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Aniversario del 15-M, 10 años de nada
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Javier Caraballo

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Aniversario del 15-M, 10 años de nada

¿Qué queda del 15-M una década después, ahora que se va a cumplir el aniversario? Nada, en realidad

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Nunca en la democracia española se había producido una movilización social semejante —exceptuadas las protestas contra el terrorismo— y, cuando sucede, va camino de disolverse en la historia sin dejar el menor rastro, apenas un puñado de lemas de lindos sueños de un mundo mejor. ¿Qué queda del 15-M 10 años después, ahora que se va a cumplir el aniversario? Nada, en realidad. Entre otras cosas, porque los índices económicos, los parámetros sociales y la degradación política que condujeron a la indignación de aquellos días permanecen igual o, muy probablemente, hayan empeorado tras haber pasado por nuestras vidas la terrible plaga de la pandemia de coronavirus.

La política española está regresando paulatinamente hacia el modelo de bipartidismo clásico del Partido Popular y el PSOE, sin que haya cambiado el panorama político de mediocridad y sectarismo que condujo al colapso: organizaciones políticas endogámicas, impermeables, atravesadas por el virus de la corrupción institucional, que no se ha erradicado. Las condiciones de vida de la clase media española siguen empeorando, con ese deterioro imparable que se inició con el nuevo milenio y que ha hecho retroceder la estadística más de 30 años. Por último, las perspectivas de la juventud española siguen figurando a la cola de toda Europa, atrapados en su mayoría por la tenaza del paro o la precariedad laboral. Es decir, 10 años después de 15-M, todo aquello que condujo a la espontánea explosión de indignación de cientos de miles de españoles ha empeorado, objetivamente, pero a su vez ha desaparecido completamente el ánimo rupturista de aquellos días.

Foto: José Sanclemente presenta 'Regeneración'

En este tipo de debates, cuando se analiza la futilidad de grandes protestas ciudadanas que quedan en nada tras llegar a las instituciones, conviene subrayar previamente que un sistema democrático demuestra su vitalidad cuando es capaz de encauzar el malestar de las calles. Es decir, el problema no es que las protestas del 15-M provocaran la aparición de nuevos partidos políticos, que estos se presentaran a las elecciones y que llegasen a las instituciones. Hay quien se alarma cuando ve en los escaños a aquellos que unas semanas antes estaban sentados en las plazas. Pero es justo lo contrario: el problema más grave para un sistema democrático es cuando la protesta se queda en las calles y no llega a las instituciones. En eso, el 15 de mayo funcionó a la perfección y produjo una verdadera convulsión del sistema político, que todavía perdura.

Desde luego, la reacción no fue inmediata: con el paso del tiempo, tiende a olvidarse que el 15-M se convocó contra un Gobierno socialista y contra un presidente desastroso, José Luis Rodríguez Zapatero, y que en las primeras elecciones que se celebraron el partido político que barrió en España fue el Partido Popular. Primero en las autonómicas y municipales, celebradas solo unos días después de las protestas, el 22 de mayo, y posteriormente en las elecciones generales del 20 de noviembre de ese mismo año 2011. Es decir, con posterioridad a las protestas del 15-M, lo que ocurrió en España es que el PP de Mariano Rajoy venció en todas las instituciones del Estado con mayorías que superaban, incluso, a las obtenidas por el PSOE de Felipe González en la década de los ochenta.

Foto: Manifestación por la encarcelación de Pablo Hasél. (EFE) Opinión
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Hasta dos años después, en 2014, no irrumpe en las urnas el movimiento del 15-M, propiamente dicho, con la llegada de Podemos, que nació como una fuerza política transversal. Era cuando los dirigentes de esa formación aspiraban a crear una formación política nueva, “la que más se parezca a España”, que superase la dialéctica clásica de izquierda y derechas y los vicios “de la casta política”. Lo que ha sucedido después no hace falta repetirlo; se resume con el simbolismo enorme de que el líder de todo aquello, Pablo Iglesias, se haya cortado la coleta en el décimo aniversario del 15-M. Fin de la historia. La desintegración de Ciudadanos, la otra fuerza política surgida al calor del 15-M y los deseos de superar el bipartidismo, ha sido más acelerada incluso que la de Podemos que, aunque fragmentado en numerosas facciones, seguirá representando el porcentaje de votos que tradicionalmente se ha situado a la izquierda del PSOE.

También Albert Rivera prometió una fuerza política nueva, situada en el centro, sin exclusiones ni vetos, alejada completamente de los ‘cordones sanitarios’, y cuando se olvidó de sus propios principios de regeneración política, el electorado del que se alimentaba regresó rápidamente a los partidos de los que provenía. Se fue Rivera y su sucesora, Inés Arrimadas, ha socavado aún más el azoramiento de Ciudadanos hasta hacerlo desaparecer en algunas instituciones y en muchas encuestas. Si el 15-M, en consecuencia, se contempla como un bluf en su décimo aniversario, no ha sido por la inoperancia de la democracia española, ni porque oscuros poderes fácticos lo hayan truncado, sino porque aquellos que fueron elegidos para representar el malestar de la ciudadanía no han sabido hacerlo, por incapacidad, por egoísmo o por torpeza. Si el regreso del bipartidismo que se alumbra persiste, a su vez, en los vicios y la podredumbre que lo llevaron a saltar por los aires y si el deterioro social y económico sigue avanzando en España, será cuestión de tiempo que, de nuevo, un estallido social salga a la calle a decir basta. Se esfumó el 15-M, pero la indignación sigue ahí.

Aquellos que fueron elegidos para representar el malestar de la ciudadanía no han sabido hacerlo, por incapacidad, por egoísmo o por torpeza

A veces, con la perspectiva que dan los años, de algunas de estas grandes manifestaciones sociales, que son espontáneas, que surgen de la calle, como una explosión descontrolada, solo se conservan sus lemas, inspirados en la ensoñación del Mayo del 68 francés, revolucionarios de biblioteca de ímpetu adolescente. Del 15-M español todavía se encuentran en la web algunas páginas de nostálgicos que recopilan las portadas de los periódicos de aquellos días, periódicos de todo el mundo con la foto de la impresionante sentada de la Puerta del Sol de Madrid, el símbolo de todas las demás protestas que se repartieron por España. También conservan los lemas: "Pienso luego estorbo", "La primavera ha llegado a Sol", "No nos representan", "Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo", "No somos antisistema, el sistema es antinosotros", "Manos arriba, esto es un contrato", "No somos mercancía de políticos y banqueros"… Había muchos más, pero sobrecoge uno que decía: "Vamos despacio porque vamos lejos". Ya ven, para la memoria, ese era el más lacerante de todos. Porque 10 años después, no queda nada.

Nunca en la democracia española se había producido una movilización social semejante —exceptuadas las protestas contra el terrorismo— y, cuando sucede, va camino de disolverse en la historia sin dejar el menor rastro, apenas un puñado de lemas de lindos sueños de un mundo mejor. ¿Qué queda del 15-M 10 años después, ahora que se va a cumplir el aniversario? Nada, en realidad. Entre otras cosas, porque los índices económicos, los parámetros sociales y la degradación política que condujeron a la indignación de aquellos días permanecen igual o, muy probablemente, hayan empeorado tras haber pasado por nuestras vidas la terrible plaga de la pandemia de coronavirus.

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