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La depredación del PP y la excepción andaluza
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Javier Caraballo

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La depredación del PP y la excepción andaluza

Tras la caída abrupta del Gobierno de coalición de Castilla y León, ya no cabe ninguna duda de la estrategia de depredación que comenzó a desarrollar el PP en cuanto su antiguo adversario electoral le ofreció una coartada

Foto: El presidente de la Junta de Castilla y León y presidente del PP en la comunidad, Alfonso Fernández Mañueco. (EFE/J. Casares)
El presidente de la Junta de Castilla y León y presidente del PP en la comunidad, Alfonso Fernández Mañueco. (EFE/J. Casares)
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Si la política es una ciencia, como tantas veces se invoca, es una ciencia biológica en la que se aguzan los instintos básicos de la naturaleza, como el de supervivencia. En consecuencia, también los comportamientos más cruentos, como la depredación, y el modelo de organización más primitivo, el líder de la manada. Con esos patrones de entendimiento se explica bien la estrategia del Partido Popular contra Ciudadanos, puesta en marcha tras la caída de Albert Rivera, para engullirlos completamente y hacerlos desaparecer del mapa político español. Que hayan participado en manifestaciones y compartido discurso, que hayan posado juntos en las fotos y que hayan sido socios de gobiernos municipales y autonómicos no forma parte más que del cortejo previo a la presa.

Tras la caída abrupta del Gobierno de coalición de Castilla y León, ya no cabe ninguna duda de la estrategia de depredación que comenzó a desarrollar el Partido Popular en cuanto su antiguo adversario electoral le ofreció una coartada. Murcia fue el detonante buscado, deseado, para dotar de un revestimiento formal el acto crudo de la aniquilación; un discurso político con el que justificar la ofensiva contra aquellos que, hasta ayer, iban de la mano. En esta ofensiva nacional del Partido Popular contra Ciudadanos, solo hay una excepción, lo ocurrido en Andalucía, por el convencimiento de los dirigentes regionales de que la estabilidad del Gobierno será lo que en esta comunidad premien los ciudadanos cuando acudan a las urnas. Es decir, lo contrario de lo que piensan en la dirección nacional del PP.

Foto: La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, junto a Mañueco, el pasado abril. (EFE/Nacho Gallego)

La afirmación de que el Partido Popular, tras la caída electoral de Ciudadanos, puso en marcha una estrategia nacional de acoso y derribo del partido naranja no podía sustentarse plenamente hasta lo ocurrido en Castilla y León, con la ruptura unilateral del Gobierno de coalición por parte del presidente, Alfonso Fernández Mañueco, y con el discurso calcado de su homóloga de Madrid, Isabel Díaz Ayuso: la teórica existencia de reuniones ocultas entre dirigentes de Ciudadanos y del PSOE para plantear una moción de censura, al igual que ocurrió en la Comunidad de Murcia. La falsedad de esos argumentos como excusas podría demostrarse con solo repescar los desmentidos constantes, hasta instantes antes de la ruptura, del propio Fernández Mañueco, que se ha cansado de alabar la cordialidad de los socios de gobierno y la apuesta de ambos por la estabilidad. “La situación es de normalidad, con un Gobierno de coalición que funciona”, dijo el pasado miércoles.

Pero más elocuente que las palabras del presidente castellanoleonés es la perplejidad que se plasmó ayer en la radio, en Onda Cero, cuando su vicepresidente, de Ciudadanos, Francisco Igea, se esforzaba con Carlos Alsina en despejar todas las dudas sobre la estabilidad y firmeza de la coalición. Nada más colgar el teléfono, acabada la entrevista, se percató de que, mientras hablaba de futuro, lo habían echado del Gobierno…

