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La falacia del nuevo ciclo político
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Javier Caraballo

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La falacia del nuevo ciclo político

Solo en un país como España es posible encontrar una oposición que se desentiende de la gestión del curso político

Foto: Pablo Casado, líder del PP. (EFE)
Pablo Casado, líder del PP. (EFE)

Proclamar un cambio de ciclo político en el primer tercio de una legislatura es sembrar trigo en el asfalto de la M-30. Solo en un país como España es posible encontrar a una oposición que se desentiende de la gestión del curso político, como si las elecciones generales estuvieran convocadas para dentro de unas semanas. Ya se ha establecido aquí que la definición de jornada electoral en España es ‘el día que separa dos campañas electorales’; igual que en Estados Unidos se sabe que las elecciones se celebran “cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre”, aquí sabemos que el día de las elecciones es la línea que divide la campaña electoral que finaliza con las urnas y la que comienza con el recuento, la misma noche de las elecciones.

El ansia de poder de la oposición solo es equiparable a la determinación del partido de gobierno por mantenerse en el cargo. Los pactos de Estado, las alianzas estratégicas y los intereses nacionales constituyen una quimera, como ha quedado demostrado durante la pandemia que estamos aún atravesando: ni en la peor crisis sanitaria, económica y social que se recuerda en el mundo contemporáneo ha sido posible alcanzar un solo acuerdo en España entre Gobierno y oposición. A partir de ahora, con ese espejismo del cambio de ciclo político, la posibilidad de grandes pactos se desvanece por completo en esta legislatura, lo cual será celebrado por los partidarios o lisonjeros de cada trinchera, pero puede ser devastador para España en un momento crucial de la historia mundial.

Foto: El presidente de PP, Pablo Casado. (EFE)

En el círculo vicioso en que se instala siempre la política española, las acciones de un partido se justifican siempre con la actuación de los adversarios, con lo que el debate jamás trasciende ese plano elemental y pegajoso. En este sentido, conviene hacer una advertencia previa: si el debate sobre el papel de la oposición en España siempre conduce al presidente socialista, Pedro Sánchez, mejor ahorrarnos el esfuerzo e ir directamente a degüello con el Gobierno, que es lo que pretenden algunos. Pero, si no es el caso, debemos trascender eso y analizar la oposición, centrarse en sus actos, que también tienen responsabilidad durante una legislatura tanto en su papel de control del Ejecutivo como de impulsor de reformas necesarias: todo menos esta política de burro de noria. Así que empecemos por recordar la evidencia de que este Gobierno de socialistas y podemitas se constituyó tras unas segundas elecciones generales, después de un año electoral de bloqueo parlamentario, y que, al margen de las apetencias políticas de cada cual, incluso de sus inquietudes, merece el respeto democrático que se ha ganado en las urnas.

Esta obviedad, incluso esta obviedad, chirría en los oídos de la oposición del bloque de derechas, sobre todo en la extrema derecha de Santiago Abascal, que lleva pidiendo la dimisión del Gobierno desde antes de que tomara posesión. En un partido como Vox, quizá podría entenderse esta radicalidad en la forma de hacer política, pero en el Partido Popular, como partido de gobierno, es menos comprensible y puede llegar hasta la insensatez. Sin embargo, el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, que tuvo un tímido intento de alejarse de ese extremismo, ha acabado sucumbiendo a las prisas y a los empujones que le sugieren Abascal y los que en su propio partido son partidarios de ese giro fraternal con el populismo derechoso.

Foto: Abascal y Casado conversan tras la concentración de Colón en 2019. (EFE)

El líder del Partido Popular podría fijarse, por ejemplo, en lo que está ocurriendo en Andalucía, donde gobierna su propio partido en coalición con Ciudadanos y apoyo parlamentario de Vox. También allí, los diputados de Abascal se han lanzado a la campaña electoral y han retirado el apoyo parlamentario al Gobierno andaluz, sin que haya mediado ningún incumplimiento de lo que habían pactado ambos. Es tal el delirio, que Macarena Olona, actual portavoz en el Congreso y rumoreada candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía, ha difundido en sus redes sociales el siguiente mensaje: “Saldremos a ganar. Y Andalucía será la piedra sobre la que edificaremos el próximo Gobierno de España”. Resulta que la legislatura andaluza se agota en noviembre de 2022 y, aunque sea probable un adelanto electoral, no será antes de la primavera del año que viene.

¿Cómo aplaudir una estrategia electoral que, ya sea de oposición, como en las Cortes Generales, o de Gobierno, como en Andalucía, arroja a la papelera las legislaturas porque solo le interesa agitar un ambiente electoral? Pues en esa espiral disparatada, hace unos días, el partido de Santiago Abascal decidió sumarse a la oposición andaluza para tumbar una de las principales leyes del Gobierno de Juanma Moreno y desestabilizarlo. Repetimos: los diputados andaluces de Vox votaron junto con el PSOE, Podemos y los anticapitalistas contra una ley del Gobierno de derechas de Andalucía que pretendía acabar con el caos urbanístico de esta región.

El presidente del Partido Popular y su equipo de dirigentes de la calle Génova han convertido ya en eslogan 'el imparable cambio de ciclo', sin tener en cuenta que faltan aún dos años y medio para las elecciones generales y que, antes, además de las elecciones andaluzas, celebraremos en España las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2023. En ese momento, en esas elecciones, sí se podrá hablar en España de cambio de ciclo, o de lo contrario, como ha ocurrido históricamente. Pero hasta entonces, la invocación de ese final, la impostura de estar ya en campaña electoral, palpando la Moncloa, solo puede interpretarse como una huida hacia delante de Pablo Casado por su falta de consolidación como líder.

Foto: Pablo Casado. (EFE)

Todo lo que ahora contemplamos, desde los indultos a los presos independentistas hasta los fondos europeos por la pandemia, puede haber sufrido un cambio sustancial, en cualquier sentido, dentro de dos años y medio. Pero cuando llegue ese momento y se mire hacia atrás, solo se podrá ver a Pablo Casado repitiendo la misma retahíla en un atril. Con lo cual, haría bien en atender lo que le dijo hace poco el presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo —por cierto, no estará en la foto de Colón, al igual que el presidente de Andalucía—, cuando le sugirió que dirija el ‘cambio de ciclo’ hacia su propio partido: "Me gustaría que en el PP hubiese un cambio de ciclo político y fuésemos otra vez hacia una política más occidental, más europea, más previsible, en un momento en que se necesita subir un poco el listón de la política", dijo Núñez Feijóo. Pues eso.

Proclamar un cambio de ciclo político en el primer tercio de una legislatura es sembrar trigo en el asfalto de la M-30. Solo en un país como España es posible encontrar a una oposición que se desentiende de la gestión del curso político, como si las elecciones generales estuvieran convocadas para dentro de unas semanas. Ya se ha establecido aquí que la definición de jornada electoral en España es ‘el día que separa dos campañas electorales’; igual que en Estados Unidos se sabe que las elecciones se celebran “cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre”, aquí sabemos que el día de las elecciones es la línea que divide la campaña electoral que finaliza con las urnas y la que comienza con el recuento, la misma noche de las elecciones.

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