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AstraZeneca, la fría venganza de Europa
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Javier Caraballo

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AstraZeneca, la fría venganza de Europa

Ahora, cuatro meses después de que a Europa le pusieran una zancadilla cuando comenzó la carrera de las vacunas, ha llegado la hora de la venganza contra AstraZeneca

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El plato frío de la venganza lo ha servido Europa a los cuatro meses de sentirse traicionada por la farmacéutica en la que confió el éxito de la vacunación en el continente. De aquella traición, este fracaso, este ridículo internacional al verse sobrepasada, entre iguales, que son los países desarrollados a los que pertenecemos, el mundo rico. La vieja Europa, la que más pandemias tiene cicatrizadas en su piel, se veía burlada y desbordada por grandes y pequeños, desde Estados Unidos hasta Israel, pasando por el Reino Unido. A China, ni mencionarla.

Así que ahora, cuatro meses después de que a Europa le pusieran una zancadilla cuando comenzó la carrera de las vacunas, ha llegado la hora de la venganza contra AstraZeneca, el laboratorio que traicionó la confianza europea y destrozó irremediablemente todos los planes de vacunación que, pomposamente, se habían difundido unas semanas antes, en diciembre, cuando las vacunas se convirtieron en uno de los mayores logros científicos que conocemos, a la altura de la devastación de la pandemia que ha asolado la humanidad. En este negocio de cientos de miles de millones de euros, el prestigio de AstraZeneca noqueado por la Unión Europea equivale a un crac financiero que derrumba las bolsas y enloquece a los inversores.

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La secuencia de esta fría venganza comienza en agosto de 2020, cuando todavía estaba lejos —cada mes de la pandemia trae consigo un riesgo de ola que, cuando se dispara, lo sume todo en un agujero negro de contagios y de muertes— la buena noticia de las vacunas aprobadas y certificadas por las respectivas agencias de medicamentos. Fue el 27 de agosto, cuando la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, respiró con la firma del primer contrato que garantizaba 300 millones de vacunas contra la pandemia, con opción a 100 millones más, una cantidad más que suficiente para inmunizar a la mayor parte de la Unión Europea (450 millones de habitantes) a la espera, además, de que se fueran cerrando los contratos con las otras farmacéuticas con las que también se habían iniciado ya conversaciones. Pero lo fundamental era que una empresa europea, anglo-sueca, AstraZeneca, ya tenía el contrato firmado, previo importe de 336 millones de euros para ayudar al desarrollo final de la investigación. En ese momento se detiene el tiempo, se van cerrando otros contratos, a la espera de que, en los últimos meses del terrible año bisiesto, AstraZeneca finalice su vacuna y comience la producción y la distribución “incluso antes de obtener la autorización” de la Agencia Europea del Medicamento, como se especificaba en el contrato que trascendió después.

Lo que ocurrió en enero es el relato acelerado de un jarro de agua fría o de un ridículo internacional, lo que conocemos como el último fracaso de la Unión Europea; algunos lo bautizaron como ‘vacunicidio’, en recuerdo del ‘austericidio’ de la última gran recesión, la provocada por la crisis financiera de 2007. En definitiva, una vez más, la Unión Europea daba la imagen de una inmensa y cara estructura burocrática, incapaz de proteger, defenderse y afrontar un desastre internacional con la solvencia que se le presume a este club de países ricos.

Foto: Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. (EFE)

El viernes 22 de enero, la farmacéutica AstraZeneca anunció de forma sorpresiva, “con vagas excusas de fabricación”, dijeron los responsables europeos, que no iba a cumplir con el contrato: llegarían entre un 60 y un 30% menos de vacunas de las acordadas. Un fracaso absoluto. Sobre todo porque, mientras que el ritmo de vacunación se desplomaba en Europa por la falta de vacunas, en países como el Reino Unido o Israel se aceleraba, con lo que ello supone de humillación de la Unión Europea frente a todos. Se anunciaron acciones legales para exigir el cumplimiento del contrato al mismo tiempo que se filtraron las sospechas fundadas de que las vacunas que no llegaron a Europa se vendieron al mejor postor, por el doble del precio comprometido en aquel contrato de agosto.

Esta venganza fría ha consistido en esperar a que la vacuna desarrollase la más mínima incidencia para vapulearla, como está sucediendo

En el primer trimestre del año, la Unión Europea ha tenido tiempo para asumir tres cosas: la primera es que ha fracasado en la vacunación y que el tiempo perdido ya es irrecuperable; la segunda es que la vacunación masiva se podrá completar en agosto gracias a las distintas opciones de vacunas de las que se disponen, y la tercera es que su fracaso se llama AstraZeneca y se vengará de la farmacéutica atacándola en la línea de flotación que puede hundirla en los mercados: el miedo. Las reclamaciones judiciales que se anunciaron, si es que llegaron a interponerse, son menos relevantes que esta venganza fría que ha consistido en esperar a que la vacuna de AstraZeneca desarrollase la más mínima incidencia para vapulearla, como está sucediendo.

Foto: Un vial de la vacuna de AstraZeneca en Epsom, Reino Unido. (EPA)

Cada indecisión de la Unión Europea, cada comunicado de la Agencia Europea del Medicamento, como el último emitido, es un hachazo en la confianza de esa vacuna. Como este último: “El comité de seguridad de la EMA, tras un análisis en profundidad, ha llegado a la conclusión de que los casos notificados de coágulos de sangre inusuales tras la vacunación con AstraZeneca deben figurar como posibles efectos secundarios de la vacuna”. El mismo comité, con los mismos datos, había asegurado hace solo un mes que “entre 20 millones de personas vacunadas en Europa con el antídoto de AstraZeneca, el número de eventos tromboembólicos notificados es inferior al esperado en la población general”.

Tan es así que, por los casos que hemos conocido en España, muchos de ellos se terminan descartando como consecuencia de la vacuna. El último de ellos, una mujer asturiana de 55 años que fue ingresada en Mieres; antes que ese, la profesora de Marbella que murió dos semanas después de recibir la vacuna de AstraZeneca. En ambos casos, se determinó con posterioridad que no existía “ninguna relación causal” entre la vacuna y el trombo, pero esa última noticia ya resultó irrelevante.

En consecuencia, con la certeza consabida de que no existe medicamento alguno que sea inocuo para el organismo humano, solo podemos hacernos una pregunta ante la crisis actual: ¿habría actuado la Unión Europea con la misma contundencia si AstraZeneca hubiese cumplido su contrato, sin las sospechas de traición por haberse vendido al mejor postor? ¿Acaso no tiene relación este desprendimiento de AstraZeneca con la certeza de que otras vacunas llenarán su vacío en Europa? Quizá con el paso del tiempo, como tantas cosas de este virus letal, podremos completar todos los detalles de lo que ahora ignoramos. Pero, por el momento, la crónica adquiere los perfiles de una guerra comercial, un negocio millonario y una venganza fría.

El plato frío de la venganza lo ha servido Europa a los cuatro meses de sentirse traicionada por la farmacéutica en la que confió el éxito de la vacunación en el continente. De aquella traición, este fracaso, este ridículo internacional al verse sobrepasada, entre iguales, que son los países desarrollados a los que pertenecemos, el mundo rico. La vieja Europa, la que más pandemias tiene cicatrizadas en su piel, se veía burlada y desbordada por grandes y pequeños, desde Estados Unidos hasta Israel, pasando por el Reino Unido. A China, ni mencionarla.

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