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Cuidado, hay un cadáver flotando en tu cerveza
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Javier Caraballo

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Cuidado, hay un cadáver flotando en tu cerveza

No podemos caer en la enorme barbaridad de que la reiteración desgraciada de pateras y de muertes deje de convertirse en noticia, carente de todo interés

Foto: Migrantes rescatados por Salvamento Marítimo. (EFE)
Migrantes rescatados por Salvamento Marítimo. (EFE)

Vamos a detenernos antes de empezar en una certeza incómoda para cada uno de nosotros: la muerte desgraciada, inesperada y cruel de una persona no siempre es noticia ni nos interesa. Nuestros códigos morales, nuestra sensibilidad, no debería admitir diferencias entre seres humanos, pero sucede y, por eso, la constatación nos resulta tan incómoda que, inconscientemente, la desechamos. Como si se activase un mecanismo de 'autoborrado' en nuestro cerebro para evitarnos esa inquietud interior. De ahí que deba comenzar este artículo con una confesión personal sobre la propia conveniencia, oportunidad o interés de escribir sobre este tema al comprobar que la muerte, no de una o dos, sino de cerca de cuarenta personas no logra traspasar las portadas de periódicos o informativos de radio.

Hasta este último viernes, el mar ha estado escupiendo cadáveres en las playas de Cádiz y de Almería, hombres y mujeres jóvenes, alguna de ellas con sus hijos pequeños, que se ahogaron al naufragar las pateras en las que viajaban. Si el mar hubiera llevado hasta la arena de la playa los cadáveres de una decena de delfines, pongamos por caso, ¿quién apuesta a que la trascendencia de la noticia hubiera sido mucho mayor que la obtenida por los cadáveres de diez, veinte o treinta seres humanos? Pues como es muy probable que la respuesta sea afirmativa, que la muerte de delfines nos hubiera conmovido más como sociedad, conviene, como se decía antes, detenernos un momento, al menos solo un momento, para reflexionar sobre la hondura de una contradicción moral y cívica como esta que nos afecta.

Foto: Foto: EFE

La noticia inadvertida del doble naufragio de pateras y la aparición de cadáveres en playas andaluzas se ha producido en los últimos días de este mes de octubre, intenso de inmigración, tras naufragar dos embarcaciones que se dirigían hasta la costa de Cádiz y de Almería. La patera de Cádiz salió de Marruecos el día 12 de octubre y, tras dos días de navegación, se rompió el motor y sus tripulantes quedaron a la deriva hasta que una ola, con el mar embravecido, volcó y destrozó la embarcación. Un pesquero los avistó a pocas millas del cabo de Trafalgar cuando ya solo quedaban dos supervivientes agarrados a algunos trozos de madera de la patera; el resto se había ahogado o perecido de frío en las aguas del océano.

En el otro extremo de la costa andaluza, a unas millas de Carboneras, en Almería, naufragó unos días después otra patera y el miércoles de esta semana apareció el primer cadáver en la playa de Las Negras. Luego aparecerían otros más. En todos esos días, los medios de comunicación han ofrecido alguna referencia de esos dos naufragios, pero de forma vaga. Tampoco ha habido revuelos en las redes sociales, como ocurre tantas veces con noticias que conmueven a la sociedad o que la indignan, y, por supuesto, no ha tenido ninguna repercusión entre la clase política. De hecho, el miércoles pasado, es decir el primer día que comenzaron a aparecer cadáveres en una playa de Almería, el presidente del Gobierno tuvo que responder en el Congreso a una pregunta sobre inmigración ilegal en España, pero nada tenía que ver con esa tragedia.

