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El franquismo sociológico y el Pazo de Meirás
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Javier Caraballo

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El franquismo sociológico y el Pazo de Meirás

Primero se exhumó el cadáver y ahora se expropia el más famoso de sus bienes; son las fases de la deconstrucción del franquismo, pero ahí no acaba la estela de la dictadura

Foto: Fachada del Pazo de Meirás, en el 'concello' coruñés de Sada. (EFE)
Fachada del Pazo de Meirás, en el 'concello' coruñés de Sada. (EFE)

Primero se exhumó el cadáver y ahora se expropia el más famoso de sus bienes; son las fases materiales de la deconstrucción del franquismo, pero ahí no se acaba la estela de la dictadura. ¿O es que quienes lo promueven pensaban que eso era lo peor del franquismo, la herida más profunda que la dictadura ha dejado en nuestra sociedad? No, no, en absoluto, el cadáver del dictador y el pazo que habitó solo representan las cosas materiales, el cuerpo y los bienes, que es lo más fácil de demoler o de arrebatar.

Quizá también lo más inmediato, por su simbolismo necesario: si alguien pensaba que la Transición democrática necesitaba ese gesto para completarse, para cerrarse, pues ya está finalizada esa etapa grandiosa con la recuperación por parte del Estado del Pazo de Meirás, aquel fantástico palacio gallego que el dictador se apropió para sus descansos veraniegos. Pero una vez completada la liquidación material de los restos del franquismo más significados, ahora queda la batalla contra las secuelas sociológicas y políticas del franquismo, que son mucho más complejas de desarmar porque, muchas de ellas, pueden estar representadas y latentes en aquellos que más dicen combatir el franquismo. ¿Quién está dispuesto a profundizar en los estratos sociológicos del franquismo que perduran y derribarlos? Pero no está en escudos o en callejeros, no son estatuas sino personas, dirigentes de la actualidad. Exhumado Franco del Valle de los Caídos y expropiado el Pazo de Meirás, ahora nos queda enfrentarnos al franquismo sociológico que, para sorpresa de muchos, no es un cadáver, sino que está vivo. Veamos algunos aspectos de esa estela, con el convencimiento íntimo de que, a diferencia de los otros, este legado se querrá tapar o esconder. Ninguna memoria histórica lo va a combatir.

Foto: Se procede a inventariar el Pazo de Meirás por orden judicial. (EFE)

La secuela más próxima de ese franquismo sociológico es la que nos remite a la historia del Pazo de Meirás, a partir de la muerte de su propietaria primera, la escritora Emilia Pardo Bazán, a quien muchos podrán todavía imaginar tras el Balcón de las Musas, o sentada en su escritorio en la Torre de la Quimera. Esa historia de mágica ensoñación se prostituye abruptamente cuando, tras la Guerra Civil, las correspondientes juntas falangistas arrebatan el pazo a sus herederos y se lo entregan a ‘su generalísimo’, no solo como gesto de vasallaje, sino para asegurarse sus futuros favores.

El vasallaje, como siempre, se lo endosan a los ciudadanos, a los pobres gallegos, a los que se obligó a sufragar la restauración del palacio con aportaciones de ‘espontánea iniciativa popular’. El escritor Mariano Sánchez Soler, que ha publicado varias obras sobre el patrimonio acumulado por la familia Franco, sostiene en algunas entrevistas algo tan fácilmente imaginable como que “la gran mayoría de sus bienes los lograron con tráfico de influencias”, además de los cuantiosos regalos que recibía en El Pardo, en las audiencias semanales, en las que le entregaban al dictador “presentes con precio tasado previamente por la Casa Civil y de los que nunca han dado cuenta”.

placeholder Vista del Pazo de Meirás. (EFE)
Vista del Pazo de Meirás. (EFE)

