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Los trenes que pierde Andalucía

Protestar para que el campanario repique con compás flamenco, ¿es una frivolidad, una guasa gaditana o un delirio colectivo? Simboliza algunos de los males de la sociedad andaluza

Foto: Paco de Lucía. (EFE)
Paco de Lucía. (EFE)

De todas las protestas posibles, e incluso imaginables, que nos traen estos tiempos convulsos y este año funesto, nadie, con seguridad, apostaría por una movilización ciudadana para que se cambie el sonido del campanario de una iglesia o, por ser más precisos, una protesta en contra de que el reloj de la iglesia no tenga compás flamenco, ni arte ni nada. ¿Apostaría usted algo a que eso es verdad? Pues no solo es cierto, sino que, además, el hecho se produce en una de las regiones con más problemas laborales de España, Andalucía; en una de las provincias con un mayor índice de paro de Europa, Cádiz, y en una de las zonas con más problemas de narcotráfico e inmigración del mundo, el Campo de Gibraltar. En esas circunstancias, lo de la protesta para que el campanario repique con compás flamenco, ¿es una frivolidad, una guasa gaditana o un delirio colectivo? Pues, aunque esa pueda ser la apariencia y, en cierta forma, como se verá después, simboliza algunos de los males que aquejan la sociedad andaluza, la singular protesta algecireña es cosa seria y tiene fundados motivos para que los vecinos se hayan indignado. Y una buena parte de la culpa de este malestar ciudadano la tiene el obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zornoza; o mejor, la personalidad de este prelado, su ideología y su carácter, que nunca ha logrado conectar con un sector importante de los sacerdotes de la provincia y de sus feligreses, que lo sufren como un desafío divino.

Foto: El obispo de Cádiz, Rafael Zornoza. (Foto: Diócesis de Cádiz y Ceuta) Opinión
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La pretensión de que el histórico reloj de la torre homenajee, dos veces al día, al algecireño más universal, Paco de Lucía, con los tonos de ‘Entre dos aguas’, viene de antiguo, pero es ahora cuando ha alcanzado más repercusión, impulsada por un viejo amigo del guitarrista, el compadre Victoriano Mera, y por un algecireño comprometido, inquieto y enamorado de su ciudad, Javier Ortega. Ni el reloj, ni el campanario ni la iglesia de Nuestra Señora de la Palma son obras menores; todas proceden del último tercio del siglo XVIII, cuando el obispado mandó construir una gran iglesia para acoger a toda la población que acababa de llegar de Gibraltar, rapiñada por los ingleses aprovechando el caos español en la Guerra de Sucesión. El reloj, en concreto, es un ejemplar único, un reloj de péndulo que fabricó George Graham, uno de los relojeros más afamados de aquella Europa de grandes monarquías decadentes. La cuestión es que el primero, el compadre, viene dándole vueltas a la idea desde hace tiempo y cuando se lo contó a Javier Ortega, este se puso a organizarlo todo, con la seguridad de que la iglesia sería el menor de sus inconvenientes, porque ya existen otros muchos precedentes de campanarios en los que el reloj, en horas precisas, toca melodías identificativas con la ciudad o con el entorno.

Foto: El cantante Paco de Lucía (Efe)
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Pero se equivocaba; encontró a los profesionales que se comprometían a hacer realidad ese sueño, recibió el aliento y el apoyo de la familia de Paco de Lucía y de cientos de ciudadanos anónimos y famosos, como Alejandro Sanz, pero se topó con la iglesia. Ahí es donde entra en escena el obispo de Cádiz, que aún tiene pendiente en los tribunales, tanto en los canónicos como en los civiles, su enfrentamiento con el antiguo sacerdote de Vejer de la Frontera, tras una misteriosa e intrigante polémica de mafias de inmigración y sobornos. En definitiva, que después de aquello, que ya le costó la antipatía de muchos sacerdotes de su prelatura, ahora el obispo se ha negado tajantemente a cualquier modificación en el soniquete del reloj del campanario por dos motivos: religiosos y patrimoniales. Dice así la carta que ha enviado a Ortega: “El cambio propuesto contradice los criterios diocesanos relativos al Patrimonio, que consideran que debe preservarse el reloj con el sonido que lo caracteriza. Y además, entendemos que debemos conservar la iglesia de Nuestra Señora de la Palma con la mayor fidelidad posible, no introduciendo elementos que alteren su carácter religioso como Templo abierto al Culto y edificio histórico”. Luego añade el obispo que, en todo caso, si de lo que se trata es de reconocer la genialidad incuestionable de Paco de Lucía, “hay otras fórmulas más adecuadas para homenajearlo”.

