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Ayuso y los fantasmas de Pablo Casado
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Javier Caraballo

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Ayuso y los fantasmas de Pablo Casado

Cuando el crecimiento de dirigentes regionales de un partido político supone una amenaza para el líder máximo, es este último quien tiene un serio problema de liderazgo

Foto: La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, junto al presidente nacional del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)
La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, junto al presidente nacional del Partido Popular, Pablo Casado. (EFE)
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Premisa básica y elemental: cuando el crecimiento de dirigentes regionales de un partido político supone una amenaza para el líder máximo, es este último quien tiene un serio problema de liderazgo. En julio de 2018, Pablo Casado ganó la presidencia en el congreso del Partido Popular y, en este tiempo, las únicas alegrías electorales del PP son las que le han proporcionado los políticos que están por debajo del presidente en la estructura del partido. No hace falta recurrir a ningún manual de Ciencias Políticas para adivinar las tensiones que se originan ante una situación así, como si el suelo se volviera resbaladizo en la sede central. Los aliados teóricos se vuelven fantasmas que lo acosan y los compañeros se convierten en amenazas o en rivales.

Por los pasillos se oye un eco burlón, como si le persiguiera aquel navajazo dialéctico que le asestó Pedro Sánchez en su debate de investidura, enero de 2020, cuando le sugirió una terapia desde la tribuna del Congreso: “Hola, soy Pablo Casado, y he perdido cinco elecciones en un año”. Rajoy se fue, se derrumbó todo aquello que se llamaba ‘marianismo’, y tres años después nadie habla de ‘pablismo’ o de ‘casadismo’ porque todo eso está difuminado. Sí se habla, sin embargo, del ‘efecto Ayuso’ en Madrid, rozando la mayoría absoluta, o de la solidez de Núñez Feijóo, que siempre arrasa en Galicia, o de la consolidación de Juanma Moreno como líder andaluz del centro derecha. Al líder flaco, todo se le vuelven pulgas.

Siempre debemos recordar dos circunstancias que se repiten en los ciclos políticos. La primera de ellas es que todo líder político, antes de llegar al poder, está rodeado de un periodo de dudas y de incertidumbre que solo se disipa cuando se ganan unas elecciones. Quienes observen ahora los comentarios elogiosos que se hacen dentro del PSOE sobre el liderazgo y la solidez de Pedro Sánchez, les costará reconocer a la persona a la que, hace muy poco tiempo, le recordaban en su partido que había protagonizado las dos derrotas más abultadas de los socialistas en democracia. “Tu problema no soy yo, Pedro, eres tú. Y cuando la gente no se fía de ti, deberías hacértelo ver”, como le dijo Susana Díaz cuando todavía ella gobernaba en Andalucía y el PSOE perdía frente a Rajoy en las elecciones generales.

Pues bien, el mismo periodo de incertidumbre, como un desierto de dudas, tuvo que atravesarlo Rajoy y, antes que él, el propio José María Aznar. La segunda circunstancia que debemos recordar es que, hasta que eso no sucede, hasta que el líder no gana unas elecciones, la mera elección como presidente del partido no le otorga el liderazgo real de la formación. Esa situación es tan injusta, a veces, que, al líder con problemas, que no gana, solo se le computa lo malo, cuando su partido pierde unas elecciones a las que él no se presenta, mientras que si se hubieran ganado, se pondrían de ejemplo de su debilidad para triunfar. A Casado no solo se le recrimina por el hecho de que, en el mismo tiempo que él se ha estancado, otros han prosperado y se han asentado, sino que incluso los que le han abandonado, como Cayetana Álvarez de Toledo, parecen haberse consolidado en la sombra, de la que salen en las contadas ocasiones en las que pueden recordarle su extrema debilidad.

