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Pablo Iglesias hace de Alfonso Guerra
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Javier Caraballo

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Pablo Iglesias hace de Alfonso Guerra

Es evidente que nada tienen que ver una figura política y otra, pero lo trascendente no es eso sino la representación política de ambos

Foto: El vicepresidente segundo y líder de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
El vicepresidente segundo y líder de Podemos, Pablo Iglesias. (EFE)
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Con la rapidez con que se suceden los actos en política, el desvelo cambió su sentido nada más estrecharse las manos. Si Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE, no dormía solo de pensar que tendría que gobernar con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en cuanto firmaron el pacto de coalición, los motivos del insomnio se trasladaron al más elemental de los objetivos de la política: cómo engullir al adversario en unas próximas elecciones. La preocupación se convirtió en calculada planificación para que, en el nuevo asalto electoral, el Partido Socialista recupere plenamente el amplio espacio de centro izquierda que lo convierte en partido de gobierno, al igual que sucede con el Partido Popular en cuanto aglutina mayoritariamente a los electores del centro y la derecha.

Todo lo que ha sucedido en el Gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez desde que tomó posesión, hace ahora un año, debe interpretarse bajo ese exclusivo prisma de una lucha por el electorado de izquierdas que comenzó hace siete años, con la irrupción de Podemos y el declive del PSOE, que a punto estuvo de perecer en el sorpaso. Todas las disputas, todas las tensiones que se aprecian en el Gobierno tienen su origen en esa batalla que se libra internamente entre dos líderes que llegaron a la vez a la primera línea política y que acabarán, de nuevo, en el enfrentamiento directo y abrupto porque, en el fondo, siguen pensando lo mismo: Pedro Sánchez, que Pablo Iglesias no es de fiar ("Pablo Iglesias hace de la mentira su forma de hacer política"), y Pablo Iglesias, que Pedro Sánchez representa una izquierda acomodada y contaminada (“El PSOE es el partido de la cal viva”).

Foto: Firma del Protocolo de coordinación del gobierno de coalición. (EFE)

Pero, como es cosa sabida y asumida internamente, que nadie piense que las tensiones que afloran a los medios de comunicación ponen en peligro la estabilidad del Gobierno. “El pacto con Pablo Iglesias será duradero”, se sigue insistiendo en el seno del Partido Socialista. En momentos como estos en que nos encontramos, en los que el líder de Podemos inicia una gran ofensiva contra su socio de gobierno, lo que realmente sorprende es la distancia y la despreocupación con que se suelen contemplar estas embestidas en el entorno de Pedro Sánchez. Cuando afirman, quienes lo conocen, que el líder socialista cambió radicalmente su personalidad política tras el acoso al que se vio sometido para expulsarlo de la secretaría general del PSOE, siempre se refieren a la forma de gestionar los conflictos, con mano de hierro sin perder el semblante sonriente y sereno. Él mismo lo dijo cuando publicó aquel libro, ‘Manual de resistencia’, que parece que se aplica a diario: "Empecé a cobrar conciencia de la capacidad de resistencia que yo podía llegar a tener".

Si esa capacidad de resistencia la desarrolló en la batalla interna del PSOE, ahora en el Gobierno la tiene que aplicar a diario. Quiere decirse, en suma, que por mucho que Pablo Iglesias y los líderes de Podemos desplieguen todo su histrionismo en entrevistas y en redes sociales para desmarcarse de su socio de gobierno, no es probable que los líderes del PSOE secunden y alimenten esas polémicas, muchísimo menos Pedro Sánchez. Solo se complican algunos ministros bisoños y torpones en política, como ocurrió ayer con el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, ante el periodista Carlos Alsina, en Onda Cero, pero se trata de casos insignificantes por el peso político del protagonista, que solo acaba demostrando que él es capaz de asar la manteca. Otros ministros socialistas, que también han sido objeto de provocaciones y de ataques directos del líder de Podemos, como Margarita Robles o Nadia Calviño, podrían instruirlo para la próxima ocasión.

Foto: La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, conversa con el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias. (EFE)

La visión interna, en definitiva, esa que está marcada por la capacidad de resistencia, es otra bien distinta. Sostienen fuentes socialistas: “Podemos juega sus bazas políticas, es evidente, y están contentos porque piensan que están marcando la agenda política del Gobierno, pero todo eso ya se resolverá cuando se acerquen las elecciones. Por el momento, Pedro Sánchez se conforma con dos cosas: la primera es que Pablo Iglesias le obedece cuando lo llama a capítulo en algunas cuestiones importantes para la estabilidad y el respeto institucional. Y la segunda, es que Pablo Iglesias le hace el papel de Alfonso Guerra frente a la derecha y, más allá, frente a los poderes fácticos de la economía y las finanzas, que nunca dejan de apretar”.

De esas dos premisas, la primera es la más conocida porque, de una u otra forma, a veces abierta y otras subliminalmente, lo que se insiste tras cada ofensiva de Podemos, ya sea contra la Corona o contra la factura eléctrica, es que lo único importante es lo que se aprueba en el Consejo de Ministros y se publica en el BOE: todo lo demás son fuegos artificiales. La segunda, sin embargo, es novedosa y entronca, directamente, con la estrategia electoral futura de los socialistas. Es verdad, como se recuerda ahora, que en tiempos de Felipe González la figura de Alfonso Guerra como vicepresidente representaba el ala izquierda más acentuada, más intransigente, frente a la moderación que desplegaba el presidente. Era el Alfonso Guerra que repetía que él estaba “de oyente” en el Consejo de Ministros, como si se desentendiera de la izquierda moderada de su partido, y el que causaba revuelos enormes cuando arremetía públicamente contra los empresarios y proponía “una ley de hierro para los beneficios empresariales”.

Foto:  La ministra portavoz, María Jesús Montero, saluda al vicepresidente, Pablo iglesias, durante el pleno del Congreso. (EFE)

Es evidente que nada tienen que ver una figura política y otra, pero lo trascendente no es eso sino la representación política de ambos. En la década de los ochenta y hasta bien entrados los noventa del siglo pasado, el PSOE abarcaba casi todo el arco electoral de la izquierda española, gracias a esa dualidad de diseño en la cúpula entre González y Guerra, que fue lo que se rompió estrepitosamente hace seis años, con la irrupción de Podemos. Pedro Sánchez ha recuperado para el PSOE buena parte del electorado de izquierda que se fugó a Podemos, pero consideran que esa batalla aún se está librando. “Hay que centrar el discurso, por supuesto, pero por el momento el presidente sigue más preocupado por el ala izquierda que por el ala del centro izquierda”, añaden en el PSOE. Como solo ha transcurrido un año de Gobierno de coalición, aunque parezca un siglo, lo único que se puede añadir a este serial es el pertinente ‘continuará’.

Con la rapidez con que se suceden los actos en política, el desvelo cambió su sentido nada más estrecharse las manos. Si Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE, no dormía solo de pensar que tendría que gobernar con el líder de Podemos, Pablo Iglesias, en cuanto firmaron el pacto de coalición, los motivos del insomnio se trasladaron al más elemental de los objetivos de la política: cómo engullir al adversario en unas próximas elecciones. La preocupación se convirtió en calculada planificación para que, en el nuevo asalto electoral, el Partido Socialista recupere plenamente el amplio espacio de centro izquierda que lo convierte en partido de gobierno, al igual que sucede con el Partido Popular en cuanto aglutina mayoritariamente a los electores del centro y la derecha.

Alfonso Guerra Pedro Sánchez