El obispo añade que si de lo que se trata es de reconocer la genialidad de Paco de Lucía, “hay otras fórmulas más adecuadas para homenajearlo”

Hasta ahí la polémica, que continuará, evidentemente, hasta que el obispo dé su brazo a torcer o los algecireños se cansen. Pero, si nos remontamos a las dudas planteadas al principio, la cuestión está en la concentración de esfuerzos en una causa como esta, en vez de enfocar las protestas hacia alguno de los otros muchos aspectos que hacen de esta comarca una zona deprimida y olvidada desde hace decenios. Por ejemplo, estos días, se ha publicado en los medios locales la profunda decepción generada al comprobar en el proyecto de Presupuestos Generales del Estado que, una vez más, se han evaporado las promesas de financiación de la línea férrea que une Algeciras con Bobadilla, esencial para el desarrollo del puerto algecireño, el más importante del Mediterráneo y entre los cinco primeros de Europa. Pues bien, el Gobierno había prometido 300 millones de euros para modernizar esa vía férrea, pero en los Presupuestos solo aparecen 35 millones. Ahora dice la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que no se preocupen, que el resto del dinero, 265 millones, los han incluido, ocultos, en una partida genérica de 'alta velocidad'.

¿Será cierto o es una artimaña política más de la ministra Montero? Pues cualquiera sabe, porque la historia de la dejadez de este puerto, pese a su importancia, es legendaria. El año pasado, el periódico 'Europa Sur' publicó el siguiente titular: “Un siglo esperando el tren”. Y explicaba que el 21 de enero de 1919 las Cortes españolas aprobaron un ambicioso proyecto para la construcción de una línea de ferrocarril electrificada, de doble vía y ancho europeo, que conectara el puerto algecireño con la frontera francesa. “Un siglo después —decía el periódico—, Europa sigue considerando prioritaria esa conexión de ferrocarril, pero la realidad es muy distinta: la vía sigue siendo del siglo XIX, sin electrificar y de ancho ibérico”. Los trenes de progreso y de desarrollo que pierde Andalucía tienen que ver, como ocurre en otras zonas de España, con una determinada política centralista, que ha apostado por unos territorios en detrimento de otros, pero también, indudablemente, con el carácter de sus gentes. Carlos Cano llegó a ponerle hasta música en sus inolvidables 'Murgas de Emilio el Moro': "Si en vez de ser pajaritos, fuéramos tigres bengala, a ver quién sería el guapito de meternos en una jaula".

De todas las protestas posibles, e incluso imaginables, que nos traen estos tiempos convulsos y este año funesto, nadie, con seguridad, apostaría por una movilización ciudadana para que se cambie el sonido del campanario de una iglesia o, por ser más precisos, una protesta en contra de que el reloj de la iglesia no tenga compás flamenco, ni arte ni nada. ¿Apostaría usted algo a que eso es verdad? Pues no solo es cierto, sino que, además, el hecho se produce en una de las regiones con más problemas laborales de España, Andalucía; en una de las provincias con un mayor índice de paro de Europa, Cádiz, y en una de las zonas con más problemas de narcotráfico e inmigración del mundo, el Campo de Gibraltar. En esas circunstancias, lo de la protesta para que el campanario repique con compás flamenco, ¿es una frivolidad, una guasa gaditana o un delirio colectivo? Pues, aunque esa pueda ser la apariencia y, en cierta forma, como se verá después, simboliza algunos de los males que aquejan la sociedad andaluza, la singular protesta algecireña es cosa seria y tiene fundados motivos para que los vecinos se hayan indignado. Y una buena parte de la culpa de este malestar ciudadano la tiene el obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zornoza; o mejor, la personalidad de este prelado, su ideología y su carácter, que nunca ha logrado conectar con un sector importante de los sacerdotes de la provincia y de sus feligreses, que lo sufren como un desafío divino.

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