Es noticia
Dios, el 'Homo deus' y el virus
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

Dios, el 'Homo deus' y el virus

Si no logramos extraer lecciones de la tragedia será imposible que esta brutal pandemia nos sirva para aquello que nos caracteriza como seres humanos: evolucionar

Foto: El papa Francisco oficia el Viernes Santo ante una vacía plaza de San Pedro. (EFE)
El papa Francisco oficia el Viernes Santo ante una vacía plaza de San Pedro. (EFE)

El siglo en el que el hombre anunciaba su inmortalidad comienza con una pandemia como las de la antigüedad, cuando la peste negra arrasaba los países del mundo conocido. El siglo XXI, que iba a elevar al ser humano a la escala más alta de la evolución, el 'homo deus', empieza poniendo de rodillas a los países más desarrollados, los más avanzados, no solo al Tercer y al Cuarto mundo; en la isla de Sant Louis, bañada por el río Senegal, la ciudad se ha quedado vacía, presa del pánico, el mismo confinamiento que en la isla de Manhattan, en la desembocadura del río Hudson, en Nueva York, la grandiosa Nueva York, con las calles desiertas como nunca en su historia.

Desde la capital del mundo hasta el último rincón del planeta, un microorganismo intracelular ha conseguido doblegar al ser humano en el preciso momento en el que los filósofos y los investigadores anunciaban ese paso decisivo en la evolución de la Humanidad, del prehistórico homo sapiens al futuro ‘homo deus’. ¿Qué ha pasado? Lo que nos diferencia del resto de seres vivos del planeta es la racionalidad, la búsqueda de conocimiento, el afán de progreso, y justo en este momento es la naturaleza quien nos recuerda que podemos ser tan vulnerables, tan frágiles, como cualquier otro ser.

La idea del ‘homo deus’ la lanzó hace unos años uno de los historiadores más destacados y famosos de este nuevo siglo, el israelí Yuval Harari, el más optimista de todos los pensadores de este tiempo. En su libro ‘Homo Deus’ se atrevía a describir cómo será el porvenir, a partir de los datos fiables que ya tenemos de la evolución científica en todos los campos imaginables. Y decía Harari: “Si en verdad estamos poniendo bajo control el hambre, la peste y la guerra, ¿qué será lo que las reemplace en los primeros puestos de la agenda humana? Como bomberos en un mundo sin fuego, en el siglo XXI la humanidad necesita plantearse una pregunta sin precedentes: ¿qué vamos a hacer con nosotros?

Foto: Yuval Noah Harari

En un mundo saludable, próspero y armonioso, ¿qué exigirá nuestra atención y nuestro ingenio? Esta pregunta se torna doblemente urgente dados los inmensos nuevos poderes que la biotecnología y la tecnología de la información nos proporcionan. ¿Qué haremos con todo ese poder?” Se leen ahora esas mismas palabras, cuando un microorganismo ha provocado el confinamiento de cientos de millones de personas en todo el mundo y ha paralizado la actividad económica mundial, y un escalofrío recorre el cuerpo. ¿De verdad alcanzaremos alguna vez ese estatus de ‘homo deus’ o este ha sido el último ridículo de soberbia que fabrica el ser humano?

En esta Semana Santa insólita, desconocida por todos, el padre Raniero Cantalamessa, predicador del Vaticano, ha pronunciado una homilía en la que, con independencia de las creencias de cada cual, creyentes o ateos, cristianos o budistas, se marcan los parámetros de pensamiento con los que tendríamos que afrontar esta pandemia para que pueda servirnos para progresar, que debe ser lo que caracterice siempre al ser humano. (Por cierto, dicho sea de paso, entre paréntesis: compárese la altura intelectual de un discurso como este del padre Cantalamessa, o de algunos de los científicos que aparecen en entrevistas estos días, con la perorata habitual de la clase política en cualquier sesión formal del Congreso. Al hacerlo, identificaremos rápidamente cuál es uno de nuestros mayores problemas como sociedad). La propuesta del predicador del Vaticano es que, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, afrontemos la crisis del coronavirus a partir de los efectos, antes que de las causas. El paralelismo con el cristianismo lo establece con la propia Pasión, muerte y Resurrección de Jesucristo. Dice el padre Cantalamessa: “Podemos mirarlo desde dos perspectivas diferentes: o de frente o por detrás, es decir, o por sus causas o por sus efectos. Si nos detenemos en las causas históricas de la muerte de Cristo nos confundimos y cada uno estará tentado de decir como Pilato: ‘Yo soy inocente de la sangre de este hombre’ (…) ¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que está viviendo la humanidad? También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No sólo los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los positivos que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar”.

