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Desventuras de un joven militar en el País Vasco
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Javier Caraballo

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Desventuras de un joven militar en el País Vasco

Seguro que, en algún momento, incluso de forma inconsciente, pensaste lo mismo que tantos militares, policías y guardias civiles antes que tú: ¿por qué nos odian?

Foto: Recibimiento de dos etarras en 2018. (EFE)
Recibimiento de dos etarras en 2018. (EFE)

El recuerdo de aquello tan impactante que me contaste me lo trajo de golpe una noticia del periódico: los actos de apoyo a ETA en el País Vasco se han multiplicado en los últimos meses y festejan el regreso de la cárcel de un etarra como el de un libertador que llega al pueblo oprimido por el que se sacrificó, como el hijo predilecto que regresa al hogar. Entonces recordé aquello que me contaste, la mañana en la que tu sargento os dijo que os ibais de maniobra hacia un monte cercano, ahí en el País Vasco, y, al paso por un pueblo, los vecinos salieron a la calle a insultaros, a escupiros, a provocaros… Puedo imaginarme aún la cara de perplejidad que pusiste en ese momento, los ojos abiertos y los pómulos encogidos, como la expresión que se nos queda a todos por un sobresalto cuando caminamos por la calle.

Seguro que, en algún momento, incluso de forma inconsciente, pensaste lo mismo que tantos militares, policías y guardias civiles antes que tú: ¿por qué nos odian? Un joven militar manchego, con tus veintitantos años, al que siempre le han gustado las fuerzas de seguridad del Estado y que se decide por el Ejército. Lo hace con orgullo, sí, y también con determinación porque, además, para qué vamos a engañarnos, tampoco es que esté de sobra el currelo para la gente de tu edad en España. Claro que lo entiendo y ese es, de hecho, el mayor desaliento, el mayor dolor, que siempre me ha provocado el terrorismo vasco, que se cebaba con pobres gentes de toda España que solo querían ganarse el pan. Andaluces, castellanos o gallegos, como Pardines, aquel chaval guardia civil al que ETAasesinó treinta años antes de que tú nacieras. Fue el primer muerto y en el más de medio siglo que ha pasado desde entonces lo único que permanece es el odio inexplicable que te escupió en la cara el otro día, cuando pasabas por un pueblo en formación, con tu Compañía, camino de unas maniobras.

La noticia de la que te hablaba antes, la multiplicación de los actos de homenaje a ETA, se contenía en una entrevista que le hizo mi compañero José Antonio Zarzalejos a Marta Buesa, la hija de uno de los asesinados por esa escoria criminal. A su padre lo mataron en el año 2000, cuando ella era veinteañera como tú, y ahora cuando se detiene un momento, primero mira hacia atrás, luego a su alrededor, y comprueba finalmente esto mismo que decimos, que "el odio que nutrió a ETA sigue vivo en una parte de la sociedad vasca".

Foto: Marta Buesa Rodríguez.

Esa es la gentuza que os salió al paso el otro día, es verdad, pero también es cierto que no son los únicos. De la misma forma que el terror generó durante años y años una espiral de silencios y de complicidades en el País Vasco, la chulería petulante y desafiante de esos tipos provoca el mismo efecto en la sociedad. ¿Quién quiere enfrentarse a ellos? "Mejor mirar para otro lado, eso es lo prudente", dirán arrastrados por una inercia social de supervivencia. La misma inercia que en los años del terror.

Así que el odio, unido al miedo, del que se nutrió ETA sigue presente en la sociedad vasca, claro. Antes nos lo recordaba permanentemente cada hachazo sangriento de un atentado, pero ahora, después de haber derrotado a la banda asesina, corremos el riesgo de que los mismos comportamientos infames y canallas gocen de impunidad. O peor aún, que exista la tentación de considerarlos como una cesión bondadosa para la normalización social del País Vasco. Ya veremos qué pasa, o mejor, ya nos podemos temer qué ocurrirá dentro de unos días, el 18 de abril, cuando reciban en Mondragón a uno de los perturbados más sangrientos de ETA, Henri Parot, condenado por 39 asesinatos. Repitamos el mismo argumento que llevamos tanto tiempo utilizando: nadie concibe que un pueblo nombre hijo adoptivo a un asesino en serie o que le organice una fiesta de bienvenida a un violador, por qué tiene que ser distinto con los muertos de ETA.