La relación del poder político con el enriquecimiento personal se podría remontar al principio de los tiempos, es verdad; se podría vincular con el concepto mismo de poder, pero el caso de la democracia española es paradigmático. Se inaugura un nuevo régimen, el democrático, y la nueva clase política que llega al poder, que nada había tenido que ver con la dictadura, reproduce el esquema podrido del tráfico de influencias, el caciquismo, los favores y el enriquecimiento. La corrupción transversal que existe en España, referida principalmente a los casos de corrupción demostrados en el PSOE y en el PP, merece hacerse la pregunta. ¿Por qué se acabó el franquismo y siguió la corrupción? Estaría bien indagarlo, incluso hasta las raíces biográficas de la clase dirigente actual, política y empresarial.

En la concepción extremista de la política como arma de destrucción del adversario, son aún más evidentes las conexiones que existen entre una dictadura como la de Franco y los movimientos populistas que, aun siendo de izquierdas y declarándose antifascistas a diario, reproducen milimétricamente el esquema totalitario que dicen detestar. En el caso de España —también en este aspecto—, se encuentran algunas peculiaridades nacionales, porque el violento ambiente de enfrentamiento que precedió a la Guerra Civil sigue latente en la actualidad o, por lo menos, se detecta un ánimo incomprensible por resucitarlo, en vez de profundizar en lo contrario.

La manipulación y la tergiversación de la historia son lo contrario de lo que persigue una democracia

No hay más que asistir a una de las sesiones del Congreso de los Diputados para descubrir en los discursos de muchos portavoces políticos esa bilis que pertenece por igual a todos los Estados dictatoriales, comunistas o fascistas, y que, en el caso español, caracterizó el breve periodo democrático de la Segunda República. El revanchismo y el sectarismo, la imposición sobre el contrario hasta su destrucción. ¿Por qué se acabó el franquismo y, al cabo de los años, se resucitó el odio? Es la misma pregunta que podemos hacernos cuando observamos el interés bastardo de querer imponer una historia por encima de los hechos; una historia acorde a los intereses de una ideología, no a lo sucedido realmente.

La manipulación y la tergiversación de la historia son lo contrario de lo que debería perseguir una democracia. Para superar el franquismo, para no repetir aquella etapa negra de nuestro pasado reciente, es necesario conocer la historia, desnuda y desapasionada, dependiente solo del rigor científico. Lo contrario es el uso político del franquismo en la democracia para obtener una falsa legitimidad y recabar ideología en la confrontación, que pretendidamente se mantiene viva para que sirva a tal fin. La reparación necesaria de la dignidad y de la memoria de las víctimas del franquismo ha sido un proceso largo que comenzó nada más morirse el dictador, con las leyes de amnistía, y posteriormente con la Ley de Memoria Histórica en su aspecto más noble, el de mantener abierta la exigencia de intentar localizar los cadáveres de miles de personas asesinadas y enterradas en fosas comunes.

A partir de ahí, la memoria histórica no se puede convertir en un arma política de la actualidad, como si la Guerra Civil no se hubiera terminado y fuese ahora cuando la ganan quienes ni siquiera habían nacido cuando se murió Franco. Ese es un disparate tan efectivo para el político que lo agita que resulta tenebroso para una sociedad. Es tanto el ruido que se crea en cada trifulca que lo primero que queda sepultado es la verdad. También en el franquismo se manipuló y tergiversó la historia, ¿por qué se quiere repetir la misma atrocidad, aunque sea en el sentido contrario?

Primero se exhumó el cadáver y ahora se expropia el más famoso de sus bienes; son las fases materiales de la deconstrucción del franquismo, pero ahí no se acaba la estela de la dictadura. ¿O es que quienes lo promueven pensaban que eso era lo peor del franquismo, la herida más profunda que la dictadura ha dejado en nuestra sociedad? No, no, en absoluto, el cadáver del dictador y el pazo que habitó solo representan las cosas materiales, el cuerpo y los bienes, que es lo más fácil de demoler o de arrebatar.

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