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El andalucismo muerto y redivivo
En todo el arco parlamentario se percibe un interés inusitado de los dirigentes por aparecer como auténticos representantes del andalucismo, como si fuera una fórmula política de éxito
El andalucismo, que es la denominación del nacionalismo andaluz, es el muerto con más vida del panorama político español. Sus padres fundadores lo enterraron hace ya seis años y ahora todo el mundo lo reclama como una seña de identidad. Pero ¿quién quiere pasear un cadáver como ese, que tuvo que disolverse por falta de interés de la ciudadanía? Pues esa es la paradoja, al menos la paradoja aparente que se plantea ahora en Andalucía, que en todo el arco parlamentario se percibe un interés inusitado de los dirigentes por aparecer como auténticos representantes del andalucismo, como si fuera una fórmula política de éxito o una bandera que mueve masas y que alguien dejó tirada en medio de la calle.
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, que es del Partido Popular, asegura cada vez que le preguntan que siempre ha sido andalucista, pero, desde que está en el Gobierno, se ha vuelto “un activista del andalucismo”, y no es raro que lo diga porque la fórmula de poder que está ensayando el centro derecha en Andalucía es la misma que hizo que el PSOE estuviera gobernando en esta comunidad durante casi cuatro décadas. Los socialistas se identificaron completamente con Andalucía, “el partido natural de los andaluces”, decían, como el Guadalquivir o la Alhambra, y tan eficaz resultó esa estrategia que el objetivo ahora es recuperar “esas señas de identidad, un proyecto político andalucista, municipalista y de izquierdas”, según dice su nuevo líder, Juan Espadas.
A su izquierda, la presión andalucista no es menor y todas las formaciones políticas que se presentarán a las elecciones remarcan ese carácter, aunque sea con gestos y colores, igual que hizo la presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, que sorprendió a todos hace unos días con un acento andaluz que, seguramente, solo habrá empleado hasta ahora con su familia jerezana. Pero si hasta Macarena Olona, candidata virtual de Vox en las próximas elecciones andaluzas, se somete a unos escorzos dialécticos imposibles para intentar hacer compatible su interpretación del andalucismo con el rechazo a las autonomías. “Soy Macarena de Granada”, dice la alicantina…
Así que volvamos al origen: ¿por qué, de nuevo, interesa tanto el andalucismo si tuvo que disolverse por falta de clientela electoral? El histórico nacionalista andaluz, Alejandro Rojas Marcos, que fue el primero en hablar de andalucismo y de Blas Infante, aún antes de que se muriese el dictador Francisco Franco, siempre ha ofrecido una severa autocrítica del sentimiento nacionalista en Andalucía que, quizá, nos puede servir para entender lo que ocurre en la actualidad, esa aparente paradoja de la que se hablaba antes.
En 2015, cuando los fundadores decidieron disolver el Partido Andalucista como un acto “de dignidad” al comprobar que los andaluces habían dejado de votarlos y que habían desaparecido de las instituciones andaluzas, Rojas Marcos, en una entrevista en El Confidencial, admitió que, en realidad, “el pueblo andaluz no está interesado en un partido propio porque su grado de conciencia de pueblo no es suficiente. Yo soy un político y el éxito de un político es constatar la realidad: no nos votan y dimitimos. Punto”.
Si interpretamos correctamente a Rojas Marcos, nos daremos cuenta de que, en realidad, lo primero que habría que diferenciar es el concepto ‘andalucista’ del concepto ‘nacionalista’. El andalucismo ha sido siempre un sentimiento de pertenencia antes que una reivindicación política. Por eso, los andalucistas, ni en su mejor época, cuando disponían de grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados y hasta en el Parlamento de Cataluña, pudieron aspirar a gobernar en la Junta de Andalucía. Cuando lo hicieron, pasados los años y abandonadas muchas esperanzas, fue como partido bisagra del PSOE andaluz, y eso fue lo que decretó su final. Pero, al margen de los errores que hubiera podido cometer el Partido Andalucista en su trayectoria, lo que parece incuestionable es lo que afirma Rojas Marcos, que en Andalucía no existe ese sentimiento nacionalista como tal. Eso no invalida, sin embargo, que la ‘etiqueta’ del andalucismo sea un complemento perfecto para cualquier ideología.
Esto último, como se decía antes, es lo que supo interpretar perfectamente el PSOE durante sus años de Gobierno en Andalucía y lo que intenta replicar ahora el Partido Popular. Ninguno de los dos ha caído en el fallo de pensar que existe una pulsión nacionalista, que puede ser el error que se esté cometiendo ahora en la extrema izquierda andaluza, compuesta por varias organizaciones escindidas de Podemos. La gaditana Teresa Rodríguez puede ser, en este sentido, la más perseverante en el error de los nacionalistas andaluces porque lo que intenta es ofrecer una especie de andalucismo libertario, revolucionario, que ni siquiera los auténticos andalucistas pretendieron. Más bien al contrario, una de las primeras decisiones del Partido Andalucista en los años 80 del siglo pasado fue la renuncia a la marca socialista (antes se llamaba Partido Socialista de Andalucía, PSA), para centrar ideológicamente el proyecto y afianzar así su crecimiento. De hecho, por lo que se decía antes de la necesidad de diferenciar ‘andalucismo’ y ‘nacionalismo’, quizá lo que más se aproxime a su realidad es que se trata de un movimiento transversal. No es lo que se piensa en la extrema izquierda y, frente a esa interpretación, lo que se busca es una mayor radicalización del término.
Con el regusto histórico de aquellos movimientos jornaleros andaluces de finales del siglo XIX, como la célebre Mano Negra, el partido Adelante Andalucía de Teresa Rodríguez y del alcalde de Cádiz, que es su principal referente institucional, defiende que “Andalucía tiene que liderar sin complejos un modelo territorial avanzado que responda a la realidad plurinacional del Estado y de la Unión Europea, a partir del derecho a decidir y de la naturaleza constitucional de los Estatutos”.
Junto a ellos, con algunos matices federalistas, están las otras dos organizaciones a la izquierda del PSOE, la sección andaluza de Podemos y Más País Andalucía, de Íñigo Errejón, que también ha querido empaparse de rasgos identitarios y se define como una fuerza política defensora de “un nuevo andalucismo inclusivo, verde, feminista y socialista”.
Como se ve, en fin, todos los partidos políticos reclaman para sí el andalucismo que formalmente pereció en las urnas, ayuno de papeletas de voto. Sin embargo, todos lo consideran una seña de identidad imprescindible para quien quiera presentarse en esta comunidad a unas elecciones. Como la cita electoral está cercana, ya comprobaremos los resultados de este fervor andalucista redivivo.
El andalucismo, que es la denominación del nacionalismo andaluz, es el muerto con más vida del panorama político español. Sus padres fundadores lo enterraron hace ya seis años y ahora todo el mundo lo reclama como una seña de identidad. Pero ¿quién quiere pasear un cadáver como ese, que tuvo que disolverse por falta de interés de la ciudadanía? Pues esa es la paradoja, al menos la paradoja aparente que se plantea ahora en Andalucía, que en todo el arco parlamentario se percibe un interés inusitado de los dirigentes por aparecer como auténticos representantes del andalucismo, como si fuera una fórmula política de éxito o una bandera que mueve masas y que alguien dejó tirada en medio de la calle.
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