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PP vasco, derrota cayetana
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Javier Caraballo

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PP vasco, derrota cayetana

La imposición de un candidato, de una coalición electoral y de un discurso ha tenido como resultado esta derrota tan esclarecedora en las elecciones vascas; una ‘derrota cayetana’, se diría

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado (i), y el candidato a lehendakari por la coalición PP+Cs, Carlos Iturgaiz (EFE)
El presidente del PP, Pablo Casado (i), y el candidato a lehendakari por la coalición PP+Cs, Carlos Iturgaiz (EFE)

Veintidós años después, el mismo partido, las mismas siglas y el mismo candidato, pero con un resultado esclarecedor de esa pirueta absurda que nadie practica en política. Veintidós años después, el Partido Popular ha perdido tres de cada cuatro votantes porque, con el mismo partido, las mismas siglas y el mismo candidato, ha petrificado su gran complejo en el País Vasco, la incapacidad de superar el pasado.

Una estatua de sal, como la mujer de Lot, con la cabeza girada al ayer. Nada ni nadie podría haber encarnado mejor que Carlos Iturgáiz una frustración así, la impotencia de no saber avanzar, que es lo que está descomponiendo al Partido Popular en el País Vasco.

En ninguna otra comunidad de España ha existido una injerencia política similar a la que ha ejercido la dirección nacional del Partido Popular sobre los dirigentes vascos y esa política teledirigida, adaptada al discurso que interesa en Madrid, pegada los adoquines de la carrera de San Jerónimo o de la calle Génova pero despegada de las aceras de Vitoria, de Bilbao o de San Sebastián, es la que ha consumado este declive portentoso, esa decadencia tan crudamente ejemplificada en el mismo partido, las mismas siglas y el mismo candidato veintidós años después. Esa imagen implacable del paso del tiempo…

Evolucionar no es claudicar, cambiar no es olvidar, avanzar no es renunciar

Ya se destacó aquí una vez la frase definitoria de uno de los últimos dirigentes políticos de los populares vascos, Borja Sémper, cuando abandonó la dirección del partido y dejó inscrita en los titulares la imposibilidad de hacer política de esa forma: “Si la política es muy exigente y desgasta, en el caso del País Vasco es una trituradora”.

Una trituradora de todo aquel que intente superar un pasado que ya no existe, aunque la pena y el dolor, la rabia y la impotencia, el orgullo y las lágrimas, se mantengan intactos en el recuerdo. Evolucionar no es claudicar, cambiar no es olvidar, avanzar no es renunciar. Y, en todo caso, lo que no se puede pretender es hacer política a tantos kilómetros de distancia, imponiendo el discurso que conviene en otras esferas.

Foto: Alonso, arropado por cargos del PP nacional en la jornada de este viernes en la convención del PP vasco. (EFE)

Podemos fijarnos en un momento de esta historia reciente, una de las colisiones más sonadas entre el interés del PP vasco por evolucionar y la inmediata desautorización que llegó impulsada desde Madrid. Fue la anterior presidenta del partido, Arantxa Quiroga, cuando quiso aprobar un simple comunicado, que también suscribiría Bildu, para que todas las fuerzas políticas rechazaran el uso de la violencia. En pocas horas, tuvo que dimitir, vencida y acorralada.

Y dijo: “El PP ha estado en la vanguardia de la lucha contra ETA y ahora que ETA ya no mata debemos estar en la vanguardia de la búsqueda de la convivencia y de la defensa de las víctimas. Hay que dar un paso adelante. De la resistencia frente al terrorismo a ser un partido con influencia. No sembremos semillas de futuras violencias, sembremos semillas de convivencia”.

El hecho de que ese comunicado conjunto no incluyese la palabra ‘condena’ fue suficiente para que a la presidenta de los populares vascos le llovieran todo tipo de descalificaciones desde los cenáculos madrileños, esa expresión rancia que tan bien resume la espiral constante de intrigas y elucubraciones de la capital de España.

¿Por qué puede Feijóo adaptar la oferta política del centro derecha a Galicia y en el País Vasco esa misma pretensión resulta imposible?

