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Por qué teme Pablo Casado a sus barones
La pregunta que debemos hacernos es por qué teme Casado a sus barones regionales y, por ese motivo, intenta controlar las estructuras del partido en todos los rincones a los que pueda llegar la mano de la dirección nacional
Los dirigentes políticos tienen por costumbre delatarse a sí mismos con algunas trolas innecesarias, perfectamente evitables. ¿Está alentando el presidente del PP, Pablo Casado, una guerra interna en el PP de Madrid para evitar que Isabel Díaz Ayuso controle el partido en esta comunidad? De las múltiples evasivas que podía haber elegido para no contestar a la pregunta, el líder de los populares utilizó hace unos días la única cuya falsedad puede demostrarse, dentro y fuera del partido: “La dirección nacional no tiene que meterse en esos procesos”, dijo Pablo Casado. Si hacía falta alguna confirmación de que, efectivamente, existe la intención de torpedear las intenciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la 'accusatio manifesta' ('excusatio non petita') del presidente ha acabado de corroborarlo.
Con lo cual, como la injerencia de la dirección nacional del PP ya se ha producido con anterioridad en otras comunidades no menos relevantes, como Andalucía, Castilla y León, Valencia o el País Vasco, la pregunta que debemos hacernos es por qué teme Pablo Casado a sus barones regionales y, por ese motivo, intenta controlar las estructuras del partido en todos los rincones a los que pueda llegar la mano de la dirección nacional. Pensemos, además, que en muchas ocasiones esa injerencia desde la sede nacional lo que provoca es la desestabilización del partido en comunidades donde el PP gobierna, al contrario de lo que ocurre en las Cortes generales, con lo que aún se entiende menos el interés de esas operaciones.
Vayamos a un ejemplo reciente de esos enfrentamientos. En la apacible balsa del Partido Popular de Andalucía, que por primera vez gobierna en esta comunidad, liderado por un hombre, Juanma Moreno, que parece haberse cosido a la lengua la palabra 'entendimiento' para que no le falte en ningún discurso, se produjo hace unas semanas un acontecimiento menor que dejó a todos los presentes perplejos. Iba a celebrarse la junta directiva regional del PP, llegó el presidente y comenzó a saludar cordialmente a cada uno de los presidentes provinciales. Hasta que llegó a la altura de la presidenta del PP de Sevilla, Virginia Pérez, volvió la cara y se fue sin decirle nada.
¿Una anécdota sin más? Podría considerarse así si no fuera por cómo se valoran esos gestos en los partidos políticos, mucho más teniendo en cuenta, como se decía antes, el talante conciliador del presidente andaluz, pero sobre todo porque simboliza perfectamente el estado en que han quedado las cosas en ese partido tras la intervención de Génova en el proceso congresual del PP de Andalucía, que se volcó con toda su fuerza en Sevilla hasta derrotar con regodeo al presidente Moreno Bonilla.
Y tiene relevancia, más allá de Andalucía, por la nueva batalla que está iniciando en el PP de Madrid, en el que, hasta ahora, todo parecía funcionar con absoluta armonía entre sus protagonistas, fundamentalmente entre el alcalde Martínez-Almeida y la presidenta Díaz Ayuso. Cuando se dice que las luchas de partido nunca son inocuas para la organización, es porque afectan seriamente a su eficacia como maquinaria electoral y agrian hasta la descalificación o el insulto las relaciones personales. Tengamos en cuenta que el origen de una disputa rara vez es ideológico; no es nada intangible, sino todo lo contrario. En las pugnas de los partidos políticos, se juega el mando, el poder, en la organización y eso significa el bienestar, el estatus y el futuro de muchos de ellos. La apuesta por un bando o por el otro puede suponer, dependiendo de la victoria o de la derrota, un escaño en el Congreso, una alcaldía o la presidencia bien remunerada de una empresa pública.
La crispación entre algunos sectores del PP andaluz, que puede ser el espejo en que se mire a partir de ahora el PP madrileño, seguirá ofreciendo nuevos episodios —ya veremos qué ocurre en el congreso regional, que se celebrará en noviembre— en los que se volverá a poner de manifiesto la estrategia desplegada por Pablo Casado y su secretario general, Teodoro García Egea, para controlar directamente el partido, o una mayoría de la estructura, sin la ‘mediación’ de los barones regionales. “Controlar las provincias, o muchas de ellas, será fundamental para que Casado pueda optar a una nueva reelección como presidente nacional, en el caso de que pierda las próximas elecciones”, afirma un veterano dirigente de este partido.
Según esta interpretación, Pablo Casado considera que él merece las mismas oportunidades que se concedieron a sus antecesores, José María Aznar y Mariano Rajoy, que también perdieron dos elecciones generales antes de llegar a la Moncloa. Pablo Casado ya ha perdido dos veces, pero al incluir la legislatura frustrada de 2019, se considera que solo se trata de una derrota, con lo que le quedarían dos intentos más, si se cumple esa ‘tradición’ de espera de los ciclos electorales. Sin embargo, lo que debe tener claro la dirección nacional del PP es que, sin el control del partido, existen muchas posibilidades de que Casado no logre alcanzar la meta, que cinco años más de oposición no podrá resistirlos. Ocurre, además, que a diferencia de Aznar o de Rajoy, Casado no tiene una experiencia de gestión previa que lo avale o, al menos, que genere una mayor confianza entre los suyos. José María Aznar venía de ganar elecciones en Castilla y León y de presidir aquella comunidad y Mariano Rajoy fue el ‘heredero designado’ después de toda una vida ocupando cargos públicos, con un gran protagonismo en los gabinetes del primer Gobierno de centro derecha que hubo en España.
La diferencia también es apreciable con sus barones, al menos con los más destacados, porque todos ellos, además de estar gobernando en sus comunidades, presentan un perfil electoral del que carece Pablo Casado: en las encuestas, aportan más que las siglas del partido. Quizás el ejemplo más claro y reciente esté en las elecciones de Madrid y el fenómeno Díaz Ayuso. En definitiva, que Pablo Casado tiene motivos para temer a sus barones, incluso para intentar amarrar su futuro en la presidencia del partido. Pero siempre debe saber que, a veces, cuando se es débil, el impulso excesivo acaba en batacazo. Lo dice mejor Sun Tzu: “La defensa es para tiempos de escasez, el ataque, para tiempos de abundancia”.
Los dirigentes políticos tienen por costumbre delatarse a sí mismos con algunas trolas innecesarias, perfectamente evitables. ¿Está alentando el presidente del PP, Pablo Casado, una guerra interna en el PP de Madrid para evitar que Isabel Díaz Ayuso controle el partido en esta comunidad? De las múltiples evasivas que podía haber elegido para no contestar a la pregunta, el líder de los populares utilizó hace unos días la única cuya falsedad puede demostrarse, dentro y fuera del partido: “La dirección nacional no tiene que meterse en esos procesos”, dijo Pablo Casado. Si hacía falta alguna confirmación de que, efectivamente, existe la intención de torpedear las intenciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la 'accusatio manifesta' ('excusatio non petita') del presidente ha acabado de corroborarlo.