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Fernando Simón, mentiras de parvulario
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Javier Caraballo

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Fernando Simón, mentiras de parvulario

En el caso de Fernando Simón, además, no se trata de la metedura de pata de un día, insistió en lo mismo todo el mes de febrero y hasta bien entrado el mes de marzo de 2020

Foto: El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón. (EFE)
El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón. (EFE)
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Se ha cumplido un año de una frase que pasará a la historia de España: “No habrá más que algún caso diagnosticado. Esperemos que no haya transmisión local, pero si la hay, será muy limitada y controlada”. No es necesario añadir, siquiera, que se trata de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, ni que se refería a la pandemia de coronavirus, en los días posteriores a la aparición en España del primer caso, un turista alemán que estaba de vacaciones en La Gomera. Durante muchos años, esa frase se seguirá repitiendo como otras que pasan a formar parte de la jerga política y social, una especie de versión burlona de otras célebres como el “puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez.

En el caso de Fernando Simón, además, no se trata de la metedura de pata de un día, porque todo el mes de febrero y hasta bien entrado el mes de marzo de 2020, cuando se declaró finalmente el estado de alarma, siguió insistiendo en lo mismo, la escasa relevancia del virus: a los nueve días, repitió que “no hay razón para alarmarse con el coronavirus”, y 23 días después, lo remachó: “En España ni hay virus, ni se está transmitiendo la enfermedad ni tenemos ningún caso”. ¿Mentía Fernando Simón en ese momento? En las entrevistas que ha ofrecido en estos meses de pandemia, e incluso en algunas de sus comparecencias, el hombre se ha disculpado siempre diciendo que sus afirmaciones de entonces se correspondían con las recomendaciones que les llegaban de la Organización Mundial de la Salud, aunque la realidad de los contagios exponenciales que se iban produciendo en otros países se empeñara en demostrar, abruptamente, lo contrario.

El Gobierno ocultó las imágenes más duras de la pandemia, luego la política española convirtió aquello en un espectáculo bochornoso

Es verdad, al igual que ocurrió en la inmensa mayoría de los países, que en España se desconsideró la propagación del nuevo virus hasta que ya fue demasiado tarde, esencialmente por alertas pasadas que quedaron en nada, como la gripe A, con lo que es difícil determinar si Fernando Simón mentía o, simplemente, se dejaba llevar por esa norma política tan detestable de considerar la sociedad como un ente inmaduro, infantil, a la que es necesario dulcificar las malas noticias y, sobre todo, las malas expectativas. Como dice Antonio Muñoz Molina, siempre sensato, ácido y cabal, la política de nuestros días se ha entregado a la simpleza publicitaria de los anuncios de telefonía móvil, “esa utopía publicitaria y embustera de ‘Elige todo’ o ‘Lo que tú quieras, cuando tú quieras’; el adanismo atolondrado de los paraísos al alcance de la mano y el borrón y cuenta nueva”. Cientos de veces se ha proclamado en todo este tiempo maldito que estábamos en una nueva guerra mundial, pero ningún líder se ha atrevido a advertirnos, como Churchill al poco de empezar la II Guerra Mundial, que quedaban por delante muchos meses, o años, de “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Sobre todo, en un Gobierno como el de Pedro Sánchez, especialmente dotado para la profusión de mensajes publicitarios simplistas y la construcción de discursos en los que ni una sola palabra se escapa de lo políticamente correcto.

Pensemos, en este sentido, en el cuidadoso tratamiento que se ha dado durante toda la pandemia, especialmente al principio, a las consecuencias más trágicas, la de los miles de muertos que llegaron a colapsar los sistemas funerarios. El Gobierno, por esa consideración de la sociedad como un ente inmaduro, ocultó las imágenes más duras de la pandemia y, luego, la política española, como es tan grotesca y zafia, convirtió aquello en un espectáculo bochornoso de cadáveres, como si se los arrojaran cada vez que se subían a un atril a pronunciar sus discursos de insultos previsibles. En todo caso, es verdad, como dice otro académico de la Lengua, Darío Villanueva, que “la corrección política es una forma de censura sobre la lengua, que nadie tiene derecho a ejercer”, porque se priva a la ciudadanía de conocer la realidad sin deformaciones ni manoseos.

Foto: El director del CCAES, Fernando Simón, durante una rueda de prensa. (EFE)

La verdad que merece una sociedad adulta que sabe que la vida no es un camino de rosas y que prefiere conocer las dificultades que tendrá que afrontar antes de que la engañen con falsas promesas de prosperidad y bonanza. Esas mentiras de parvulario deben desterrarse de la política, aunque, para que eso ocurra, no nos engañemos, tiene que ser la propia sociedad la que las rechace. Y es ahí, precisamente, donde radica la mayor controversia de todo esto, en pensar que si los líderes políticos se dirigen a los ciudadanos como seres inmaduros, es porque saben que esa es la realidad social de nuestra época, una sociedad infantilizada y poco dada a los sacrificios y a las malas noticias.

En todo caso, como el aniversario es el de la metedura de pata de Fernando Simón, aprovechemos para dejar claro que ese debate se ciñe a las relaciones de los políticos con los ciudadanos y que, entre unos y otros, en una democracia asentada como la nuestra, existe un cuerpo de profesionales, funcionarios en todas las instituciones y organismos públicos del Estado, que no se pueden ver ni salpicados ni contaminados por las mentiras de la política, aunque sean ‘mentiras piadosas’. Quiere decirse que podría disculparse que Fernando Simón se equivocase cuando dijo aquella frase suya que pasará a la historia, pero lo que no tiene disculpa alguna es que durante muchos días y muchas semanas siguiera repitiendo que no era aconsejable el uso de las mascarillas. Y lo decía porque, según acabó admitiendo luego, no podía recomendarlo si en España se carecía de las cantidades necesarias para abastecer a la población. El deber de un profesional como él era el de comunicar la posibilidad de contagio sin mascarilla, no el de ocultar la falta de abastecimiento; su obligación era alertar a la población para que supiera a lo que se exponía si no disponía de una mascarilla. Y no lo hizo. Ese día, y no el de su famosa frase, Fernando Simón manchó definitivamente su biografía como profesional al servicio de un país.

Se ha cumplido un año de una frase que pasará a la historia de España: “No habrá más que algún caso diagnosticado. Esperemos que no haya transmisión local, pero si la hay, será muy limitada y controlada”. No es necesario añadir, siquiera, que se trata de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, ni que se refería a la pandemia de coronavirus, en los días posteriores a la aparición en España del primer caso, un turista alemán que estaba de vacaciones en La Gomera. Durante muchos años, esa frase se seguirá repitiendo como otras que pasan a formar parte de la jerga política y social, una especie de versión burlona de otras célebres como el “puedo prometer y prometo” de Adolfo Suárez.

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