Foto: Rocío Monasterio con Isabel Díaz Ayuso. (Juan Carlos Hidalgo/EFE) Opinión
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En esa tesitura endiablada, un líder en construcción, como es Pablo Casado, tiene la tentación de solventar las dudas que se suscitan en la base con el poder orgánico que le otorga su despacho. Es decir, ante las amenazas teóricas al liderazgo, las reales y las imaginadas, se opta por controlar con ‘mano de hierro’ toda la organización, desde las juntas provinciales hacia arriba. Es un error, que puede incluso degenerar en un conflicto mayor, un enfrentamiento interno letal para los partidos, pero rara vez se resiste la tentación de ahuyentar a los fantasmas a cañonazos. Lo que ha ocurrido con el congreso del PP de Sevilla y lo que se está diseñando para el congreso del PP de Madrid nos ofrece una buena muestra de la estrategia que ya han emprendido Pablo Casado y su ‘brazo ejecutor’ de la junta directiva nacional, Teodoro García Egea, para hacerse con todo el control interno y llegar al próximo congreso nacional sin riesgo alguno de disidencia y, mucho menos, de alternativa. Veamos.

El Partido Popular, como otras formaciones políticas, ha retomado la renovación de sus órganos internos que quedó en suspenso

Tras el primer año de pandemia y de mayores restricciones, el Partido Popular, como otras formaciones políticas, ha retomado la renovación de sus órganos internos que quedó en suspenso. Andalucía fue una de las primeras en comenzar el proceso y lo que solicitó, hace dos meses, la ejecutiva regional de los populares andaluces, que encabeza Juanma Moreno, fue aplazar aquellos congresos en los que no existía una lista de consenso, con tal de alcanzar un acuerdo. La ejecutiva de Casado fue implacable, negó esa posibilidad y aceleró el congreso sevillano con la certeza, confirmada posteriormente, de que podía hacerle hincar la rodilla al presidente andaluz. Y así ha sido: Teodoro García Egea ha vapuleado públicamente a Juanma Moreno en la propia capital andaluza, la tierra que gobierna desde la Junta de Andalucía.

Foto: Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso. (David Mudarra) Opinión

El congreso de Madrid es radicalmente distinto porque ahí, al contrario que en Andalucía, la junta directiva nacional no solo no tiene garantizada la victoria en el congreso, sino que teme que Díaz Ayuso se haga con la presidencia del partido, que se encuentra gobernado por una gestora desde la salida de Cristina Cifuentes, y el fantasma se agrande hasta hacerlo desaparecer. Lo que no quieren Pablo Casado y García Egea es que el ‘efecto Ayuso’ acabe arrollándolos también a ellos y, por esa circunstancia, han decidido aplazar 'sine die', hasta finales de año o incluso hasta 2022, el congreso de Madrid a la espera de que se pueda encontrar una lista de consenso, o una ‘tercera vía’, que es lo que reclama el alcalde José Luis Martínez-Almeida.

Es decir, ante el mismo panorama que en Sevilla, división interna, la ejecutiva de Casado ha optado por la solución contraria, aplazar el congreso, que es, como queda dicho, lo que le solicitó Juanma Moreno y le fue negado. ¿Qué pueden pensar internamente en la base cuando ven que los criterios varían ante las mismas circunstancias? Pues eso, que el problema no son los congresos sino el liderazgo que se siente amenazado por barones, baronesas, fantasmas y allegados.

Premisa básica y elemental: cuando el crecimiento de dirigentes regionales de un partido político supone una amenaza para el líder máximo, es este último quien tiene un serio problema de liderazgo. En julio de 2018, Pablo Casado ganó la presidencia en el congreso del Partido Popular y, en este tiempo, las únicas alegrías electorales del PP son las que le han proporcionado los políticos que están por debajo del presidente en la estructura del partido. No hace falta recurrir a ningún manual de Ciencias Políticas para adivinar las tensiones que se originan ante una situación así, como si el suelo se volviera resbaladizo en la sede central. Los aliados teóricos se vuelven fantasmas que lo acosan y los compañeros se convierten en amenazas o en rivales.

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