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Vox y Podemos, los extremos irritados
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Javier Caraballo

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Vox y Podemos, los extremos irritados

Unos y otros reaccionan, irritados, cuando se les describe como los extremos de la política española, a izquierda y a derecha

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rogerio Florentino)
El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Rogerio Florentino)

A los dirigentes de Vox y de Podemos no les gusta que se les llame extremos. Tampoco a muchos de sus electores y simpatizantes, como puede comprobarse aquí mismo, en El Confidencial: cada vez que en un artículo o en una información se menciona a Vox como un partido de extrema derecha, decenas de lectores muestran su disconformidad, incluso su crispación, porque lo consideran una descalificación o un insulto. Lo mismo ocurre con Podemos, aunque lo que de verdad causa una encendida irritación en esta formación y en sus seguidores no es tanto que se les mencione como partido de extrema izquierda, así, de forma aislada —reiteran, por ejemplo, sus simpatías por regímenes como el cubano o el venezolano—, sino cuando esa denominación se incluye en un contexto mayor en el que Vox figura como partido de extrema derecha. Entonces, dirigentes y adeptos podemitas saltan como un resorte por el berrinche que les produce verse en ese espejo que, para ellos, es una grave ofensa por situarlos en el extremo opuesto al de la extrema derecha.

Es decir, unos y otros reaccionan, irritados, cuando se les describe como los extremos de la política española, a izquierda y a derecha, y la cuestión central, si nos alejamos de la polvareda intensa de descalificaciones que se organiza en ambos partidos, radica en analizar si se comete una injusticia al describirlos como tales o si, en realidad, esa es la denominación que mejor los define.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal, durante la noche electoral del pasado domingo. (Reuters)

Lo primero que tendríamos que considerar es que, si ambos partidos se sitúan visualmente en los extremos —a veces, parece que es eso, la imagen, lo que les irrita—, es porque tanto Vox como Podemos han labrado su campo electoral a fuerza de distanciarse, respectivamente, del Partido Popular y del PSOE, acusándolos de haber prostituido con ideas de centro la ideología de derecha y de izquierda. La campaña más efectiva de Vox, con su líder, Santiago Abascal, a la cabeza, fue aquella primera, que aún se mantiene latente, que llama despectivamente al Partido Popular “derechita cobarde” por su centralidad política, sobre todo en la etapa de gobierno de Mariano Rajoy. Es evidente que, a partir de ese instante, de la reivindicación de una ‘derecha más auténtica’, el partido de Abascal lo que pretende es situarse a la derecha de la derecha hegemónica, es decir, en la extrema derecha.

¿Y Unidas Podemos? Aunque en sus inicios, hace ya más de siete años, Podemos se definía como partido socialdemócrata, “la nueva socialdemocracia”, pronto abandonó ese perfil, expulsó del partido a quienes defendían esas tesis de una ideología más templada y se radicalizó en sus postulados. Incluso después de haber alcanzado un pacto con el PSOE y de formar parte del Gobierno de España, se pueden encontrar numerosas intervenciones de los dirigentes de este partido en que acusan a los socialistas “de mirar a la derecha”. Por la misma razón, al afirmar que el partido hegemónico de la izquierda española se inclina a la derecha, Podemos se coloca a la izquierda de esa izquierda, la extrema izquierda, que es la denominación que tiene en lenguaje político.

Foto: El secretario general de Vox, Javier Ortega Smith. (EFE) Opinión

Todo lo anterior, insistimos, se limita a una mera descripción de la topografía ideológica de la política española, como lo definen algunos politólogos; la visión de un plano extendido: extrema derecha, derecha, centro, izquierda y extrema izquierda. Para acabar con el bipartidismo imperante en la mayor parte de la democracia española, Vox y Podemos se han situado, estratégicamente, en los extremos de la política española, reivindicando para sí mismos la autenticidad y la pureza de la ideología de izquierda o derecha, sin ‘contaminaciones’ de centro político, y la consecuencia lógica es que visualmente se los sitúe en los extremos. Sin embargo, ambos se quejan de la consecuencia elemental de sus decisiones y la atribuyen siempre a poderes externos que intentan menoscabarlos.

