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Añoranza sentimental del confinamiento
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Javier Caraballo

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Añoranza sentimental del confinamiento

De esta pandemia nos quedará la angustia vivida, pero junto a todo eso, como esa niña de Sevilla, muchos echarán de menos lo que aprendimos de nosotros mismos

Foto: Vecinos del madrileño barrio de Lavapiés durante el aplauso a los sanitarios. (EFE)
Vecinos del madrileño barrio de Lavapiés durante el aplauso a los sanitarios. (EFE)

Dices que ni siquiera tú puedes explicártelo, pero estás convencida de que no eres la única que lo sientes. No querías ni mencionarlo, para que los tuyos no te tomaran por loca, hasta que el otro día te viste reflejada en la expresión de una niña, ciega, cuando le preguntó a su madre que cuándo volvería otra vez el confinamiento en el que no podíamos ni salir de casa.

¿Cómo puede nadie echar de menos aquellas semanas en las que teníamos que permanecer encerrados? Aquellos días, desde mediados de marzo hasta finales de abril del año bisiesto de 2020, se borraron los perfiles en los que nos reconocemos en nuestras rutinas diarias, como señales en el asfalto, para saber conducirnos por la vida. Volvimos a la única división primitiva de la noche y del día, la puesta y la salida del sol, porque todo lo demás había desaparecido. Las prisas por llevar a los niños al colegio, por fichar en la empresa, por encontrar mesa en el bar de comidas caseras, el aparcamiento imposible, el Metro atestado, la cita del dentista, las cervezas de los viernes al salir de trabajar… Atrapados en nuestras casas sin poder salir; la vida acostumbrada se quedó al otro lado de la ventana del cuarto, de los barrotes del estudio, del balcón de la calle, ese lujo inesperado de cinco baldosas de largo por tres de ancho "que tanto me alegro ahora, cariño mío, de mi insistencia cuando nos compramos el piso".

Foto: La Comunidad Valenciana aplica desde este jueves las nuevas medidas contra la pandemia de coronavirus. (EFE)

¿Cómo iba nadie a sentir nostalgia del confinamiento? Menos mal que lo dijo una niña, Lucía, hija de Reyes, una oyente de Sevilla, cuando llamó el otro día al programa de Carlos Alsina para contar eso, la pregunta que le hizo su hija y que tanto puede trastornarnos por el aparente absurdo y sinsentido: "Mamá, ¿cuándo va a volver otra vez el confinamiento?".

Dices que, ahora que lentamente nos vamos recuperando, miras hacia atrás y te das cuenta de que lo que más trabajo te costó fue medir el tiempo que pasaba, porque la repetición de tantos días iguales, entre las mismas cuatro paredes de tu casa, hace muy difícil poder distinguir entre la semana; ni los lunes se comportan como lunes, ni los jueves amanecen igual ni, por supuesto, los domingos se parecen a los que siempre han sido.

¿Cómo iba nadie a sentir nostalgia del confinamiento? Menos mal que lo dijo una niña, Lucía, hija de Reyes, una oyente de Sevilla

Salía el presidente al mediodía, o por la tarde, y te asfixiaba el vértigo de las curvas rojas de los contagios y de las muertes diarias, la amenaza exterior, el pánico a lo desconocido, a contagiarte o a poder contagiar. "Es la emergencia sanitaria más grave del último siglo, una catástrofe para la que la humanidad no estaba preparada. Vendrán días muy duros". Lo oíamos en silencio y descargábamos la angustia en los aplausos a los sanitarios; las ovaciones de las ocho de la tarde, frontera de los días: te agarrabas al balcón con las dos manos, como si la forja fría concentrara las energías de todos los vecinos y la transmitiera al tocarla… Resistiremos.

Y luego, vuelta al silencio de las calles sin un alma. Jabalíes y patos cruzando las avenidas de las grandes ciudades, las tortugas desovando en las playas desiertas de Brasil, los bancos de peces por los canales de Venecia, de aguas cristalinas, como nadie era capaz de recordar en toda la historia. La Torre Eiffel, la Quinta Avenida, la Gran Vía de Madrid, la Plaza de San Pedro… De repente, el mundo entero era un espectro de asfalto y semáforos cambiando de color para nadie; la sonrisa muda de los maniquíes en los escaparates representaba lo que dejamos de ser.

Foto: Personal sanitario se emociona con los aplausos y sirenas de la Policía en Logroño. (EFE)

"¿Mamá, cuando va a venir otra vez el confinamiento?". Dices que la mujer de Sevilla que llamó a la radio para contar lo que le había preguntado su hija te recordó que en aquel mundo extraño de miedo y de soledad comenzamos a fabricarnos una vida de nuevas ilusiones, de nuevos retos, de complicidades y guiños cotidianos con los que descubrimos el valor de sentirnos juntos y arropados por otras muchas personas que también estaban encerradas, como todos. Si compartíamos una canción, era como si estuviésemos juntos. Silbábamos, cada mañana, el 'facciamo finta che, tutto va ben, tutto va ben', y, al sabernos haciendo lo mismo que los demás, nos sentíamos acompañados, sin vernos ni tocarnos. Sin conocernos. Pero éramos iguales porque necesitábamos igual. Un juego necesario de ensoñación o de esperanza para exorcizar los malos augurios: "Hagamos como que todo va bien, todo va bien", lo cantábamos, y eso nos hacía sentir mejor.

Los investigadores ya habían detectado que los abrazos, de pura amistad o familiaridad, liberan en nuestro organismo oxitocina, que es la hormona que disminuye los niveles de cortisol y de adrenalina que provocan el estrés; ahora nos queda por saber que, en aquellos días, las canciones que tarareamos juntos, o las palmas que dábamos a la misma hora, produjeron en nosotros el mismo efecto que los abrazos que no podíamos dar, que todavía no podemos dar.

De esta pandemia nos quedará la angustia vivida, nos quedará el miedo y la desesperación, las colas del hambre y los ataúdes en una pista de hielo. Pero junto a todo eso, como esa niña de Sevilla, muchos echarán de menos lo que aprendimos de nosotros mismos durante el confinamiento, los besos que añoramos, la familia que hasta entonces no supimos ver a nuestro lado, los vecinos que nos sonreían desde la acera de enfrente. Buscamos retos en la rutina, la satisfacción de juntarnos, animarnos, para sentirnos supervivientes de un cataclismo. Todos tenemos momentos que jamás olvidaremos y, con cada experiencia, se compone esta extraña añoranza sentimental del confinamiento que padecimos y que jamás olvidaremos.

Dices que ni siquiera tú puedes explicártelo, pero estás convencida de que no eres la única que lo sientes. No querías ni mencionarlo, para que los tuyos no te tomaran por loca, hasta que el otro día te viste reflejada en la expresión de una niña, ciega, cuando le preguntó a su madre que cuándo volvería otra vez el confinamiento en el que no podíamos ni salir de casa.

Carlos Alsina