Recurramos a una simple comparación, que se puede extender también a los resultados electorales: ¿Por qué pueden algunos líderes regionales del PP, como Alberto Núñez Feijóo, adaptar la oferta política del centro derecha a las peculiaridades de la sociedad gallega y en el País Vasco esa misma pretensión resulta imposible o siempre es desacreditada?

Si la respuesta evidente es el pasado asesino de ETA, la adaptación del discurso político a la sociedad vasca es, incluso, una necesidad más imperiosa, una urgencia mayor porque se trata de superar un pasado miserable. En las elecciones vascas de 1998, cuando se presentó por primera vez Carlos Iturgaíz como candidato del Partido Popular, la banda criminal ETA acababa de asesinar a José Luis Caso, a José Ignacio Iruretagoyena y a Miguel Ángel Blanco. “Nos están matando como a gorriones con chimbera. Pero hay que aguantar y vencer el miedo. No podemos vivir arrodillados ante una minoría de sinvergüenzas”, dijo entonces Iturgáiz y aquel gesto de valentía conectó al PP, como nunca, con la sociedad vasca.

placeholder Alfonso Alonso (d) y la portavoz en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo (i) en un acto en 2019. (EFE)
Alfonso Alonso (d) y la portavoz en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo (i) en un acto en 2019. (EFE)

En estas elecciones de 2020, la noticia más impactante de la campaña electoral vasca ha sido un sondeo de la Universidad de Deusto en el que se desvelaba que casi la mitad de los universitarios del País Vasco no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco. Y cuando les preguntan por sus preocupaciones, los jóvenes vascos hablan de la violencia de género, el cambio climático, el terrorismo internacional, los refugiados y el desempleo. ¿Tiene sentido que Pablo Casado, como ha ocurrido en estas elecciones, haga campaña reivindicando “la unidad de los demócratas frente al terrorismo”, con Carlos Iturgáiz al lado, exponente político máximo de lo que le preocupaba a la sociedad vasca hace veintidós años?

La persona que, en estos últimos tiempos, ha representado de forma más abrupta la política teledirigida que se le impone al Partido Popular del País Vasco es la portavoz del Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo. Ella fue la protagonista del último choque con los dirigentes del PP vasco cuando les recriminó su “tibieza” frente al nacionalismo; algunos le plantaron cara y acabaron abandonando.

Finalmente, hasta cayó Alfonso Alonso como candidato y Cayetana Álvarez de Toledo pudo presentar a Carlos Iturgáiz, rescatado de la jubilación política, como "un ejemplo de coraje, convicciones democráticas y capacidad de desafío frente al nacionalismo”. Algo que, insistamos de nuevo, no osaría hacer en Galicia o en Andalucía, donde los presidentes populares buscan, insistentemente, la identificación con los referentes históricos del nacionalismo.

Foto: El presidente del PP, Pablo Casado (i), saluda al líder del PP gallego, Alberto Núñez Feijóo. (EFE)

Pues bien, en el caso del País Vasco, para la portavoz del PP, cualquier intento de adaptación, acercamiento o entendimiento con el nacionalismo es una muestra de debilidad moral. Cuando Cayetana lo dijo el año pasado, recalcó, además, que esa política era la única garantía de fracaso en unas elecciones. Pasada la jornada electoral, ya no se ha fijado en la derrota y, trascendiendo de los resultados, ha insistido en el mismo discurso, la importancia de “construir una alternativa constitucionalista”, que es otro importante desvarío, la sistemática y frívola exclusión del sistema democrático de quienes piensan diferente.

La imposición de un candidato, de una coalición electoral y de un discurso ha tenido como resultado esta derrota tan esclarecedora en las elecciones vascas; una ‘derrota cayetana’, se diría. También esto lo dijo Borja Sémper, al que se mencionaba al principio, y en vez de insistir en la petrificación del pasado, el PP debería anotárselo como lección para el futuro: “Cuando el escenario cambia, la sociedad cambia, evoluciona, y un partido político debe evolucionar también con la sociedad”.

Veintidós años después, el mismo partido, las mismas siglas y el mismo candidato, pero con un resultado esclarecedor de esa pirueta absurda que nadie practica en política. Veintidós años después, el Partido Popular ha perdido tres de cada cuatro votantes porque, con el mismo partido, las mismas siglas y el mismo candidato, ha petrificado su gran complejo en el País Vasco, la incapacidad de superar el pasado.

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