Hubo un detalle de lo que me contaste al que también le he dado muchas vueltas, el estoicismo con el que soportasteis el escarnio y la provocación de aquellos vecinos que os insultaban, os provocaban de mil formas, mientras grababan todo lo que estaba ocurriendo, todo lo que estaban haciendo, con sus móviles. Es verdad, como os habían advertido vuestros mandos, que lo que están buscando es que alguno de vosotros se vuelva hacia ellos, que conteste al insulto o, peor aún, que suelte un manotazo, porque entonces convertirán en virales sus vídeos como ‘pruebas’ del salvajismo del Ejército.

Nadie concibe que un pueblo nombre hijo adoptivo a un asesino en serie o que le organice una fiesta de bienvenida a un violador

Sí, estoy convencido de que eso es lo que pretenden y que, de forma inmediata, las imágenes llegarían al Congreso de los Diputados y que hasta algún miembro del Gobierno pediría disculpas… El escándalo político sería inversamente proporcional a la ignorancia ante acosos como al que os sometieron, y que serán constantes, sí. Pero también hay otro aspecto en ese detalle de los provocadores grabándose a sí mismos: el regodeo del gamberro, el desafío del vándalo. Ese descaro también nos habla mucho de un ambiente social que se debe corregir, que no hay que tolerar, por dos cosas, fundamentalmente. Primero, porque cuando se festeja y se jalea a los asesinos mientras se silencia a los muertos, como un recuerdo incómodo del pasado, es que la normalización social que se pretende tiene pilares podridos. El país de la 'Memoria Histórica' no puede ser el de la 'Desmemoria Contemporánea', aunque haya quien lo pretenda.

Hay un motivo más, como te decía: es inevitable pensar que todos esos actuarían mañana de la misma forma que lo hicieron sus padres, sus hermanos o sus vecinos; todos aquellos que arroparon, apoyaron y animaron a ETA para que siguiera matando a jóvenes españoles de un tiro en la nuca, por la espalda y de rodillas. ¿Qué no son mayoría? Nunca lo han sido, evidentemente, y lo sabe mejor que nadie la inmensa mayoría del pueblo vasco, que nada tiene que ver con esa basura criminal.

Pero ya ves que, aunque la realidad social vasca sea así y aunque hayan pasado ya más de diez años desde el último atentado, a vosotros os tienen prohibido tender la ropa militar en los tendederos comunes de las azoteas, o en el ojo de patio, y mucho menos salir de paisano a la calle o ir a cualquier bar con algún distintivo del Ejército español. La extrañeza que te causaron esas órdenes cuando llegaste al cuartel del País Vasco se habrá disipado de golpe al paso por el pueblo aquel, camino de las maniobras. Así que te recomiendo, como hice entonces, prudencia y determinación. Primero, porque estás en tu país, que es España, y así lo sienten los vascos también; segundo, porque trabajas para el Ejército español, del que podemos sentirnos orgullosos, mucho más después de lo que le hemos visto hacer en la pandemia; y, por último, porque debes ignorar a esos miserables con un desdén quijotesco propio de tu esencia de joven militar manchego.

El recuerdo de aquello tan impactante que me contaste me lo trajo de golpe una noticia del periódico: los actos de apoyo a ETA en el País Vasco se han multiplicado en los últimos meses y festejan el regreso de la cárcel de un etarra como el de un libertador que llega al pueblo oprimido por el que se sacrificó, como el hijo predilecto que regresa al hogar. Entonces recordé aquello que me contaste, la mañana en la que tu sargento os dijo que os ibais de maniobra hacia un monte cercano, ahí en el País Vasco, y, al paso por un pueblo, los vecinos salieron a la calle a insultaros, a escupiros, a provocaros… Puedo imaginarme aún la cara de perplejidad que pusiste en ese momento, los ojos abiertos y los pómulos encogidos, como la expresión que se nos queda a todos por un sobresalto cuando caminamos por la calle.

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