Matacán
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Yolanda Díaz, una líder a medias
Con el apresuramiento con que, a menudo, en España se engrandecen quimeras y se proyectan los complejos personales, a Díaz se la ha encumbrado con evidente precipitación
Tiene Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera del Gobierno, un debe y un haber tan pronunciados en su hoja de servicios políticos que su proyección hacia el liderazgo de la izquierda alternativa al PSOE, que llega hasta la extrema izquierda, siembra enormes dudas. Con el apresuramiento con el que, a menudo, en España se engrandecen quimeras y se proyectan los complejos personales, a Yolanda Díaz se la ha encumbrado con evidente precipitación, acaso por la sorpresa que causó en un Gobierno como este que una ministra de Podemos no se dedicara a incendiar todo lo que tocaba.
La normalidad en la gestión se agiganta cuando alrededor prolifera la anomalía. Por esa razón, a Yolanda Díaz se la empezó a ver desde muy temprano como una política dialogante y conciliadora, que son los dos calificativos más repetidos, y a partir de ahí como una mujer con dotes de liderazgo suficientes para, no solo sustituir a Pablo Iglesias, sino relanzar la coalición Unidas Podemos y sacarla de su sostenido deterioro. Ocurre, sin embargo, que cuando se observa el fenómeno de su ascensión con una mayor distancia, surgen algunas dudas importantes que tienen que ver con su capacidad y con los problemas internos de toda organización en estos procesos de relevo en el liderazgo.
Para empezar, el legado de Pablo Iglesias, su testamento político, divide en varias partes el espacio que solo él ocupaba como líder de Unidas Podemos, que es, conviene recordarlo, una coalición electoral compuesta de diversos partidos, fundamentalmente Podemos e Izquierda Unida, pero también una constelación de formaciones como Equo, Izquierda Alternativa, Unidad Popular o Democracia Participativa.
"La normalidad en la gestión se agiganta cuando alrededor prolifera la anomalía"
El testamento de Iglesias deja a Yolanda Díaz el liderazgo de la coalición y la futura candidatura a la presidencia del Gobierno, mientras que lega a Ione Belarra, ministra de Asuntos Sociales y Agenda 2030, el control de la organización política al frente de Podemos. El triunvirato con el que Pablo Iglesias ha ideado la actualización y renovación de su obra se completa con otra ministra con una fuerte personalidad política, Irene Montero, referente de la igualdad. ¿Qué problemas pueden presentarse?
Pues varios, que forman parte de todas las pugnas de poder habidas en la historia sin que el ansiado ‘modelo femenino de gestión’ las modifique en nada. El primero, la sombra de Pablo Iglesias. En España está sobradamente demostrado que los procesos de sustitución de liderazgos casi nunca acaban bien. Cuando un líder se marcha y piensa que lo ha dejado todo ‘atado y bien atado’, su sustituto termina volviéndose contra él como si hubiera incubado una fría venganza. El segundo problema está en garantizar que el reparto del poder y la convivencia entre tres personas que buscan protagonismo sea un proceso pacífico: tampoco eso acaba bien en política. En Podemos, no tienen más que mirar a su alrededor o una foto de los fundadores… El tercer problema es la desconexión orgánica de Yolanda Díaz con las organizaciones que aspira a liderar. La vicepresidenta tercera es militante del Partido Comunista, pero sin poder interno ni en Izquierda Unida —liderada por Alberto Garzón, otro ministro que exigirá su cuota— ni en Podemos, obviamente, porque no pertenece a ese partido.
Todo eso se irá percibiendo o se resolverá en los próximos meses, porque en este momento lo que sigue prevaleciendo es el recuerdo omnipresente de Pablo Iglesias. Tanto que, hace unos días, en la primera reunión del grupo parlamentario en que Yolanda Díaz actuó como nueva líder, comenzó a hablar de Pablo Iglesias con un tono casi ‘celestial’: "Pablo Iglesias está aquí con nosotras. No tengamos ningún temor. Va a caminar con nosotras, como siempre ha hecho".
