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Ciudadanos suelta lastre
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Javier Caraballo

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Ciudadanos suelta lastre

Las renuncias son hechos y consolidan un proyecto político con más fuerza que las palabras. Ciudadanos necesitaba justo eso, predicar con el ejemplo de su propia depuración

Foto: La portavoz de Cs, Inés Arrimadas, en el Congreso. (EFE)
La portavoz de Cs, Inés Arrimadas, en el Congreso. (EFE)

Las renuncias son hechos y, como tales, consolidan un proyecto político con más fuerza que las palabras, los discursos. Ciudadanos necesitaba justo eso, predicar con el ejemplo de su propia depuración, para hacer creíble el regreso al centro real de la política española, el espacio del que se fugó una mañana fría de febrero en la plaza de Colón, aquella manifestación en la que el centro derecha ansiaba elecciones y clamaba contra “la traición” a España de Pedro Sánchez, que es una acusación que mantiene intacta, convertida en eje de todo discurso o perorata.

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Ahora, tras la debacle de Ciudadanos en las últimas elecciones generales, el liderazgo de Inés Arrimadas necesitaba que algunos de los referentes del pasado se fueran del partido con brusquedad, así como lo han hecho, dando un portazo, para que la reorientación de su proyecto político de centro ganase en credibilidad. Y no se trata de adivinar, o de presuponer, que a partir de ahora Ciudadanos va a subir en las encuestas o se va a estrellar, porque no es eso, la torpe miseria política de hacer propuestas calculando cada voto; el regreso al centro político de Ciudadanos es un ejercicio de honestidad y de coherencia consigo mismo. El centro político, ya se sabe, es siempre un ejercicio de riesgo en esta España de bandos y de acoso al adversario, pero quien se define de centro asume ese riesgo y no lo puede utilizar solo como un reclamo de caza de votantes, escondiendo su verdadera identidad.

Las renuncias de Ciudadanos han sido dos, fundamentalmente, una tras cada decisión de apoyo a las últimas prórrogas del estado de alarma, Girauta y De Quinto, y, con todo el respeto personal a ambos, es un lastre pesado que se quita de encima Inés Arrimadas y que arroja por la borda para poder ubicar de nuevo el partido en el centro político español. Primero se fue Juan Carlos Girauta, un tipo valiente, mordaz, incisivo, pero que se había convertido ya en un verso suelto dentro de Ciudadanos, con más ganas de salir volando que de permanecer bajo ninguna disciplina de partido ni directriz política.

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En realidad, lo único que ha hecho Girauta es ‘formalizar’ la baja del partido, porque ya se había ido hace mucho tiempo, el mismo día en que Rivera anunció su renuncia tras el batacazo de Ciudadanos en el que hasta el exportavoz se quedó sin escaño. “Yo, sin Rivera, tampoco quiero estar en política. Creo que los separatistas que se alegran de mi salida del Congreso no han valorado bien la libertad que me otorga volver a ser un ciudadano de a pie que solo se representa a sí mismo”. Cuando alguien dice eso, y lo dijo el 11 de noviembre de 2019, lo que no tiene sentido es formalizarlo muchos meses después y culpar, además, al partido, con un tono de solemnidad impostada: “No trabajamos tanto para construir una bisagra. Acabo de comunicar formalmente mi baja como afiliado a Ciudadanos”, dice ahora Girauta.

En fin, igual algún día se anima a explicar a qué más puede aspirar un partido político que solo cuenta con 10 escaños en el Congreso, que es el número con el que lo dejaron los últimos dirigentes como él. Deducir que, por apoyar una prórroga de 15 días de un estado de alarma de meses, se renuncia a la aspiración de gobierno es una pirueta dialéctica que no permite ni la habilidad de Girauta.

Foto: La líder de Cs, Inés Arrimadas. (Pedro Ruiz)

Lo de Marcos de Quinto tiene algunas similitudes, pero lo más interesante de su caso es la constatación de cómo un profesional tan brillante como él, con una trayectoria empresarial como la suya en el imperio de Coca-Cola, aterriza en política y se especializa en la banalidad, en lo insustancial y, a veces, hasta en lo grotesco. No hace falta repasar el rosario de perlas que deja De Quinto, pero es una tristeza que, en el futuro, ese sea el resumen de su aportación a la política española. Ahora se va y dice lo mismo que Girauta y con la misma inconsistencia, que no le gusta que Ciudadanos sea “un partido bisagra”, aunque al mismo tiempo asegura que un partido liberal tiene que servir de “puente” entre el PSOE y el PP “para atraer a la izquierda y derecha moderadas”. En fin, la realidad es que, uno y otro, han utilizado el estado de alarma para el portazo, ya decidido desde mucho tiempo atrás, pero que le viene bien al proyecto de Ciudadanos.

El centro político en España, como se decía antes, es una aventura de riesgo porque la tolerancia es el valor político más incomprendido. Aquí sigue vigente aquello que dijo Fernando de los Ríos en ese hemiciclo del Congreso de los Diputados, en el que los odios se depositan en el Diario de Sesiones como capas geológicas: “En España, lo revolucionario es el respeto”. En una sociedad así, la posibilidad teórica de que un partido político pueda compartir ideas y propuestas de la izquierda y de la derecha siempre será visto por una mayoría como una insultante equidistancia.

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Por eso mismo, en todo el periodo democrático, en España el centro solo ha gobernado una vez, la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, que ya venía impulsada desde los primeros pasos de la Transición y que el pueblo español, atemorizado ante una involución, supo respaldar como una moderación necesaria para ese momento histórico.

Desde entonces, nada. Pero, como bien debe haber aprendido Ciudadanos, los giros de la política pueden ser bruscos e inesperados y el solo propósito de representar una fuerza política en España que no esté alineada con ninguno de los dos bloques es un propósito loable. Cuando se trata de moderar a unos y a otros, ¿qué desdoro hay en ser un partido bisagra? El complejo debería provocarlo el ansia de poder, no la moderación. Si el destino que le espera a Ciudadanos es el de ser un partido bisagra, no debería suponerle ninguna afrenta, sino todo lo contrario. Es más: la ausencia de un partido de centro en España ha sido la causa de una de las más gravosas anomalías de nuestro sistema democrático, la obligatoriedad de los partidos mayoritarios de apoyarse en los nacionalismos vasco y catalán que hacían ese papel, pero con unos intereses egoístas, contantes y sonantes como los euros que tanto escasean en estos tiempos de tiesura.

Las renuncias son hechos y, como tales, consolidan un proyecto político con más fuerza que las palabras, los discursos. Ciudadanos necesitaba justo eso, predicar con el ejemplo de su propia depuración, para hacer creíble el regreso al centro real de la política española, el espacio del que se fugó una mañana fría de febrero en la plaza de Colón, aquella manifestación en la que el centro derecha ansiaba elecciones y clamaba contra “la traición” a España de Pedro Sánchez, que es una acusación que mantiene intacta, convertida en eje de todo discurso o perorata.

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