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Javier Caraballo

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Iceta y la nación de naciones

En pleno 2021, llega un ministro nuevo al Gobierno, por el rebote del cambio de Gabinete a consecuencia de las elecciones en Cataluña, y se resucita otra vez la misma polémica

Foto: El nuevo ministro de Política Territorial y Función Pública, Miquel Iceta, ofrece un discurso durante el traspaso de carteras. (EFE)
El nuevo ministro de Política Territorial y Función Pública, Miquel Iceta, ofrece un discurso durante el traspaso de carteras. (EFE)

España es una nación de naciones. Y no porque lo diga Miquel Iceta, el nuevo ministro de Política Territorial, sino porque hace ya muchos decenios que los historiadores aceptan ese concepto, que no persigue otra cosa que el reconocimiento de la diversidad y el pluralismo de España. Qué sorpresa se llevarían muchos si comprobaran que esa expresión, con esa literalidad, no es una frivolidad inventada ahora, ni una degeneración democrática, sino que ya se manejaba en el franquismo. Pero es imposible que nadie se sorprenda, porque el problema fundamental es que España, lo que significa y supone, su realidad y su pasado, ha sido siempre un objeto arrojadizo que se arrastra hasta nuestros días, sin esperanza alguna de que cambie.

En ningún otro país del mundo, y por supuesto en ninguno con una historia equiparable a la nuestra, se habrán hecho más veces la misma pregunta: “¿Qué es España?”. Nosotros, sin embargo, llevamos siglos enredados en la misma duda, que en realidad es un laberinto absurdo, y justo ahora, desde la instauración de la democracia, que podría haber superado esa matraca que tanta fatiga provoca, nos hemos enzarzado en el mismo bucle de siempre. De forma que en pleno 2021, llega un ministro nuevo al Gobierno, por el rebote del cambio de Gabinete a consecuencia de las elecciones en Cataluña, y se resucita otra vez la misma polémica. Avalancha de críticas. “¡Vuelve a contar, Iceta, que en España solo hay una nación, no ocho!”. Definitivamente, España no se rompe porque ni siquiera se desgasta, que es lo que ocurriría en cualquier otra parte con estos debates estultos que no se agotan jamás, como el tonto y la vereda.

Foto: El secretario del PSC, Miquel Iceta, en un mitin de la formación. (EFE) Opinión

A ver, volvamos a contar, no las naciones, sino los antecedentes de esta polémica sempiterna. Tiremos lejos para que el hartazgo sea mayor… El concepto de la diversidad territorial de España ya se podría señalar en los Reyes Católicos cuando, en las cartas que les dirige Cristóbal Colón antes del Descubrimiento de América, se dirige a ellos como “rey y reina de las Españas”, en referencia, sin duda, a las marcadas diferencias entre las coronas de Castilla y Aragón. Todo esto, obviamente, solo tiene un valor anecdótico para el debate de la actualidad, porque hace cinco siglos ni siquiera existía el concepto de nación; incluso, si quieren, se puede utilizar como divertimento al calcular la que se formaría hoy en la política española si a alguien se le ocurriese rescatar para Felipe VI el título de ‘Rey de las Españas’… En fin, eso, que no supone más que lo que se indica, que esa diversidad es el sustrato sociológico en el que nos asentamos y que, con el paso de los siglos, ha ido cuajando la noción de una España plural en su identidad. Hasta llegar al acertado concepto de ‘nación de naciones’ que, como se refería antes, surge en pleno franquismo, en 1950, y su autor es el historiador José María Jover Zamora.

El periodista Antonio Papell recuperó hace tiempo las palabras del propio Jover cuando fue nombrado en 2004 doctor honoris causa en la Universidad Carlos III de Madrid: "Fue precisamente un largo artículo dedicado al siglo XVII, publicado en 1950 (…) cuando surge en mí el concepto de España como ‘nación de naciones’. Hablar de España como ‘nación de naciones’ no encierra ninguna contradicción; más bien supone, a mi manera de ver, una forma adecuada de expresar en tres palabras la complementariedad y el recíproco encaje existente entre España y el conjunto de regiones y naciones que la integran, definidas estas últimas por su lengua y tradición histórica peculiares, así como por la voluntad de desarrollar su respectiva personalidad en el marco de una realidad histórica, no solo estatal, que las trasciende: España".

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¿Cómo es posible que algunos se escandalicen hoy de aquello que hasta en el franquismo, un régimen de ridículas ínfulas imperiales, se admitía en las cátedras de Historia? Ni siquiera la Constitución española, que tanto mancillan aquellos que dicen defenderla con las líneas rojas que van pintando a diario, se cierra a una definición excluyente de España con respecto a los pueblos que la integran. La ambigüedad que se atribuye al artículo 2 de la Constitución, por la diferenciación entre nacionalidades y regiones, también puede contemplarse desde el deseo de aglutinar una realidad histórica variada, conjunta y plural al mismo tiempo. “La existencia de diversas naciones o nacionalidades no excluye, sino todo lo contrario, hace mucho más real y posible, la existencia de esa nación que para nosotros es fundamental, que es el cómputo y la absorción de todas las demás y que se llama España”, dijo uno de los padres de la Constitución, Gregorio Peces Barba, ya fallecido.

Resulta sorprendente —o más bien desolador— que 40 años después, un nuevo ministro socialista llegue a su despacho y sea noticia exactamente la misma idea de entonces: “Quiero una España fuerte en su unidad y orgullosa en su diversidad. Es la España en la que creo y quiero”, como dijo ayer Miquel Iceta. Este 'déjá vu' nos devuelve mentalmente a la Transición, otra vez a la casilla de salida, como si hubiera que construir el Estado de las autonomías y estuviera pendiente la cesión de múltiples competencias del Estado. Pero no nos engañemos, que esto no es una maldición, ni una pesadilla: esta es la trampa política en la que hemos caído como sociedad para que sigamos enredados en un debate absurdo que nos aleja de la realidad, nos impide pasar página y progresar. Que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír, ni peor desentendido que el que no quiere entender.

España es una nación de naciones. Y no porque lo diga Miquel Iceta, el nuevo ministro de Política Territorial, sino porque hace ya muchos decenios que los historiadores aceptan ese concepto, que no persigue otra cosa que el reconocimiento de la diversidad y el pluralismo de España. Qué sorpresa se llevarían muchos si comprobaran que esa expresión, con esa literalidad, no es una frivolidad inventada ahora, ni una degeneración democrática, sino que ya se manejaba en el franquismo. Pero es imposible que nadie se sorprenda, porque el problema fundamental es que España, lo que significa y supone, su realidad y su pasado, ha sido siempre un objeto arrojadizo que se arrastra hasta nuestros días, sin esperanza alguna de que cambie.

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