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Javier Caraballo

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Indepe, no me insultes

Fuera del entorno de tensión previsible, en el resto de Barcelona se respira normalidad. La campaña electoral parece desvaída, como los lazos amarillos, que son pocos y descoloridos

Foto: Una pegatina de Vox y la bandera de España en un cartel de Puigdemont. (J.C.)
Una pegatina de Vox y la bandera de España en un cartel de Puigdemont. (J.C.)
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Uno llega a Cataluña con el eco de la despedida: “¡Iros a la mierda!” Era una señora que frisaba los cincuenta, quizá menos, el pelo cano, y un periódico en catalán desplegado, como un parapeto, a treinta centímetros de la nariz. Asomaba los ojos, pero no miraba; sólo gritaba: “¡Que os vayáis a la mierda!”. Rubén lo recordará igual porque el tenedor con el arroz se nos quedó a dos palmos de la boca, paralizados, cuando, al tercer grito, entendimos que se refería a nosotros. Era un restaurante de la Barceloneta, coqueto, nada sospechoso de ser un punto de citas de antisistemas o fanáticos independentistas, pero esa lección ya la habíamos aprendido antes, en algunas coctelerías de las Ramblas en las que las señoras de la burguesía catalana llevaban lazos amarillos de paño, a juego con sus trajes exclusivos.

Foto: Isabel Díaz Ayuso durante un acto de campaña en Pozuelo de Alarcón. (EFE)

La cuestión es que todo eso, ese bofetón de rauxa, de ira, era el que, inevitablemente, se mantenía en la mente tres años después al volver a Barcelona. De campaña electoral en campaña electoral. Y es bueno que la señora del periódico se haya conservado así, como un eco, porque sirve para medir lo que haya podido cambiar en el tiempo transcurrido. ¿Se mantiene el polvorín del otoño y el invierno de la revuelta independentista de 2017 o se ha rebajado? Como ni las encuestas ni los analistas nativos se aclaran sobre la teórica ‘fatiga del independentismo’, porque hay quien asegura lo contrario, que el cansancio y la desmotivación es la del constitucionalismo, conviene fijarse en las aceras, en las calles, a la espera de que las urnas -si no hay ninguna sorpresa de boicot, que todo puede pasar- se cierren el domingo y se cuenten los votos.

De momento, en la capital, lo que se constata, con respecto a la última campaña electoral, es que existe una fatiga de lazos amarillos

De momento, en la capital, lo que se constata, con respecto a la última campaña electoral, es que existe una fatiga de lazos amarillos. Nadie podrá discutir eso, al menos en el centro de Barcelona, ya veremos otro día, en la Cataluña interior, más prosaicos, cómo se mantienen los colgajos -con perdón-. Existe una ‘normalización del amarillo’, podría decirse, en los balcones y en las paredes, en las marquesinas y en las puertas; en el paisaje urbano, el amarillo ha vuelto a significar un repartidor de comida rápida, un cartel de ‘Se Vende’ en la cornisa de un edificio o el chaleco de los trabajadores, como los que ayer se manifestaron en la Plaza de San Jaime. Pero no eran los únicos que se manifestaban ante el palacio de la Generalitat, ni siquiera eran los protagonistas. La manifestación de los chalecos amarillos sólo reunía a una docena de sindicalistas de UGT y de CCOO con pegatinas contra los recortes autonómicos, ‘Prou Retalles’ (Basta de Recortes), una plataforma que lleva protestando desde hace diez años sin demasiado éxito porque el debate está en otra parte.

placeholder  Mossos d’Esquadra en Barcelona durante el cierre de campaña. (J.C.)
Mossos d’Esquadra en Barcelona durante el cierre de campaña. (J.C.)

Los recortes reales y constatables del Gobierno catalán han sucumbido ante los recortes supuestos y ficticios de libertades que se inventaron los dirigentes nacionalistas para tapar los primeros. Y el personal tragó con esa filfa. Esa es la cuestión. En fin, que la Plaza de San Jaume, en el último día de la campaña electoral, estaba literalmente tomada por furgones de los Mossos d’Esquadra pero el motivo no eran los recortes de la Generalitat sino la amenaza directa de los lobeznos de los Comités de Defensa de la República. Varios sindicatos policiales (Jusapol, Jupol y Jucil) habían convocado una concentración de protesta “por el total abandono del Gobierno a la Policía Nacional y a la Guardia Civil en Cataluña” y los lobeznos independentistas querían acudir para impedirlo. Los Mossos cortaron todos los accesos y desactivó el rugido de los lobeznos que resumían en un solo lema: “Que se vayan”. Es decir, como la señora de la Barceloneta del pelo cano y el periódico.