En fin, el fenómeno de mimetismo de los procesos políticos con la religión tampoco va a sorprendernos ahora… La cuestión es que Yolanda Díaz tendrá que superar todas esas trabas para ser aceptada como próxima candidata de la formación morada y nada de ello tiene que ver con sus capacidades para ser líder de la izquierda. En el haber, como se decía antes, puede anotarse la empatía que transmite, unida a su imagen física, esencial en política, y un talante claramente alejado de la bronca, el insulto y la confrontación. Su sola presencia provocará ya un cambio sensible en Unidas Podemos porque Yolanda Díaz los acerca a posiciones más moderadas, alejadas del guerracivilismo y la radicalidad rancia, como ocurre con el partido de Íñigo Errejón, que ha triunfado en las elecciones de Madrid.
La vicepresidenta gallega no provoca el rechazo en una parte de la sociedad, al contrario que otros líderes de Unidas Podemos, como acabó admitiendo de sí mismo Pablo Iglesias en su despedida. Es relevante en su haber, de la misma forma, la discreción de Yolanda Díaz en momentos clave, como los vividos durante la pandemia cuando dialogaba con empresarios y sindicatos. Logra permanecer largos periodos a la sombra, sin apenas protagonismo público, mientras que negocia y luego reaparece con un acuerdo que parecía imposible, a tres bandas.
Junto a esas cualidades, esperanzadoras para el progreso de una formación política con riesgo de esclerotización, la vicepresidenta Yolanda Díaz presenta algunos rasgos preocupantes de solidez ideológica. Quiere decirse que parece más volcada en el fetichismo y los lugares comunes que en la ingente tarea de reinventar un proyecto político y adaptar los valores clásicos de la izquierda a los problemas reales del siglo XXI, no los de la era preindustrial.
La vicepresidenta tercera tiende a la exageración constante para elevar sus méritos; la ridícula tentación de convertir cada norma que aprueba, por insulsa que sea, en un avance histórico para la Humanidad. A partir del mérito indiscutible de haber sabido negociar los ERTE durante la pandemia con sindicatos y patronal, y de haber aprobado una regulación necesaria, como la de la ‘ley rider’, la vicepresidenta tercera ya se ve ella misma como el foco de atención de todo el mundo, expectantes por la revolución que se vive en España, para aprender de este Gobierno, que ha conseguido que, por primera vez, los jóvenes tengan oportunidades y los adultos, los derechos que les habían arrebatado… Todo eso, que es literal en sus discursos, es una espantosa ridiculez presuntuosa.
Le ocurre lo mismo con la dictadura del lenguaje de género, su discurso se hace incomprensible. Es de esas personas a quienes se les oye hablar y causan angustia en el oyente porque se teme siempre que, de un momento a otro, digan “semáforos y semáforas”, o cualquier barbaridad por el estilo. En fin… A la espera de la evolución en el balance, como está empezando, y como su mito político de la Transición es Julio Anguita, del que se acaba de cumplir el primer aniversario de su desgraciado fallecimiento, esperemos que la vicepresidenta se aplique el ejemplo y sepa aportar a la política española, al menos, la integridad y la honestidad insobornables del ‘califa rojo’.
Tiene Yolanda Díaz, vicepresidenta tercera del Gobierno, un debe y un haber tan pronunciados en su hoja de servicios políticos que su proyección hacia el liderazgo de la izquierda alternativa al PSOE, que llega hasta la extrema izquierda, siembra enormes dudas. Con el apresuramiento con el que, a menudo, en España se engrandecen quimeras y se proyectan los complejos personales, a Yolanda Díaz se la ha encumbrado con evidente precipitación, acaso por la sorpresa que causó en un Gobierno como este que una ministra de Podemos no se dedicara a incendiar todo lo que tocaba.
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