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Las 'garzonadas' y el turismo
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Javier Caraballo

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Las 'garzonadas' y el turismo

Es posible que hasta Alberto Garzón se haya dado cuenta estos días de por qué no han querido hacerlo ministro de Economía, que hubiera sido su deseo y el de su formación

Foto: El ministro de Consumo, Alberto Garzón, comparece en el Congreso. (EFE)
El ministro de Consumo, Alberto Garzón, comparece en el Congreso. (EFE)

Es posible que hasta Alberto Garzón se haya dado cuenta estos días de por qué no han querido hacerlo ministro de Economía, que probablemente hubiera sido su deseo y el de su formación política, Izquierda Unida o Podemos, que tanto monta desde sus acuerdos de confluencia. La razón es sencilla, por las repercusiones de ‘las garzonadas’. Además de otros motivos, claro, de índole estrictamente políticos en un Gobierno de coalición como el que preside Pedro Sánchez.

Por ejemplo, eso último que ha dicho Alberto Garzón sobre el turismo y que ha ofendido a tantos. Ahora vamos a la literalidad pero, de forma resumida, lo que sostiene Garzón es que el turismo en España aporta poco valor añadido y mucha precariedad e inestabilidad laboral, al ser estacional. Como Garzón es solo ministro de Consumo, ni siquiera de Turismo, lo que hace el Gobierno al poco tiempo es, con calculada frialdad, corregirlo por completo. El presidente Sánchez le quitó importancia, como quien riñe a un niño, y dijo que ya lo había matizado el propio interesado; la ministra del ramo, Reyes Maroto, lo ha rodeado de silencio, y la vicepresidenta de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, lo ha enmendado de la primera a la última palabra, con tono de punto final: “El turismo tiene un peso muy importante en el producto interior bruto (PIB) español, juega un papel muy importante tanto económica como socialmente, y es uno de los motores de crecimiento del país, por eso el Gobierno está comprometido con el apoyo al sector”. ¿Se entiende lo ocurrido? Pues sí, es eso, Garzón dice esas cosas, levanta una polvareda, pero como solo es ministro de Consumo, al rato sale la vicepresidenta, pone las cosas en su sitio y el personal se calma. Se llaman ‘garzonadas’.

Foto: José Luis Zoreda, vicepresidente ejecutivo de Exceltur. (EFE)

El origen de la polémica está en una larga intervención del ministro de Consumo en el Congreso de los Diputados en la que, al analizar los problemas para salir de la crisis económica a la que nos ha conducido la crisis del coronavirus, destacó como uno de los grandes lastres “el diseño institucional de Europa”. Sostiene Garzón que la Unión Europea ha diseñado España “como un país sostenido por sectores económicos de bajo valor añadido, sectores estacionales y precarios”. Citó, de pasada y sin más concreción, “los productos poco manufacturados”, pero se refería esencialmente al sector turístico en España, que definió así: “Un hotel abre seis meses y cierra otros seis. Eso nos ha llevado a una situación de debilidad estructural que, cuando ocurren cosas como esta, tenemos menos instrumentos para salir adelante, en política fiscal, pero también en política industrial”.

Es verdad, como ha explicado después el ministro, que esas frases hay que entenderlas en una comparecencia muy larga, de más de tres horas, y pueden resultar muy desafortunadas, sin pretenderlo, pero cuando eso ocurre, basta con un rápido ejercicio de sinceridad, de humildad: “Lo siento si he ofendido a alguien, no era eso lo que quería decir”, y a partir de ahí matiza todo lo necesario. Pero Garzón no actúa así; cada vez que le han ofrecido la oportunidad de matizar sus palabras, la última vez este lunes, en la tertulia 'Hoy en día' de Canal Sur, ha acabado reafirmándose en lo que dijo y reduciendo todo lo ocurrido a un feroz ataque contra su persona y contra el Gobierno de la derecha española.

placeholder El titular de Consumo, Alberto Garzón. (EFE)
El titular de Consumo, Alberto Garzón. (EFE)

El ministro Garzón se queja, además, porque, según dice, muchas de sus afirmaciones son compartidas por la mayoría de los economistas, pero una vez más se olvida del contexto. Una cuestión es analizar los problemas del sector turístico y proponer cambios, y otra muy distinta es colocarlo una vez más como aquello que hay que erradicar de España para promover “un cambio de modelo productivo”, que es el mantra más insustancial de todos los discursos políticos.

