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Las cloacas de Podemos
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Javier Caraballo

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Las cloacas de Podemos

El partido ha experimentado un proceso de descomposición que toca fondo con la posibilidad de que Iglesias se haya comportado como un Villarejo de la política con el fin de controlar la organización

Foto: El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante su intervención en la primera sesión de control al Ejecutivo en el Congreso tras el fin del estado de alarma. (EFE)
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante su intervención en la primera sesión de control al Ejecutivo en el Congreso tras el fin del estado de alarma. (EFE)
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Denunciaban las cloacas del Estado aquellos que las emulaban; aquellos que, en los pocos años que llevan en la vida pública como partido político, han tejido una red inconfesable de prácticas e intereses destinados al exclusivo fin de alcanzar el poder. Las cloacas de Podemos. En seis años, desde 2014 hasta 2020, este partido ha experimentado un proceso acelerado de descomposición que toca fondo con esto que ahora se desvela, la posibilidad de que Pablo Iglesias se haya comportado como un Villarejo de la política con el fin de controlar la organización.

"Nos estamos adentrando en una selva oscura repleta de significantes del mal", dijo Pablo Iglesias cuando daba sus primeros pasos en política, y este Mowgli se ha adentrado tanto en la espesura que ya habla de tú a tú con la pantera negra. Con las últimas revelaciones de El Confidencial, podemos hilvanar los pasos de una inquietante evolución: el feminista radical, implacable contra el machismo, que en privado confesaba a sus amigos sus sueños sexuales de 'macho alfa' (“la azotaría hasta que sangre”); el político austero que no concebía la política si un representante público no vivía como sus electores y acabó comprándose un chalé de nuevo rico (Galapagar); el dirigente tolerante que defendía la asamblea como modelo de organización, pero laminó a todos sus discrepantes (Errejón, Bescansa, Miguel Urbán, Tania Sánchez, Rita Maestre…); el líder político que denunciaba la politización de los tribunales de Justicia y pactaba estrategias ocultas con un fiscal (“nos ha avisado Ironman”); el intelectual, en fin, que se presentaba como víctima de las cloacas del Estado mientras reproducía sus métodos para controlar la organización (la tarjeta dañada de Dina, sus mensajes cruzados, sus contactos, sus fotos íntimas…). Esa es la historia de una impostura, acaso la más fugaz de todas en política.

Foto: Pablo Iglesias, vicepresidente segundo del Gobierno. (El Herrero)

De todas formas, antes de continuar, conviene hacer algunas precisiones sobre eso que llamamos las 'cloacas del Estado' para no caer en la trampa grotesca de quienes presentan sus planteamientos antisistema como si fueran propuestas de la izquierda democrática. Ocurre igual que cuando se cuestiona el uso legítimo de la fuerza en un Estado de derecho para hacer cumplir la ley; quienes piensen que la democracia y la libertad son incompatibles con los principios de autoridad y disciplina no saben distinguir entre libertad y libertinaje. Parafraseando a Roosevelt, una gran democracia tiene que progresar y protegerse o pronto dejará de ser grande o democracia.

Las ‘cloacas del Estado’ es la expresión despectiva que se utiliza para hablar de algo necesario en una democracia, un sistema de protección no visible que tiene como misión la defensa del Estado de derecho frente a aquellos que quieren destruirla o deteriorarla. Los agentes secretos, los servicios de Inteligencia, los fondos reservados… Todo eso es lo que, como el sistema de alcantarillado de una ciudad, permanece en el subsuelo de una democracia para depurar el sistema y luchar con eficacia contra los enemigos de la libertad de todos. Pero incluso las alcantarillas tienen que ser un sitio controlado, previsible y visitable por quienes gobiernan la ciudad. Cuando las cloacas del Estado se alejan de su función principal y se convierten en un poder fáctico, con intereses ajenos a la defensa de la democracia, es cuando es necesario depurarlas y sanearlas para que vuelvan a cumplir su papel. Es, por ejemplo, lo que ha podido ocurrir con el comisario Villarejo. Pero eso ya es otra historia.