Foto: Foto: EFE

Ni siquiera ninguno de los intervinientes en ese debate le dedicó un recuerdo, una oración o pidió un minuto de silencio por los muertos. Nada de eso, todo lo contrario, quien hablaba era el líder de Vox, Santiago Abascal, con su tono tosco y áspero: "Se ha convertido usted —le decía a Pedro Sánchez— en flautista de Hamelín que convoca inmigración ilegal, la llama a España, importa delincuencia y genera inseguridad (…) Le pido que se ponga en la piel de los padres que tendrán que recibir en sus casas a sus hijos con una cuchillada en el cuello o a su hija violada por aquellos a los que ustedes llaman, a los que ustedes mantienen". Esa invocación al flautista de Hamelín, que atraía a las ratas, para referirse a seres humanos, el mismo día que el mar dejaba cadáveres en la arena, desborda todo lo que podamos calificar de grotesco o indecente. En fin…

Ni esta generación nuestra ni las siguientes que vengan van a resolver el gravísimo problema de la inmigración, los flujos de personas que intentan llegar hasta Europa desde todos los países que nos rodean, ya sea por la pobreza, el fundamentalismo y las guerras del Medio Oriente o por la miseria absoluta y la brutalidad tribal del África subsahariana o las enormes necesidades y carencias del Magreb o de algunos países latinoamericanos. Miremos hacia donde miremos, solo veremos un alud gigantesco de problemas que nos desbordan, que sabemos que es imposible de digerir y gestionar, no solo por parte de España sino de Europa. Pero entenderlo así, asumirlo así, como una derrota, no puede llevarnos a la indiferencia, no podemos caer en la apatía.

Ni esta generación nuestra ni las siguientes que vengan van a resolver el gravísimo problema de la inmigración

No podemos caer en la enorme barbaridad de que la reiteración desgraciada de pateras y de muertes, un día Canarias, otro Baleares, otro Andalucía, deje de convertirse en noticia, carente de todo interés. Entre lo poco que podemos hacer como ciudadanos, lo mínimo que debemos exigirnos, es la conciencia clara de la enorme tragedia de la humanidad con la que convivimos. Frente a aquellos que fomentan el odio y el racismo, mantengamos un criterio justo y apropiado sobre esa pobre gente que se juega la vida para ganarse un trozo de pan aquí. Y, a partir de ahí, respaldemos toda medida que pueda paliar en algo esa terrible realidad. En el mínimo exigible, usemos palabras que no camuflen la verdad, como decía aquí mismo el antiguo obispo de Tánger, el gallego Santiago Agrelo: "Se trata de algo tan sencillo como llamar a las cosas por su nombre. Por ejemplo, la forma que tenemos de hablar de las fronteras: no hay jóvenes que pasan hambre, no hay mujeres sometidas a violaciones, día tras día, ni hay niños que no saben qué es una casa familiar…".

"En las fronteras hay 'sin papeles', 'irregulares' o 'ilegales’'… Se habla de ellos como si fueran fantasmas, que no sufren. Todo esto es una grandísima hipocresía". Vivamos con la conciencia despierta, y los sentidos en alerta, para no caer en la insensibilidad, la ignorancia y, mucho menos el desprecio. Vivamos en guardia cotidiana contra racistas y populistas, sensibles a la tragedia, conscientes de lo que ocurre, con el aire de aquel poema de Luis García Montero, 'Consejos para Ciudadanos pacifistas', como si en el bar, al volver la mirada al vaso de cerveza, pudiésemos ver la imagen de un cadáver flotando en la espuma, como los que estos días están dejando las olas del mar en las playas andaluzas.

Vamos a detenernos antes de empezar en una certeza incómoda para cada uno de nosotros: la muerte desgraciada, inesperada y cruel de una persona no siempre es noticia ni nos interesa. Nuestros códigos morales, nuestra sensibilidad, no debería admitir diferencias entre seres humanos, pero sucede y, por eso, la constatación nos resulta tan incómoda que, inconscientemente, la desechamos. Como si se activase un mecanismo de 'autoborrado' en nuestro cerebro para evitarnos esa inquietud interior. De ahí que deba comenzar este artículo con una confesión personal sobre la propia conveniencia, oportunidad o interés de escribir sobre este tema al comprobar que la muerte, no de una o dos, sino de cerca de cuarenta personas no logra traspasar las portadas de periódicos o informativos de radio.

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