Cada vez que, por ejemplo, le han preguntado al presidente de Vox, Santiago Abascal, ha contestado, desairado, que no quiere perder ni un solo segundo en esa controversia porque, a su juicio, lo único que persigue es “demonizar” a Vox. “Yo no tengo que justificarme ni explicar por qué no soy de extrema derecha”. No tiene inconveniente, eso sí, en identificar a “la extrema izquierda”, aliada con “una parte del Ibex” y de los medios de comunicación, para intentar enterrar a Vox. Ocurre lo mismo con el líder espiritual de Podemos, Pablo Iglesias, aunque sus réplicas siempre surgen del escozor de verse comparado: piensa que vivimos un tiempo de grandes presiones de poderes fácticos, “las cloacas”, en España para “volver al bipartidismo”; que por eso se repite que “los extremos se tocan”, lo que, a su juicio, no es más que una estratagema, o una torpeza inconsciente, para “blanquear a los ultras” que solo están, claro, en la derecha. Ambas cosas, la reivindicación de la pureza ideológica y la alerta de amenazas externas, son, por cierto, muy propias de los extremos.

Foto: Enrique Villarino.
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A partir de ahí, de la constatación de que ambos están en los extremos porque es donde se han colocado estratégicamente, y que por eso muestran su afinidad con los regímenes y dirigentes mundiales de extrema derecha y extrema izquierda, unos con Donald Trump y Viktor Orbán y otros con Nicolás Maduro y Fidel Castro, lo que podríamos incluir, al final, es una pregunta que, en primera instancia, puede parecernos de Perogrullo: ¿estar en los extremos supone ser un extremista? Y más allá, aún: ¿son lo mismo uno y otro?

Quizá se trata del aspecto más controvertido y complejo si la pregunta debe responderla quien no está alineado con ninguno de los dos bandos, tanto a la izquierda como a la derecha, porque reniega de los extremos, pero tiene sus simpatías políticas definidas. En algunos aspectos, como el fomento de la homofobia, de la banalización del feminismo o el peligrosísimo discurso contra la inmigración, parece claro que Vox no es lo mismo que Podemos. Pero, al contrario, si se trata de valorar quién supone una mayor amenaza a la Constitución, empezando por la propia configuración institucional de la democracia española o la integridad territorial, o quién amenaza más la independencia del poder judicial, está igualmente claro que Podemos no es lo mismo que Vox. ¿Es preferible el antieuropeísmo de Podemos o el antieuropeísmo de Vox? En fin… Volviendo al centro de la irritación de ambos, está claro que Vox y Podemos no son lo mismo, pero ambos son extremos. Concretamente, extrema derecha y extrema izquierda.

A los dirigentes de Vox y de Podemos no les gusta que se les llame extremos. Tampoco a muchos de sus electores y simpatizantes, como puede comprobarse aquí mismo, en El Confidencial: cada vez que en un artículo o en una información se menciona a Vox como un partido de extrema derecha, decenas de lectores muestran su disconformidad, incluso su crispación, porque lo consideran una descalificación o un insulto. Lo mismo ocurre con Podemos, aunque lo que de verdad causa una encendida irritación en esta formación y en sus seguidores no es tanto que se les mencione como partido de extrema izquierda, así, de forma aislada —reiteran, por ejemplo, sus simpatías por regímenes como el cubano o el venezolano—, sino cuando esa denominación se incluye en un contexto mayor en el que Vox figura como partido de extrema derecha. Entonces, dirigentes y adeptos podemitas saltan como un resorte por el berrinche que les produce verse en ese espejo que, para ellos, es una grave ofensa por situarlos en el extremo opuesto al de la extrema derecha.

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