Una a una, se pueden matizar las afirmaciones sobre la supuesta debilidad del turismo y de la economía española: España está entre las 15 mayores potencias mundiales y el turismo, en esa realidad, representa el 13% del PIB y el 12% del empleo. La estacionalidad no se puede despachar de un brochazo (“un hotel abre seis meses y cierra los otros seis”) porque el turismo es mucho más complejo, mucho más diverso, en un país como el nuestro, y, en todo caso, tampoco es exclusiva de ese sector. Y la precariedad, en fin, es uno de los problemas más graves de estos tiempos y, por desgracia, tampoco es propia de ese sector: ¿quién le ha dicho al ministro que el trabajo de un joven periodista o de un abogado no es tan precario como el de un camarero, al que se cita como un marginado del sistema? En cuanto al diseño institucional de Europa, el debate es tan amplio que, desde luego, no exime de responsabilidad en los desequilibrios existentes a los gobiernos españoles y al destino que se ha dado a tantos cientos de miles de millones de ayudas al desarrollo que han llegado de la Unión Europea.

Foto: Benalmádena, en la Costa del Sol. (Reuters)

Las 'garzonadas' son de todos los colores, muchas de Cuba “como modelo de consumo sostenible” y muchas más contra la derecha española, “que nunca tuvo una matriz democrática, es ultramontana y reaccionaria”, pero mi favorita siempre será aquella de Málaga cuando el Gobierno de la Junta de Andalucía, del que Izquierda Unida formaba parte en coalición con el PSOE, decidió recortar sustancialmente toda la inversión pública. Una de las obras afectadas fue del metro de Málaga, que pasó a ser tranvía en el proyecto, y Alberto Garzón salió a defender el cambio con esta maestría, culmen de la demagogia: “El debate sobre el tranvía en Málaga: ¿quién ocupa el territorio? ¿Trabajadores bajo suelo y Audis por encima?”.

Fantástico; en la clasificación de las 'garzonadas', la del metro como parte del sistema opresor de la clase trabajadora es de las mejores. Aunque, para mucha gente, Alberto Garzón siempre será el rostro serigrafiado que apareció en algunos barrios de Madrid en las elecciones generales de 2016. Grafitis rojos, con la cara de Alberto Garzón, el aire de Che Guevara y una leyenda que nada tenía que ver con la política, porque las pasiones de cintura para abajo no tienen nada que ver con la ideología: "Garzón melofo".

No hace falta explicarlo, solo añadirle sílabas. Hasta el interesado acabó coqueteando con todo aquello: "Los guapos también somos de izquierdas", escribió el ministro entonces. Era el momento de máxima popularidad de Alberto Garzón, con encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas que lo situaban como uno de los políticos más valorados de España. ¡Ay, si se pudiera parar el tiempo! Ese es el problema, que pasan los días, los años, y un día llega el nombramiento que nadie de su formación ha logrado en 40 años de democracia: lo hacen ministro en un Gobierno presidido por el PSOE. Y las 'garzonadas', cuando les ponen un sello ministerial, dejan de tener aquella gracia juvenil.

Es posible que hasta Alberto Garzón se haya dado cuenta estos días de por qué no han querido hacerlo ministro de Economía, que probablemente hubiera sido su deseo y el de su formación política, Izquierda Unida o Podemos, que tanto monta desde sus acuerdos de confluencia. La razón es sencilla, por las repercusiones de ‘las garzonadas’. Además de otros motivos, claro, de índole estrictamente políticos en un Gobierno de coalición como el que preside Pedro Sánchez.

Alberto Garzón