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El pánico microeconómico de Pedro Sánchez
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Javier Caraballo

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El pánico microeconómico de Pedro Sánchez

Toda su estrategia política para los dos años que le quedan de legislatura podría derrumbarse por un imprevisto arrollador: la microeconomía

Foto: El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
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Tendido en la hamaca o con el traje y las bambas en Lanzarote, dándole vueltas a la cabeza, una gota de sudor frío debió recorrer la espalda de Pedro Sánchez cuando reparó en que toda su estrategia política para los dos años que le quedan de legislatura podía derrumbarse por un imprevisto arrollador: la microeconomía. El presidente del Gobierno creyó dejarlo todo atado antes de irse de vacaciones cuando, tras el mazazo que le supuso la derrota socialista en las elecciones de la asamblea de Madrid, se sacudió de los hombros los escombros del derrumbe y agarró de nuevo el timón del gobernante, que es el privilegio de marcar los tiempos en la agenda política.

En un par de semanas de ritmo trepidante, Pedro Sánchez amarró primero la legislatura, con la aprobación de los indultos parciales a los presos independentistas catalanes, y luego acometió una de las mayores remodelaciones de gobierno que se han visto nunca, con la salida del Ejecutivo de quienes se consideraban hasta entonces ‘pesos pesados’ y la entrada en el Consejo de Ministros de sangre política nueva, muchas de ellas mujeres desconocidas en la política nacional pero líderes emergentes en sus comunidades. Lo hizo, enmendó el rumbo de la legislatura y con esa tranquilidad se fue de vacaciones hasta que sobrevino el pánico de un imprevisto: los récords consecutivos de la tarifa eléctrica pueden provocar un efecto dominó y arruinar la microeconomía. Y si falla la microeconomía, ni el récord de vacunación de España contra la pandemia de covid-19 ni el aluvión de millones de euros que llegarán de Europa para superar la crisis económica habrán servido de nada porque la recuperación no habrá calado en la sociedad. Ante un nuevo ciclo electoral, como el que se iniciará con las elecciones andaluzas del próximo año, el pánico presidencial es comprensible.

Foto: Rufián pasa ante el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso. (EFE)

La disposición política desplegada por Pedro Sánchez en los meses de junio y julio confirma sus virtudes como líder, con absoluta independencia de lo que se pueda opinar de su ideología y de sus políticas de gobierno: el análisis objetivo de su forma de actuar ha demostrado sus dotes para el liderazgo desde que llegó a la primera línea de la política española. Desde entonces, y ha vuelto a ocurrir ahora, el presidente del Gobierno de España se crece en los peores momentos. Cuando parece caído, se vuelve a poner en pie con decisiones inesperadas en la mayoría de las ocasiones, o, por lo menos, sorprendentes. Sin ánimo de insistir mucho más en ello, lo demostró, por ejemplo, con los indultos parciales a los independentistas catalanes.

El presidente y todos en su entorno tenían claro que se trataba de una decisión que tendrían que adoptar, más pronto que tarde, pero también eran conscientes de que es una de esas medidas que siempre se traspapelan porque nunca se encuentra el momento adecuado para acometerlas. Pedro Sánchez decidió hacerlo en su peor momento electoral, tras el revolcón electoral de Isabel Díaz Ayuso, y no solo obtuvo más respaldo del esperado, sino que le sirvió para volver a controlar el debate político. Desde esa perspectiva de dominio de la situación y de la estrategia, que podría completarse aún con su asentamiento en la Unión Europea y la empatía desplegada con los líderes europeos, debemos contemplar el inesperado revés de las facturas económicas que puede dar al traste con todo lo programado por el presidente.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE) Opinión
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De hecho, en esos mismos meses de junio y julio en que el presidente centró todos sus esfuerzos en diseñar una estrategia política para la segunda parte de la legislatura, comenzaron a publicarse las primeras noticias de alerta sobre el incremento incesante del precio de las tarifas eléctricas. La escalada de récords del precio de la electricidad, de los muchos que se siguen produciendo y de los que todavía llegarán, comenzó entonces sin que conste ninguna acción o declaración del Gobierno, que no fuera meramente exculpatoria, para afrontarlo. Pero el recibo de la luz continuó subiendo, además del precio de los combustibles, y todo ello ha provocado, en cadena, el encarecimiento general de la vida, que es la peor noticia que puede darse en un país cuando todavía está lejana la salida de la crisis económica.

En comparación con la media de los países de la eurozona, en España los precios han crecido un 32% más. El índice de precios de consumo (IPC) subió en agosto hasta el 3,3%, que es la tasa más alta desde octubre de 2012, a consecuencia del encarecimiento de los precios de la electricidad, según el propio Instituto Nacional de Estadística (INE). Parece evidente, por tanto, que toda la previsión, la astucia y la determinación que ha tenido Pedro Sánchez para programar una estrategia política para el final de la legislatura se ha vuelto ceguera ante la realidad económica y social que tenía delante, como demuestra la enorme tardanza en reconocer el problema y prometer soluciones a corto plazo. Tres meses ha tardado el Gobierno de Pedro Sánchez en tomar medidas, porque se ha dado cuenta ahora de que el problema eléctrico puede destrozarle todos los planes de la legislatura.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE)

La inopia del Gobierno ante la descomposición de la microeconomía, mientras soñaba con la macroeconomía impulsada por los dineros europeos, se mide con dos momentos concretos: el anuncio de la nueva tarifa eléctrica a principios de junio y el compromiso desesperado de abaratar el recibo, realizado por Pedro Sánchez este fin de semana de principios de agosto. Ya nadie hace chistes sobre las horas propicias de madrugada para poner la lavadora o encender la plancha, como pasó cuando la entonces portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, ‘aconsejó’ a los españoles que hicieran una buena planificación de las tareas domésticas para abaratar así el recibo de la luz.

De ese instante, el Gobierno ha pasado ahora al compromiso de que, a final de año, se habrá pagado en electricidad lo mismo que en 2018, que fue el último año con Mariano Rajoy en la Moncloa (hasta el mes de junio). Pedro Sánchez se remonta a 2018 para la comparación porque ese fue el año de tarifas más caras de los últimos cinco ejercicios (de hecho, 2018 fue el más caro desde 2008, con un precio medio de 57,29 euros/MWh, dos veces y media menos que los actuales precios). Ya veremos si lo consigue, si el presidente logra cumplir su compromiso, pero, aunque lo alcance, nadie le librará de la sorna que supone vender como un logro social de su Gobierno de izquierdas haber logrado igualar el peor año de tarifas eléctricas de la etapa de Rajoy.

Tendido en la hamaca o con el traje y las bambas en Lanzarote, dándole vueltas a la cabeza, una gota de sudor frío debió recorrer la espalda de Pedro Sánchez cuando reparó en que toda su estrategia política para los dos años que le quedan de legislatura podía derrumbarse por un imprevisto arrollador: la microeconomía. El presidente del Gobierno creyó dejarlo todo atado antes de irse de vacaciones cuando, tras el mazazo que le supuso la derrota socialista en las elecciones de la asamblea de Madrid, se sacudió de los hombros los escombros del derrumbe y agarró de nuevo el timón del gobernante, que es el privilegio de marcar los tiempos en la agenda política.

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