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El 14-F y la primera mentira catalana
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Javier Caraballo

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El 14-F y la primera mentira catalana

Si la participación en estas elecciones es mayor que la del referéndum del Estatut que ha servido de excusa al independentismo, ¿no piensan que les han engañado con el agravio?

Foto: Dos personas miran las papeletas en un desangelado colegio electoral. (J.C.)
Dos personas miran las papeletas en un desangelado colegio electoral. (J.C.)
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Antes de que se abran las urnas, las elecciones autonómicas que se celebran en Cataluña, este 14 de febrero, habrán servido para algo muy importante: desmontar la primera mentira del catalanismo. En el origen de la movilización independentista está una frustración que, cada vez que surge el tema en la conversación, se presenta como el motivo del desencanto de Cataluña con España: el referéndum del Estatut de Cataluña de 2006 que acabó en el Tribunal Constitucional. Como la sentencia, que se demoró durante años, anuló varios artículos del Estatut por inconstitucionales, está asumido en la conciencia colectiva de Cataluña que aquello supuso la demostración definitiva de que 'el encaje' catalán en España es algo imposible. Un desprecio, un maltrato, una ofensa a todos los catalanes que, por esa razón, cortaron amarras con España y se volcaron con el independentismo. ¿Qué ocurre? Pues sencillamente que esta creencia, que comparten la inmensa mayoría de los catalanes, es falsa. Porque no tiene sentido alguno que los catalanes se consideren agraviados por un referéndum del que pasaron ampliamente; lo ignoraron. La participación se quedó en el 49,4 por ciento del censo, una cifra ridícula que se reduce aún más cuando se trasciende al detalle de los catalanes que votaron 'sí' en ese referéndum: en torno al treinta por ciento del censo electoral.

Pues bien, ahora comparemos ese resultado con lo que vaya a ocurrir hoy: ¿cómo deberíamos interpretar el porcentaje de participación en unas elecciones como las de hoy en Cataluña, en medio de una pandemia? Si, como parece, la participación de este 14 de febrero supera el 50 por ciento, se convertirá en la mayor demostración de la mentira del referéndum del Estatut como agravio porque hoy sí que, objetivamente, supone un esfuerzo enorme acudir a un colegio electoral a votar. Antes de las doce del mediodía, la capital de Cataluña, Barcelona, presentaba un aspecto desolador, de calles casi desiertas. Todos los elementos se habían alineado para que el ambiente electoral fuese nulo: la desconfianza de los contagios por pandemia, la división de horarios de votación para distanciar a los votantes, el hartazgo lógico por una situación política estancada de bloques enfrentados y fosilizados, y, para colmo, un desagradable día grisáceo de lluvia.

Foto: Cola para entrar en un colegio electoral. (EFE)

Incluso para esa franja de votantes que se decide a votar a última hora para aprovechar para tomarse un vermú al sol, en una terraza, el día no era el propicio. Con todos esos condicionantes, si las elecciones de Cataluña de este 14 de febrero tienen una participación mayor que las de aquel referéndum que les sirve de agravio, los millones de catalanes que se han creído esa mentira tendrían que pararse un minuto a pensarlo. Porque de aquel engaño, de aquel agravio inventado por una clase política embarrada en la corrupción, se ha montado un conflicto político y social que ya dura demasiado tiempo y que va consumiendo las mejores expectativas de esta tierra.

Tras una larga cola en la calle, por la distancia de seguridad y la entrada gota a gota, la nave inhóspita de un polideportivo desangelado

Pensemos, simplemente, en lo que se vivía esta mañana en los colegios electorales de Cataluña: la estampa disuasoria de cualquier votante. Si siempre encierra una incomodidad objetiva dejar los planes de un domingo para ir a votar, hacerlo en este 14 de febrero en Cataluña es un acto casi de heroísmo cívico. Después de soportar una larga cola en la calle, por la distancia de seguridad y la entrada, gota a gota, de los votantes, los ciudadanos acceden a la nave inhóspita de un polideportivo desangelado. Antes de localizar la mesa en la que debe depositar su papeleta, el votante ha podido fijarse en algunas personas vestidas como en las películas de un ataque de guerra bactericida.

Finalmente, al acercarse, es posible que alguien le pida que se detenga, a un par de metros de distancia, porque antes se va a desinfectar la mesa en la que está la urna. Hasta los apoderados de los partidos, siempre tan activos, parecen congelados, como de decoración. Nada que ver con las últimas elecciones, las del 155 en diciembre de 2017, en las que cada colegio electoral era un hervidero. Así que, de nuevo, que los catalanes se hagan una pregunta antes incluso de que se abran las urnas: si la participación en estas elecciones es mayor que la del referéndum del Estatut que ha servido de excusa al independentismo, ¿no piensan que les han engañado con el agravio? La pandemia puede servirles para eso, para desmontar la primera mentira del delirio independentista. Y como eso, todo lo demás.

Antes de que se abran las urnas, las elecciones autonómicas que se celebran en Cataluña, este 14 de febrero, habrán servido para algo muy importante: desmontar la primera mentira del catalanismo. En el origen de la movilización independentista está una frustración que, cada vez que surge el tema en la conversación, se presenta como el motivo del desencanto de Cataluña con España: el referéndum del Estatut de Cataluña de 2006 que acabó en el Tribunal Constitucional. Como la sentencia, que se demoró durante años, anuló varios artículos del Estatut por inconstitucionales, está asumido en la conciencia colectiva de Cataluña que aquello supuso la demostración definitiva de que 'el encaje' catalán en España es algo imposible. Un desprecio, un maltrato, una ofensa a todos los catalanes que, por esa razón, cortaron amarras con España y se volcaron con el independentismo. ¿Qué ocurre? Pues sencillamente que esta creencia, que comparten la inmensa mayoría de los catalanes, es falsa. Porque no tiene sentido alguno que los catalanes se consideren agraviados por un referéndum del que pasaron ampliamente; lo ignoraron. La participación se quedó en el 49,4 por ciento del censo, una cifra ridícula que se reduce aún más cuando se trasciende al detalle de los catalanes que votaron 'sí' en ese referéndum: en torno al treinta por ciento del censo electoral.