Fuera de ese entorno de tensión previsible, el resto de Barcelona respira normalidad. La campaña electoral parece desvaída, como los lazos amarillos, que son pocos y descoloridos. Tan decadentes como la cara del vicepresidente y candidato de Esquerra Republicana, Pere Aragonés, un pimpinella de la política, o eso es lo que transmite su imagen alicaída, nada con sifón, a pesar de haber partido en el origen de esta campaña electoral, antes del ‘efecto Illa’, como el previsible ganador de las elecciones. Suele ser muy ilustrativo, en este sentido, pararse a mirar las pintadas de boicot que se hacen en los carteles electorales de los adversarios.

placeholder Un cartel de campaña de Pere Aragonès en el que han pintado varias moscas. (J.C.)
Un cartel de campaña de Pere Aragonès en el que han pintado varias moscas. (J.C.)

Están los cuernos tradicionales, que se los pintan a muchos candidatos, las tachaduras y los rasgones de la cartelería. A Pere Aragonès , no; a Pere Aragonès algún contrario con mucho ingenio sólo le ha colocado varias moscas en la cara, con lo que ha aumentado exponencialmente la languidez de su estampa desganada. Al autor tendrían que premiarlo por la fineza destructiva, con unas moscas basta para decirlo todo. No es lo mismo, por ejemplo, que le pasa al candidato fantasma, Carles Puigdemont, pareja de hecho en la propaganda electoral con Laura Borràs. El expresident se fugó en un maletero y los carteles lo conservan como plastificado, aunque parece que le ha envejecido algo el flequillo. Lo han puesto con un abrigo azul marino con los cuellos levantados, como un galán de discoteca de Gerona. “Traidor”, “vividor”, “cobarde” y “prófugo” son etiquetas habituales que le van colgando unos y otros, pero en una farola está la mejor versión: en la misma frente le han pegado una pegatina de Vox adherida a una banderita de España.

Lo que se respira aquí con Vox tiene un aire conocido para un andaluz; se parece mucho a lo que sucedió en Andalucía hace dos años, cuando la extrema derecha irrumpió en el Parlamento con el doble de escaños de los que le pronosticaban las encuestas. Gracias a las pedradas de los lobeznos ‘revolucionarios’, la sucursal catalana de Santiago Abascal ha logrado transmitirles a los catalanes que detestan a los independentistas que su opción es la que más les irrita. ¿Quiere usted joder de verdad a los indepes, pues vote a Vox? Ese es el mensaje subliminal que se oculta en el voto anti independentista y el que puede propiciar una de las mayores sorpresas del domingo. Claro que, si eso ocurre, los únicos fastidiados no serán los independentistas ni los lobeznos, que para eso son descerebrados, sino sus vecinos del Partido Popular, que solo tendrán que hacerse una pregunta dolorosa en el caso de debacle: si el electorado de centro derecha opta por Ciudadanos cuando el voto se va hacia el centro, como en las últimas elecciones, y apoya a Vox cuando gira hacia la derecha, ¿cuándo será el momento del Partido Popular? Igual a Pablo Casado no le da tiempo ni a responder la pregunta.

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Uno llega a Cataluña con el eco de la despedida: “¡Iros a la mierda!” Era una señora que frisaba los cincuenta, quizá menos, el pelo cano, y un periódico en catalán desplegado, como un parapeto, a treinta centímetros de la nariz. Asomaba los ojos, pero no miraba; sólo gritaba: “¡Que os vayáis a la mierda!”. Rubén lo recordará igual porque el tenedor con el arroz se nos quedó a dos palmos de la boca, paralizados, cuando, al tercer grito, entendimos que se refería a nosotros. Era un restaurante de la Barceloneta, coqueto, nada sospechoso de ser un punto de citas de antisistemas o fanáticos independentistas, pero esa lección ya la habíamos aprendido antes, en algunas coctelerías de las Ramblas en las que las señoras de la burguesía catalana llevaban lazos amarillos de paño, a juego con sus trajes exclusivos.

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