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Pedro Sánchez y Díaz Ayuso en su sexta ola
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Javier Caraballo

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Pedro Sánchez y Díaz Ayuso en su sexta ola

Otra vez está el presidente del Gobierno zarandeado por su incapacidad para estar a la altura del cargo que ocupa, y otra vez ha emergido, polémica y disparatada, la presidenta de la Comunidad de Madrid

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la Moncloa. (EFE/Archivo/J.J. Guillén)
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, en la Moncloa. (EFE/Archivo/J.J. Guillén)

La proeza científica de lograr una vacuna contra la pandemia del covid-19 en menos de un año ha sido contestada por el virus con la irrupción de una nueva variante, ómicron, que otra vez amenaza con el colapso de los sistemas sanitarios en el mundo desarrollado, a pesar de las campañas masivas de vacunación. No se trata, como ha ocurrido desde el principio, de ninguna singularidad española, porque, antes o después, las noticias de la pandemia se repiten idénticas en todos los países de nuestro entorno, pero aquí las oleadas del virus sirven para incendiar los debates políticos, como si las variantes surgieran de los despachos. No hacen falta ni gráficas ni estadísticas para certificar el impacto sanitario de esta sexta oleada de la pandemia, que superará en contagios a todas las precedentes, porque basta con atender a los discursos políticos inflamados y al cruce de acusaciones.

Este incremento exponencial de la crispación política al que estamos asistiendo es el indicador más fiable de la gravedad de esta nueva oleada, que se esperaba para enero en España y se ha adelantado un mes, barriendo todas las expectativas de las navidades y del fin de año. Otra vez está el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, zarandeado por su incapacidad para estar a la altura del cargo que ocupa, como primera autoridad política de España, y otra vez ha emergido, polémica y disparatada, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, para completar las pinceladas de este cuadro repetido.

El primero, Pedro Sánchez, no es que no haya sido capaz de sacar adelante en casi dos años una ley de pandemia, un marco jurídico apropiado para esta situación excepcional, es que ni siquiera es capaz de ofrecer un discurso político acorde a estos momentos históricos. La antológica nadería de su última ‘declaración institucional’ es la mejor demostración de su insustancialidad. Sencillamente, a Pedro Sánchez le han fallado todas las previsiones de recuperación y salida de la pandemia y, ahora, más que nunca, se le ve desbordado y sin respuestas. Ni la exitosa campaña de vacunación de España ha conseguido frenar el contagio explosivo de esta nueva variante del covid-19, ni los fondos europeos, en los que también España ha logrado las mayores partidas de ayudas, han relanzado la economía como se esperaba. Y admitirlo así, cuando todavía se está a tiempo de corregir y rectificar, lo que evitaría es que los problemas se agraven más.

Un verdadero estadista es el que sabe reconocer los cambios inesperados, las alteraciones imprevistas, para adaptar sus planes a las nuevas circunstancias. En sentido contrario, la capacidad de liderazgo de un gobernante se quiebra cuando pierde el principio de realidad, y eso es lo que le está pasando a Pedro Sánchez, que actúa como si le incomodaran todos los acontecimientos inesperados que van surgiendo a su alrededor. Con la expansión inesperada del virus, a partir de la variante de Sudáfrica, a Pedro Sánchez le está ocurriendo exactamente igual que con el precio de la electricidad. Como un boxeador noqueado, sigue repitiendo que está cumpliendo sus promesas (“Estamos cumpliendo nuestro compromiso sobre la factura de la luz”, como dijo este martes en el Senado) a pesar de que acabará el año en máximos históricos, con una subida acumulada del 500 por cien desde que él llegó al Gobierno.

Foto: La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso. (EFE/J.J. Guillén)

Lo que se queda por debajo de esa inmensa polvareda, de ese ruido político, es la realidad de la sanidad pública en España, con importantes carencias de medios y de profesionales. Por esa razón es tan grave la andanada de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, para colocarse en el centro de la polémica. Como ya nos ocurrió en la primera fase de la pandemia, las redes sociales del personal sanitario de los hospitales de todo el país repiten las mismas amarguras, las mismas sensaciones de avalancha inesperada, de colapso, que comienza en la atención primaria y se desplaza, con la misma rapidez que los contagios, hacia las urgencias de los hospitales y, finalmente, a las plantas hospitalarias y las unidades de cuidados intensivos (UCI).

Nos enfrentamos al colapso de la atención primaria y a sus graves consecuencias sobre todo el sistema asistencial de nuestra comunidad si se pretende basar el control de esta grave situación epidemiológica tan solo en la realización de test diagnóstico o autodiagnóstico y el aislamiento posterior del paciente”, pronosticó hace unos días el Colegio Oficial de Médicos de Madrid y la respuesta de la presidenta ha sido extender una manta de sospecha sobre la implicación de los profesionales. “En algunos centros de salud —sostiene Ayuso—, no cogen los teléfonos, se cuelgan, de repente no hay médicos… Cada vez se ve de manera más recurrente como en algunos centros de salud, no en todos, ya empieza a haber mucha tensión porque utilizan los espacios de todos para colgar sus pancartas. No todos quieren trabajar y arrimar el hombro”, dijo la presidenta en una entrevista de radio. ¿Cuáles pueden ser las repercusiones de una declaración así?

Las deseadas, que son las que busca Díaz Ayuso, son las de la controversia política con sindicatos y la oposición de izquierdas a su Gobierno, pero no se agota ahí la trascendencia de una acusación de esta naturaleza, expresada sin más respaldo que el de una conversación de barra de bar. En la cara oculta de esta crisis sanitaria, la que nada tiene que ver con los aplausos y los homenajes, está un incremento de las agresiones al personal sanitario motivado, como vienen denunciando las asociaciones profesionales. No es un fenómeno nuevo en España, desde luego, pero se han disparado, probablemente, por las limitaciones impuestas durante tantos meses a la asistencia presencial en las consultas y al aumento de las listas de espera en muchas enfermedades. Solo la frivolidad de una presidenta como Díaz Ayuso es capaz de ignorarlo con tal de acaparar su cuota de protagonismo en esta sexta oleada de controversias.

La proeza científica de lograr una vacuna contra la pandemia del covid-19 en menos de un año ha sido contestada por el virus con la irrupción de una nueva variante, ómicron, que otra vez amenaza con el colapso de los sistemas sanitarios en el mundo desarrollado, a pesar de las campañas masivas de vacunación. No se trata, como ha ocurrido desde el principio, de ninguna singularidad española, porque, antes o después, las noticias de la pandemia se repiten idénticas en todos los países de nuestro entorno, pero aquí las oleadas del virus sirven para incendiar los debates políticos, como si las variantes surgieran de los despachos. No hacen falta ni gráficas ni estadísticas para certificar el impacto sanitario de esta sexta oleada de la pandemia, que superará en contagios a todas las precedentes, porque basta con atender a los discursos políticos inflamados y al cruce de acusaciones.

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