Matacán
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Racismo de gatillo fácil
En España, el racismo se dispara con facilidad. No hace falta más que encender una mecha para que las acusaciones, agrias, empapen las páginas de los periódicos
En España, el racismo se dispara con facilidad. No hace falta más que encender una mecha para que las acusaciones, agrias, empapen las páginas de los periódicos. En realidad, no solo ocurre con el racismo, sino con casi todo: ¡racistas! ¡asesinos! ¡violadores! A falta de pistolas, aquí se recrea el ambiente de un tiroteo. A diario se disparan insultos como balas; siempre con el corazón encogido de un sobresalto al ver que estamos rodeados de violadores, de asesinos, de fascistas, de peligrosos comunistas… La naturaleza humana aconseja un filtro de razón y de prudencia entre la lengua y el cerebro, pero será que en España se utiliza poco. Es una inclinación natural, y cuando faltan debates propios, o ya se han gastado, se importan de fuera. ¡No a la brutalidad policial!
Como en las manifestaciones del pasado fin de semana, mirando de reojo a policías y guardias civiles, como si también patrullaran las calles de Mineápolis, con la porra fuera, persiguiendo negros para ponerlos de rodillas y pisarles el cuello hasta matarlos, hasta asesinarlos. Lo vimos el fin de semana pasado, concentraciones de miles de personas, rodilla en tierra y el puño en alto, gritando “España no es solo blanca”, “Melilla frontera asesina”. Y todos muy juntos, eso sí, sin distancias de seguridad sanitaria entre manifestantes, a pesar de que protestaban en algunas de las ciudades españolas, como Madrid, que más han padecido la pandemia. Si a los que protestaban en el barrio de Salamanca, sentados en la parte de atrás de un descapotable con su mascarilla rojigualda, los llaman ‘cayetaners’, ¿cómo debemos llamar a estos de las sentadas? ¿Galapagares? En fin, es igual… Porque son iguales.
Con la inercia de esas protestas, en el discurso político de confrontación que existe en España, se ha cruzado la operación Paso del Estrecho. Y otra vez lo mismo, racismo de gatillo fácil. El PSOE, Andalucía Adelante, que es la facción andaluza desgajada de Podemos, y un grupo de ONG han puesto el grito en el cielo por la posible suspensión de la operación Paso del Estrecho. Antes de ir a los insultos, vamos a repasar los hechos: la operación Paso del Estrecho la organiza todos los años el Gobierno de España para controlar el paso de más de tres millones de personas que, desde Centroeuropa, cruzan todo el territorio español hasta llegar a la costa andaluza, fundamentalmente a Algeciras y Tarifa, desde donde embarcan para llegar a Marruecos. La operación comienza en junio y finaliza en septiembre, cuando esos mismos ciudadanos, muchos de ellos con doble nacionalidad, regresan a los países europeos en los que trabajan. ¿Es posible compatibilizar este año la operación Paso del Estrecho con las medidas de control sanitario y el miedo a los rebrotes por la pandemia? Ante la inquietud que conlleva esa enorme duda, el Gobierno andaluz (PP y Ciudadanos) solicitó la suspensión de la operación Paso del Estrecho si no se podía garantizar el control sanitario de esos tres millones de ciudadanos, que recorren varios miles de kilómetros en carretera hasta llegar hasta la explanada en la que esperan la llegada de un ferri, a veces con concentraciones de miles de personas. De forma inmediata, sin más, la oposición andaluza, PSOE y Adelante, interpretaron que la petición del presidente popular, Juanma Moreno, se debía a que estaba cediendo a las presiones racistas de Vox, su socio parlamentario.