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Una organización democrática también tiene sus normas internas y la disciplina de sus miembros adquiere la misma importancia. Pero cuando se habla de cloacas o de cañerías, siempre se refieren a actividades ilegales que, por lo general, tienen que ver con la financiación ilícita y, a partir de ahí, con el enriquecimiento de algunos. La sorpresa con las prácticas de Podemos es la aceleración del deterioro y la profundidad del pozo que se adivina. Como todo es tan reciente en este partido, esta historia se remonta a finales del año pasado.

En diciembre, la dirección de Podemos decidió expulsar al coordinador del área judicial, José Manuel Calvente, acusado de acoso sexual en el interior de la organización. Calvente se defendió con un relato de las verdaderas razones que, a su juicio, estaban tras su destitución: había denunciado diversas prácticas ilegales, desde cobros en negro de 600 o 900 euros mensuales por parte de algunos dirigentes hasta el uso de datos del referéndum interno sobre el chalé de Galapagar para purgar a los disidentes. Y una cosa más, que es la que tiene relevancia ahora: denunció internamente que una de las integrantes del equipo jurídico de Podemos, Marta Flor, mantenía relaciones íntimas con un fiscal anticorrupción, lo que podía condicionar la estrategia de este partido en los tribunales. Esa abogada fue, precisamente, la que lo acusó del acoso sexual que sirvió a Pablo Iglesias para expulsarlo.

Foto: Los diputados de Podemos en el Congreso. (EFE)

"Son una mafia, llevan a cabo actuaciones mafiosas. Lo último ha sido este paso, fabricar pruebas falsas", dijo Calvente. La relevancia de lo publicado ahora por El Confidencial es que la versión de Calvente es la que cobra verosimilitud porque, efectivamente, Marta Flor mantenía una estrecha relación con un fiscal anticorrupción, como demuestran los mensajes de un chat conjunto. Muchas de esas pruebas estaban en un teléfono móvil que alguien había robado, el de una asesora de Podemos, Dina Bousselham, del que Pablo Iglesias tenía una copia de la tarjeta que guardó durante meses y que, al entregarla al juzgado, misteriosamente, se había inutilizado, se había quemado.

Foto: El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias. (EFE)

Al final, la pregunta ante la que nos situamos es simple: ¿qué es capaz de hacer Pablo Iglesias con tal de asegurar su liderazgo en Podemos y, por ende, su presencia en el Gobierno como vicepresidente? En los primeros años de su aventura política, el líder de Podemos repitió en cada entrevista que su modelo de gestión para llegar al poder era Lenin, “el genio bolchevique”, el hombre que convirtió la teoría marxista en un plan de conquista del poder. “Esto es lo que sitúa a Lenin, independientemente de sus ideas, en una figura para la ciencia política equiparable a lo que representan Maquiavelo o Weber”, dijo Pablo Iglesias en aquellos inicios, cuando todavía Podemos era una fuerza política cohesionada y creciente.

Las cloacas de Podemos que ahora conocemos nos descubren la lealtad de Pablo Iglesias con sus referentes ideológicos. Ahora sabemos que también ha aplicado los consejos de Maquiavelo sobre el necesario engaño del ser político: “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. Pues eso.

Denunciaban las cloacas del Estado aquellos que las emulaban; aquellos que, en los pocos años que llevan en la vida pública como partido político, han tejido una red inconfesable de prácticas e intereses destinados al exclusivo fin de alcanzar el poder. Las cloacas de Podemos. En seis años, desde 2014 hasta 2020, este partido ha experimentado un proceso acelerado de descomposición que toca fondo con esto que ahora se desvela, la posibilidad de que Pablo Iglesias se haya comportado como un Villarejo de la política con el fin de controlar la organización.