Desde el punto de vista de la Iglesia católica, la lección de este coronavirus está bien clara: una nueva mentalidad de las sociedades

Desde el punto de vista de la Iglesia católica, la lección de este coronavirus está bien clara, una nueva mentalidad de las sociedades, de los parlamentos que la representan, de los gobiernos que las dirigen, para propiciar un cambio brusco de objetivos y propósitos: “Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad”, dijo el predicador del Vaticano.

Si no somos capaces de localizar errores y de aplicar los cambios, si no logramos extraer lecciones de la tragedia, será imposible que esta brutal pandemia de coronavirus, de la que todavía no sabemos como vamos a salir, nos sirva para aquello que nos caracteriza como seres humanos, evolucionar a partir del conocimiento y de la experiencia. De hecho, en gran medida, lo que se dice en esa homilía es similar, o complementario, con lo que se le oye decir a algunos de los mejores científicos. Sabemos por qué han ocurrido las cosas (La OMS “ha fallado porque son burócratas que han hecho carrera dentro de oficinas, pero no han vivido la experiencia de campo, no han estado ni en los laboratorios manejando virus ni implicados en situaciones epidémicas en otros países, y los políticos se han dejado aconsejar por burócratas, en lugar de por expertos”, Sergio Romagnani) y sabemos lo que hay que hacer (“Aprendamos de lo ocurrido, esto ha sido un fracaso global porque no se invierte ni se le presta atención debida a la anticipación científica a estas enfermedades. Más allá de los sistemas de salud pública de las sociedades occidentales, es fundamental la investigación”, Fernando Arenzana). Si a todo eso se le añade una mayor solidaridad en el mundo, estaremos tocando con los dedos las lecciones necesarias de esta pandemia.

En su ‘profecía’ del ‘homo deus’, el historiador israelí Harari no descartaba que pudiera sucedernos algo similar a lo que está pasando con este coronavirus, incluso lo mencionaba expresamente, pero se mostraba convencido de que serviría para avanzar. “No podemos estar seguros de que algún nuevo brote de ébola o de una cepa desconocida de gripe no vaya a propagarse por el globo y a matar a millones de personas, pero en caso de que eso ocurra no lo consideraremos una calamidad natural inevitable. Por el contrario, lo veremos como un fracaso humano inexcusable y pediremos la cabeza de los responsables (…) Todo intento fallido de superar la muerte nos acercará un paso más al objetivo, y esto insuflará mayores esperanzas e impulsará a la gente a hacer esfuerzos aún mayores”. Por encima de debates locales, de responsabilidades nacionales, que deben realizarse sin excluir ni suplantar lo fundamental, esta pandemia global necesita una reflexión global. Mirar hacia atrás, mirar de frente. No hay más.

El siglo en el que el hombre anunciaba su inmortalidad comienza con una pandemia como las de la antigüedad, cuando la peste negra arrasaba los países del mundo conocido. El siglo XXI, que iba a elevar al ser humano a la escala más alta de la evolución, el 'homo deus', empieza poniendo de rodillas a los países más desarrollados, los más avanzados, no solo al Tercer y al Cuarto mundo; en la isla de Sant Louis, bañada por el río Senegal, la ciudad se ha quedado vacía, presa del pánico, el mismo confinamiento que en la isla de Manhattan, en la desembocadura del río Hudson, en Nueva York, la grandiosa Nueva York, con las calles desiertas como nunca en su historia.

OMS Semana Santa