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Recortes, esa palabra de la que habla
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Javier Caraballo

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Recortes, esa palabra de la que habla

En todas sus intervenciones, en el Congreso o en ruedas de prensa, Sánchez construye sus discursos en círculo a partir de una palabra tachada que, de repente, se ha convertido en tabú

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters)
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Cuando un político evita una palabra, un escalofrío recorre el cuerpo. Da hasta miedo, porque lo que uno piensa al momento es "cómo será de grande la avería, que no quieren ni mentarla". Pedro Sánchez no pronuncia la palabra ‘recortes’. En todas sus intervenciones, en el Congreso o en ruedas de prensa, el presidente del Gobierno de España construye sus discursos en círculo a partir de una palabra tachada que, de repente, se ha convertido en tabú. Como en los casos de corrupción, cuando el compañero de partido que se ha visto salpicado por un escándalo deja de existir nominalmente. Ya no tiene nombre ni apellidos, porque se subsume en un concepto etéreo, “esa persona de la que usted me habla…”. Como si al borrar el nombre, desapareciera el marrón; como si al quitar la palabra, evitaran el tropezón.

Rodríguez Zapatero, en su triste epílogo de presidente socialista, convirtió sus comparecencias en las Cortes, sus mítines y sus entrevistas en un ejercicio ridículo de funambulismo que consistía exclusivamente en inventar juegos de evasivas para evitar decir la palabra ‘crisis’. Recreó en sus intervenciones tantos giros eufemísticos, contradictorios en sí mismos, desde la “fase bajista del crecimiento económico” hasta la “minoración del superávit”, que lo que consiguió fue que la ausencia de la palabra 'crisis' la convirtiera en la gran protagonista de cuanto decía, como en algunos dramas literarios. Pues donde Zapatero tacha ‘crisis’, Pedro Sánchez ha tachado ‘recortes’; y donde Zapatero ponía ‘brotes verdes’, Pedro Sánchez ha puesto ‘reconstrucción’. Esperemos que el paralelismo se quede ahí.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (EFE)

Lo más difícil de entender de estas técnicas tan grotescas de comunicación social es que los resultados no resisten el más leve análisis de viabilidad: ninguna de las posibles razones que se puedan esgrimir para vetar el uso de una palabra compensa las consecuencias que acarrea a medio plazo. Por ejemplo, si no se quiere pronunciar la palabra ‘recortes’ porque se está plenamente convencido de que los acabará habiendo, es tan torpe el engaño que, al final, la negación provocará que aumenten el malestar y la decepción. Este sería el caso del mentiroso compulsivo, que engaña a sabiendas. Si lo que ocurre es que no se emplea la palabra porque, aunque no se pueden descartar los recortes, tampoco es imposible evitarlos, también es una torpeza ocultarlo; bastaría con explicarlo, con la sinceridad. Algo así, “miren, el Gobierno no quiere hacer recortes, y creemos que podemos evitarlo con los incentivos aprobados para reactivar la economía, pero no podemos descartar que la situación empeore y haya que adoptar otras medidas”.

Tras la paralización de la economía, todo el mundo es muy consciente de la gravedad de la situación económica y lo único que puede enervar aún más su estado de ánimo es que se le pretenda engatusar con falsas esperanzas. La última explicación que nos queda a la prohibición de la palabra es que el Gobierno esté convencido de que no los habrá, y que incluso pueda garantizarlo, pero ese no puede ser el motivo. Es imposible porque, de ser así, no solo no se suprimiría la palabra sino que se jalearía a diario para desmentirla con rotundidad; una prueba determinante de la buena gestión del Gobierno.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias (d), durante el último pleno del Congreso. (EFE/Mariscal)

La mayor preocupación de todo esto es que la decisión de suprimir la palabra ‘recortes’ no se haya adoptado sola, sino que esté acompañada de otras similares para disfrazar la verdad y cimentar la realidad idealizada de ‘reconstrucción’. Por esa razón, se ha instalado en el Gobierno de Pedro Sánchez, como han destacado algunos analistas económicos, que lo mejor es actuar como si este ejercicio económico no existiera, se borra el año 2020 y se acaba el problema. Por eso, como destacaba aquí ayer mi colega Carlos Sánchez, se aplazan hasta el 31 de diciembre los posibles concursos de acreedores tras los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) y se espera a que el año nuevo nos devuelva a la realidad de este principio de año, como si nada hubiera pasado. Si eso es lo que ocurre, mejor agarrarse a la barandilla.

Porque es una broma ilusoria como aquella de Tezanos en la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas de mayo pasado, que contenía la impresionante revelación de que los españoles eran más optimistas con su situación económica a medida que empeoraban la economía y las expectativas inmediatas; si en marzo solo el 35,8% de los españoles calificaba de “buena o muy buena” su situación económica personal, a finales de abril, después de tantas semanas encerrados, de tantos negocios arruinados, ese mismo porcentaje ascendía al 70%. Se aplazan los datos y se manipula la percepción, con lo que nadie pensará en los recortes.

Podría decirse ahora, a la vista de la estrategia del Gobierno, que del clásico “sangre, sudor y lágrimas”, a Sánchez se le olvidó hablar del sudor

En lo peor de la pandemia, el presidente Pedro Sánchez se inspiró en algunos discursos de Winston Churchill para subir la autoestima de los españoles, para elevar el ánimo y las esperanzas. “Aunque nos abrumen las cifras de contagio, resistiremos. Aunque nos preocupe el impacto económico, que nos preocupa y ocupa, resistiremos. Aunque nos cueste mantener la moral en pie. Unidos, resistiremos los golpes de la pandemia. Jamás nos rendiremos y venceremos”. Podría decirse ahora, a la vista de la estrategia del Gobierno, que del clásico “sangre, sudor y lágrimas”, a Pedro Sánchez se le olvidó hablar del sudor.

Hasta el presidente Mariano Rajoy, después de hacer lo contrario de lo que prometió en la campaña electoral, acabó admitiendo que “el camino para salir del pozo estará lleno de sacrificios”. Se prohíben las palabras para esconder una realidad, para camuflarla, para engañarla. En todo esto, hay un poso de pedagogía infantil, que es la que suelen utilizar los líderes políticos con la ciudadanía en sus discursos, acaso porque siempre piensan que la sociedad es inmadura, incapaz de entender la realidad. O, sencillamente, porque la mentira es la inercia de los políticos, aquello que les hace prometer siempre que van a construir un puente, aunque no haya río, como decía Nikita Jruschov, el camarada soviético que liberó a unos cuantos millones de presos políticos que el camarada Stalin había mandado a los gulags. También eso lo ocultan algunos, o lo disimulan, con lo que ya estaríamos ante una doble perversión, la del presente y la del pasado. En fin, lo dicho. ¿Recortes? Pues mire, esa palabra de la que usted me habla…

Cuando un político evita una palabra, un escalofrío recorre el cuerpo. Da hasta miedo, porque lo que uno piensa al momento es "cómo será de grande la avería, que no quieren ni mentarla". Pedro Sánchez no pronuncia la palabra ‘recortes’. En todas sus intervenciones, en el Congreso o en ruedas de prensa, el presidente del Gobierno de España construye sus discursos en círculo a partir de una palabra tachada que, de repente, se ha convertido en tabú. Como en los casos de corrupción, cuando el compañero de partido que se ha visto salpicado por un escándalo deja de existir nominalmente. Ya no tiene nombre ni apellidos, porque se subsume en un concepto etéreo, “esa persona de la que usted me habla…”. Como si al borrar el nombre, desapareciera el marrón; como si al quitar la palabra, evitaran el tropezón.

Pedro Sánchez