“Es una muestra clara de odio al pobre; se abren los espacios aéreos para que fluyan los turistas blancos y con dinero y se ponen muros a los trabajadores”. “Estamos ante un caso claro de racismo institucional: la Junta de Andalucía solo protege un sistema racista que provoca muerte a determinados colectivos”, dijeron al unísono. Lo que todos ocultaban, o ignoraban, es que el principal objetor de la operación Paso del Estrecho es Marruecos, que no solo no ha abierto aún sus fronteras sino que acaba de ampliar el cierre hasta el 10 de julio, lo que, por sí mismo, complica extraordinariamente el regreso vacacional de sus súbditos. Marruecos, desde que estalló la pandemia, es consciente de la debilidad extrema de su sistema sanitario y no quiere correr ningún riesgo de propagación del virus. En cuanto al argumento del racismo por motivos económicos (eso de los ‘turistas pobres’ frente a los ‘turistas blancos’), es llamativo que Comisiones Obreras ha reclamado que se mantenga la operación Paso del Estrecho pero justo por lo contrario, por lo que representa económicamente para la comarca: decenas de empresas portuarias, cientos de puestos de trabajo y muchos millones de euros. “Esta operación salva el verano a muchas empresas para las que es la columna vertebral, y algunas no saben si van a poder resistir si no hay”, sostiene CCOO.
Un ciudadano de raza negra muere en Minesota y el mundo entero se moviliza ante la atrocidad. Qué bueno sería que la sociedad tuviese esa sensibilidad ante todas las injusticias que se cometen en el mundo, qué fantástico sería un mundo así, con una sociedad informada y radical en la defensa de los derechos humanos. Pero sabemos que no es así, algunos atropellos, también mortales, pasan cerca y ni siquiera consiguen que se los vea, y otros tienen la suerte de caer en una coyuntura precisa, como el ojo de un huracán publicitario. Por ejemplo, todo el mundo se manifiesta en contra de lo ocurrido con George Floyd, que murió por la brutalidad racista que sigue incrustada en la mentalidad de muchos americanos, pero nadie sabe quién es Giovani López, un albañil mexicano, de 30 años, que también murió por una paliza de la policía en Jalisco, que lo detuvo por no llevar mascarilla. Cuando fue la familia a recogerlo, estaba en la morgue, con el cuerpo amoratado y un tiro en la pierna. ¿Conoce alguien a Giovani López? No, claro. Porque en el protocolo de protestas que se ha establecido la causa es el racismo y el albañil mexicano no entra en ese esquema. Como ocurre con los ‘detalles’ que se ignoran en la operación Paso del Estrecho.
Otrosí digo: si ahora se extiende en España la nueva modalidad de protesta antirracista, consistente en derribar estatuas de navegantes o autoridades de hace tres o cuatro siglos, por su relación con el esclavismo, que reparen los manifestantes que aquí tenemos un motivo de orgullo. Fue la monarquía española la primera en la historia que dictó unas leyes, las Leyes de Burgos de 1512, en las que se abolía la esclavitud y se velaba por los derechos de los indígenas. Faltaban más de cuatro siglos para que se aprobara la Declaración Universal de Derechos Humanos. Así que, si es por condenar el racismo con efecto retroactivo, a la estatua de los Reyes Católicos en Granada deberían ponerle flores. A ver si acabamos de una vez con las mentiras de la leyenda negra.
En España, el racismo se dispara con facilidad. No hace falta más que encender una mecha para que las acusaciones, agrias, empapen las páginas de los periódicos. En realidad, no solo ocurre con el racismo, sino con casi todo: ¡racistas! ¡asesinos! ¡violadores! A falta de pistolas, aquí se recrea el ambiente de un tiroteo. A diario se disparan insultos como balas; siempre con el corazón encogido de un sobresalto al ver que estamos rodeados de violadores, de asesinos, de fascistas, de peligrosos comunistas… La naturaleza humana aconseja un filtro de razón y de prudencia entre la lengua y el cerebro, pero será que en España se utiliza poco. Es una inclinación natural, y cuando faltan debates propios, o ya se han gastado, se importan de fuera. ¡No a la brutalidad policial!