Si lo miramos con cierta perspectiva, encontraremos en lo ocurrido en Murcia un precedente político difícilmente repetible: una moción de censura mutante. Si el objetivo de una moción de censura es apear a un partido político del Gobierno, en el caso de Murcia quien la plantea es Ciudadanos y quien la aprovecha es el Partido Popular para expulsar a sus antiguos socios de dos gobiernos distintos, Madrid y Castilla y León, además de mantener el primer Gobierno de la secuencia. Bien sabían los dirigentes del Partido Popular que la moción de censura de Murcia solo fue un esperpento del que salió victorioso y que solo demostró la enorme división interna de Ciudadanos. Por esa razón, el PP pudo mantener el Gobierno murciano, y lo normal entonces es que aquellos que firmaron acuerdos de coalición por toda España hubieran salido reforzados tras haber frustrado, y evidenciado, los planes urdidos en los despachos de la Moncloa.

En vez de eso, el fracaso de la moción de censura de Murcia supuso para el Partido Popular el toque a rebato para acabar con sus aliados naranjas en todos los frentes. Ni siquiera se privó de ocultarlo el presidente del PP, Pablo Casado, cuando acudió a Murcia aquellos días, en marzo pasado. “Hoy, aquí, empieza la reconstrucción del centro derecha”, dijo Casado. Lo ocurrido en Castilla y León, al igual que antes en Madrid, forma parte de esa determinación, no de la deslealtad sostenida y planificada por Ciudadanos, que no ha existido, y al que solo se puede culpar de aquella ridiculez. Además de su descomposición interna.

Pero ¿y Andalucía? ¿Por qué no ha ocurrido lo mismo en esta comunidad? La razón que puede esgrimirse no es simple ni solo política. Al contrario de lo que sostienen Pablo Casado y su entorno ejecutivo, el Partido Popular de Andalucía considera que los valores políticos que los ciudadanos premiarán en las urnas son la estabilidad del Gobierno y la lealtad entre los socios, por la peculiaridad del electorado de esta comunidad. Ayer mismo, mientras se consumaba la ruptura del Gobierno de Castilla y León entre populares y liberales, en Andalucía esos dos mismos socios de gobierno se congratulaban de una encuesta del Centro de Estudios Andaluces —el CIS de la Junta de Andalucía— que otorgaba al centro derecha la posibilidad de seguir gobernando como hasta ahora, con un Gobierno de coalición y el apoyo parlamentario de Vox.

Otra de las razones de la excepción andaluza tiene que ver con el talante político desplegado por el presidente del PP andaluz y de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, más moderado y conciliador, en el que encajaría mal una crisis agria como la madrileña o la castellanoleonesa, que lo llevaría al campo enfangado de la confrontación y las descalificaciones de que siempre rehúye. Tanto es así que hasta la propia noticia de la ruptura del Gobierno de Fernández Mañueco tuvo en la comunidad andaluza una escasa relevancia, quizá porque todos los actores políticos andaluces, Gobierno y oposición, comparten que lo ocurrido en Castilla y León “se produce en condiciones y circunstancias que distan mucho de Andalucía", como repetían desde la Junta de Andalucía. Solo Santiago Abascal, el líder de Vox, fuera de esta comunidad, lanzó una pregunta en sus redes sociales: “¿A qué esperas para convocarlas en Andalucía, Juanma Moreno?”. Pero no consta que alguien le contestara.

Si la política es una ciencia, como tantas veces se invoca, es una ciencia biológica en la que se aguzan los instintos básicos de la naturaleza, como el de supervivencia. En consecuencia, también los comportamientos más cruentos, como la depredación, y el modelo de organización más primitivo, el líder de la manada. Con esos patrones de entendimiento se explica bien la estrategia del Partido Popular contra Ciudadanos, puesta en marcha tras la caída de Albert Rivera, para engullirlos completamente y hacerlos desaparecer del mapa político español. Que hayan participado en manifestaciones y compartido discurso, que hayan posado juntos en las fotos y que hayan sido socios de gobiernos municipales y autonómicos no forma parte más que del cortejo previo a la presa.

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