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Del trauma de ETA y el acercamiento de presos
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Javier Caraballo

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Del trauma de ETA y el acercamiento de presos

Es necesario que transcurra un lapso de tiempo, a veces de hasta una o dos generaciones, para que se pueda volver la vista atrás y ajustar las cuentas con el pasado

Foto: Josu Ternera. (EFE)
Josu Ternera. (EFE)

Primero fue la incredulidad y la desconfianza, el temor de que ETA nunca desaparecería, pero pasaron los meses, y los años, después de aquel comunicado anunciando "el final de la actividad armada", en 2011, y lo que sobrevino fue un silencio atronador en la sociedad. Ya habían transcurrido dos años desde el último asesinato en España (la última víctima del terrorismo vasco fue un gendarme francés, en marzo de 2010) y era tan intensa la necesidad de superar aquella amargura, tantos despertares de terror, la imagen de un cuerpo acribillado, tendido sobre la acera, que cuando ETA dejó de matar, pareció que la sociedad española decidió olvidarse de todo.

La conciencia de un pueblo reacciona ante los traumas de forma muy parecida a como actuaríamos cada uno de nosotros después de sufrir un fuerte impacto emocional, un revés duro de la vida, un golpe helado que nos deja en estado de 'shock', noqueados, sin capacidad ni para articular una palabra. Es necesario que transcurra un lapso de tiempo, a veces de hasta una o dos generaciones, para que se pueda volver la vista atrás y ajustar las cuentas con el pasado. Ese es el momento en el que nos encontramos; de ahí esta inesperada, o significativa, proliferación de series televisivas, documentales y literarias, sobre los cincuenta años de horror de la banda terrorista etarra.

Foto: El Confidencial

La irrupción de toda esta producción audiovisual es especialmente llamativa porque, solo una década después del último asesinato etarra, los resultados de las encuestas que se han realizado sobre el conocimiento de ETA son desoladores. Algunos de los episodios que aún conservamos como hachazos en la memoria, se han evaporado en las nuevas generaciones: el 60 por ciento de los jóvenes españoles no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco, pero es que a casi un 80 por ciento le pasa lo mismo con el secuestro de Ortega Lara o con los GAL (encuesta de GAD3). ¡Cincuenta años de atentados, con casi mil muertos en los cementerios, se diluyen en la conciencia en menos de una década! ¿Cómo puede ser posible? Podríamos establecer diversas teorías, entre ellas, una vez más, la que nos conduce al sistema educativo, pero, si trascendemos de eso, quizá lo mejor sea pensar que todo esto obedece a los patrones de un trauma social, como se decía antes.

Es decir, tras el inmenso dolor, el estado 'shock' nos conduce al olvido y, pasado un tiempo, a recordar lo sucedido, con la distancia adecuada, para supurar las heridas que hayan quedado abiertas y poder mirarnos directamente a los ojos para entender cómo pudo ocurrir. Para que un trauma social así no deje secuelas y, sobre todo, para que ese enorme sufrimiento pueda servirnos de algo, es muy necesaria esta revisión detallada de tantas miserias, tantos silencios, tanta equidistancia. Una sola viuda de un guardia civil extremeño, murciano o andaluz que sufriera la humillación y el desprecio de la sociedad vasca después de que le asesinaran a su marido merece hoy el reconocimiento que siempre les negaron.

Una sola viuda de un guardia civil que sufriera la humillación de la sociedad vasca después de que le mataran a su marido merece hoy un reconocimiento

Pero, además del recuerdo y de la supuración de las heridas que aún quedan abiertas, este fenómeno de recuerdo de la banda terrorista ETA debe servir para que el Estado español le ponga el final que le corresponde y que, hasta ahora, no se ha realizado. Es necesario que, pasada una década entera tras el último comunicado de la banda asesina, se reúna de nuevo el 'pacto antiterrorista' para certificar la victoria de la democracia española sobre ETA. Desde los años de la Transición, tan solo el terrorismo etarra ha conseguido sentar en una misma mesa a los dos grandes partidos de la democracia española, el Partido Popular y el Partido Socialista, decididos a acabar, juntos, con un problema de Estado. "El Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español queremos hacer explícita, ante el pueblo español, nuestra firme resolución de derrotar la estrategia terrorista, utilizando para ello todos los medios que el Estado de Derecho pone a nuestra disposición", se leía en el preámbulo de aquel 'Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo' del que, este mes de diciembre, se cumplirán veinte años.

Pues certificada la derrota, que supone el mayor triunfo de la democracia española, el pacto antiterrorista debe volver a reunirse para constatar formalmente lo sucedido y rubricarlo con la mayor prueba que puede existir de esa victoria: la supresión de la política de dispersión de los presos etarras por las cárceles más alejadas de Euskadi, fundamentalmente en Andalucía.

Foto: La exdirigente de ETA, Carmen Guisasola. (EFE)

Esa política de alejamiento de los terroristas de sus familias y de su entorno social es contraria al espíritu constitucional de reinserción de los presos y a la propia legislación penitenciaria, pero durante años se entendió —y se demostró— que era necesario llegar hasta el límite mismo de la legalidad en beneficio de la lucha contra los terroristas; la dispersión de los presos era una parte más de la lucha contra ETA, y obtuvo los resultados que se esperaban de ella. El mismo pacto antiterrorista que la respaldó debe enterrarla ahora antes de que se produzca lo único que no debe suceder, que sea la presión de los grupos abertzales, los mismos que callaban o aplaudían tras cada asesinato de ETA, los que se apunten el 'éxito' de que un Gobierno les conceda el acercamiento de los presos etarras a las cárceles vascas. La grandeza de la derrota de ETA no se merece el final miserable de que se acabe con la política de dispersión por la negociación de unos presupuestos o por la conveniencia electoral de aquellos radicales de izquierda que siempre han comprendido más a los verdugos que a sus víctimas.

Esa decisión tiene que estar a la altura de lo que representa y, si hace unos años podía ser motivo de controversia social y política, ya no debería generar ninguna, como demuestra el extraordinario testimonio del coronel de la Guardia Civil, Manuel Corbí, en El Confidencial, a favor de ese acercamiento de presos. Una vez más: los dos partidos que representan a la inmensa mayoría de los españoles, PSOE y PP, deben reunirse de nuevo, aprovechando este inesperado recuerdo de cincuenta años de terror, para cerrar esa página de la historia con el último acuerdo que queda por suscribir una vez que los hemos derrotado, el del final de la política de dispersión de los presos de ETA.

Primero fue la incredulidad y la desconfianza, el temor de que ETA nunca desaparecería, pero pasaron los meses, y los años, después de aquel comunicado anunciando "el final de la actividad armada", en 2011, y lo que sobrevino fue un silencio atronador en la sociedad. Ya habían transcurrido dos años desde el último asesinato en España (la última víctima del terrorismo vasco fue un gendarme francés, en marzo de 2010) y era tan intensa la necesidad de superar aquella amargura, tantos despertares de terror, la imagen de un cuerpo acribillado, tendido sobre la acera, que cuando ETA dejó de matar, pareció que la sociedad española decidió olvidarse de todo.

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