfermedad y la dotación suficiente de respiradores en los hospitales son las tres medidas que ya se habían demostrado eficaces en los países que habían sufrido el contagio muchas semanas antes que España. Si no existió ninguna actuación del Gobierno en la ‘etapa de contención’, como la llama el presidente, todo lo que viene después arrastrará ese gravísimo defecto de origen, como estamos viendo.

"El presidente es un líder desfasado, un general que se ha quedado dormido y corre ahora detrás de sus tropas arengándolas con soflamas caducas"

"Tenemos que proveer a la ciudadanía de forma masiva de este tipo de material. Tenemos la infraestructura para hacerlo y hemos encontrado la complicidad de las industrias", dice el presidente ahora, cuando la carencia de respiradores, sobre todo en Madrid, ha llevado a muchas personas a la desesperación, a la desolación, al olvido… A la muerte. Sostiene Pedro Sánchez que España “está a la vanguardia” en la lucha contra el coronavirus, pero esa vanagloria les va a sonar a insulto a quienes han padecido, y padecen, la falta de recursos médicos por culpa de un Gobierno desbordado por los acontecimientos, urgido por las necesidades.

La cualidad fundamental de un líder es la de saber anticiparse a los acontecimientos para poder afrontarlos con más fortaleza y garantías de éxito. La confianza de un pueblo en su líder, como la de un ejército en su general en un estado de guerra como el que padecemos, se fundamenta precisamente en esa capacidad de anticiparse a los acontecimientos y saber plantear la estrategia adecuada. Ya lo dice el legendario general Sun Tzu en ‘El arte de la guerra’: “Un líder lidera con el ejemplo, no por la fuerza. El gobernante iluminado es atento y el buen general está lleno de cautela”. El presidente Sánchez es un líder desfasado, un general que se ha quedado dormido y corre ahora detrás de sus tropas arengándolas con soflamas caducas. Hace bien el presidente en comparecer, en explicarse, en dar la cara, en hablar a los españoles, aun con la aureola de descrédito que le ha crecido alrededor. La gestión del Gobierno en el origen de esta crisis gigantesca no ha podido ser peor, pero quedan muchas semanas todavía para dictar una sentencia política. Veremos…

Pedro Sánchez pretende ser el líder de un tiempo perdido, perdido por él mismo, y no se da cuenta de que, además de imposible, lo único que provoca es indignación y desconfianza. Cuando sale en la tele, en una de sus intervenciones a la nación en este estado de alarma, y le cuenta a la gente, como novedad, que ha aprendido que este coronavirus no es como una gripe normal, que se contagia a más velocidad, el personal en vez de tranquilizarse se asusta, porque lo que contempla ante sus ojos es a un líder desfasado.