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Otegi por la espalda, un clásico etarra
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Javier Caraballo

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Otegi por la espalda, un clásico etarra

El líder de la izquierda 'abertzale' ejecutó con la mayor frialdad una calculada simulación de arrepentimiento a sabiendas de que, incluso los más escépticos, acabarían admitiendo que se trataba de un 'paso adelante'

Foto: El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. (EFE)
El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. (EFE)

Por la espalda, como solían actuar los terroristas de ETA, el líder de Bildu, Arnaldo Otegi, esbozó el lunes públicamente una disculpa vaga por los 860 asesinados y, pasadas las siete horas, todo se desvaneció cuando se dio la vuelta y confesó sus verdaderas intenciones a un grupo de militantes: “Tenemos a 200 presos dentro y tienen que salir de la cárcel. Si no los tuviéramos, no actuaríamos así con este Gobierno”. En siete horas, el líder de la llamada izquierda 'abertzale' ejecutó, con la mayor frialdad, así como actuaban antes, una calculada simulación de arrepentimiento a sabiendas de que, de forma inmediata, incluso los más escépticos ante los cambios reales en ese mundo radical, viciado de sangre y de odio, acabarían admitiendo que se trataba de un ‘paso adelante’. ¿Cómo no íbamos a reconocerlo así si, objetivamente, ni la banda terrorista ni sus defensores habían pronunciado antes algo semejante?

Aunque la declaración apestara de impostura, aunque ni siquiera pronunciaran la palabra ‘perdón’ ni ‘arrepentimiento’, la declaración de Otegi constituía un avance en el final de medio siglo de terror en toda España por esa banda de fanáticos asesinos. Las ansias acumuladas durante tantos años esperando ver el final de ETA son las que, quizá, nos devuelven periódicamente esa sensación de euforia, de victoria sobre el chantaje, la extorsión y el asesinato, tantos asesinatos, por la espalda, con dos tiros en la nuca. Ese ha sido el error, esperar alguna muestra de compasión o de humanidad por parte de alguno de esos que han formado parte, activa o inactiva, de la banda terrorista ETA. Solo la fortaleza de la democracia española, que no se doblegó, que los persiguió hasta la última covacha, consiguió derrotarlos y nada más debemos esperar de esa gentuza.

En todo caso, a partir de esa verdad inexorable, del convencimiento reafirmado sobre la perversión de esos tipos, un episodio como el que estamos viviendo sobre los presos de la banda terrorista ETA debería exigirnos a todos los demócratas algo más que el barro y la confrontación. Hace ya años, tantos como se cumplen esta semana del final de la banda terrorista, que las dos principales fuerzas políticas de España deberían haber resuelto el problema de los presos terroristas que, por la excepcionalidad de la barbarie que causaron, han estado encarcelados en los centros penitenciarios más alejados del País Vasco. Como se viene insistiendo, tendría que haber sido una reunión del Pacto Antiterrorista, firmado en el año 2000 por el Partido Popular y el PSOE, la que hubiera decretado el final de la política de dispersión de los presos etarras.

El último en expresarlo así fue nada menos que el guardia civil más laureado y prestigiado por la lucha contra ETA, el coronel Manuel Corbí. Hace un año, en una entrevista en El Confidencial, lo expresó con la contundencia que solo usan los vencedores, como la sociedad española en la lucha contra ETA. Decía Corbí: “No puede haber un recluso beneficiado por ser terrorista ni perjudicado por ser terrorista. La sociedad vasca, que en su día calló ante los crímenes, para mí no tiene legitimidad para hablar a favor de los terroristas, pero por encima de todo eso está la ley penitenciaria. Si en su día se alejó a los presos por terrorismo de las cárceles vascas porque era conveniente para la lucha antiterrorista, ahora que se ha acabado ETA, yo, personalmente, veo correcto el acercamiento”.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante la sesión de control al Gobierno, este miércoles, en el Congreso de los Diputados. (EFE)

El riesgo que se corría de no hacerlo así era tan evidente como real, que ese final lo impusiera algún tribunal de Justicia o que se produjera tras una negociación con la llamada izquierda 'abertzale', defensores y aduladores de los etarras. Es decir, las dos salidas más inapropiadas e inmerecidas para la democracia española: que tantos años de resistencia ante esa banda asesina acabasen con una condena judicial o con una vomitiva cesión al entorno etarra. El protagonismo político de un ser tan despreciable como Arnaldo Otegi nos demuestra que esto último es lo que está ocurriendo. La confrontación política es tan ciega que ni siquiera es capaz de verlo; no hay grandeza en el sectarismo cainita de la política española. Lo que ocurrirá es que, espoleado por lo sucedido, el Partido Popular endurecerá sus argumentarios para repetir a todas horas que “el Gobierno socialcomunista quiere blanquear a Bildu y excarcelar a los presos de ETA”, como si no fuera ya una realidad que en los últimos 10 años han salido de prisión 500 reclusos de la banda y que ya solo quedan 200 encerrados.

En todo caso, la responsabilidad mayor recae en el Partido Socialista y en su líder, Pedro Sánchez, porque es él quien tiene la responsabilidad del gobierno y la potestad para rechazar que las últimas líneas de la lucha contra ETA, con el acercamiento de presos, no las escriba nadie del entorno de los asesinos sino los partidos que han luchado y muerto en los años del horror. El PSOE puede dialogar y pactar con Bildu, como se ha defendido aquí en otras ocasiones, sobre cualquier aspecto que no tenga que ver, directa o indirectamente, con la banda terrorista, porque son representantes públicos con los mismos derechos que cualquier otro diputado. Pero lo que no puede hacer el PSOE es comerciar con la dignidad de un país entero y negociar con Bildu sobre los presos de ETA, a excepción de un perdón verdadero a las víctimas, de la colaboración para el esclarecimiento de los 300 atentados que quedan aún sin juzgar y del arrepentimiento por el inmenso dolor causado. Si con la ‘declaración trampa’ de Arnaldo Otegi no le ha quedado claro a Pedro Sánchez cuáles son los límites, solo está abocado a protagonizar una humillación pública que, por lo que él representa como presidente de España, no nos merecemos como sociedad.

Por la espalda, como solían actuar los terroristas de ETA, el líder de Bildu, Arnaldo Otegi, esbozó el lunes públicamente una disculpa vaga por los 860 asesinados y, pasadas las siete horas, todo se desvaneció cuando se dio la vuelta y confesó sus verdaderas intenciones a un grupo de militantes: “Tenemos a 200 presos dentro y tienen que salir de la cárcel. Si no los tuviéramos, no actuaríamos así con este Gobierno”. En siete horas, el líder de la llamada izquierda 'abertzale' ejecutó, con la mayor frialdad, así como actuaban antes, una calculada simulación de arrepentimiento a sabiendas de que, de forma inmediata, incluso los más escépticos ante los cambios reales en ese mundo radical, viciado de sangre y de odio, acabarían admitiendo que se trataba de un ‘paso adelante’. ¿Cómo no íbamos a reconocerlo así si, objetivamente, ni la banda terrorista ni sus defensores habían pronunciado antes algo semejante?

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