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Pablo Casado y el síndrome del pollo sin cabeza
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Javier Caraballo

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Pablo Casado y el síndrome del pollo sin cabeza

La inconsistencia del líder del PP proviene de un error de cálculo: pensar que Sánchez no duraría

Foto: El presidente de PP, Pablo Casado. (EFE/Almudena Álvarez)
El presidente de PP, Pablo Casado. (EFE/Almudena Álvarez)

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, vive de forma atropellada la política. Tanta es la prisa por ganar unas elecciones y consolidarse como líder del centro derecha en España que ha puesto en marcha una estrategia acelerada en la que lo inmediato se impone a lo reflexivo, el efecto a la palabra, y eso lo ha llevado a un círculo vicioso en el que es muy fácil verle atrapado. Va a remolque de esa inercia que él mismo ha impulsado y, como no sabe frenar ni templar, es la estrategia la que lo controla a él, como si lo arrastrara. Tiene razón en que, si miramos atrás, observaremos que todos los presidentes de Gobierno que ha habido en España han atravesado previamente un desierto de incertidumbre y de críticas internas que no han superado hasta que no llegaron a la Moncloa.

Le sucedió, aunque ya no se recuerde, a José María Aznar y, sobre todo, a Mariano Rajoy, de la misma forma que ocurrió antes con los presidentes socialistas, quizá con la única excepción de Rodríguez Zapatero, que ganó en las primeras elecciones a las que se presentó, aunque todo el mundo entenderá que esa salvedad estaba trágicamente determinada por el terrible atentado de Atocha del 11 de marzo de 2004. A todos les pasa antes de convertirse en un líder aclamado y respetado —o temido, como aconsejaba Maquiavelo—, con lo que Pablo Casado puede considerarse dentro de esa normalidad de la política española.

El quid de la cuestión está en cómo se afronta esa ‘interinidad’ y en cómo la aprovecha el líder político recién llegado para transformar la inseguridad en confianza. Y la inconsistencia, en seguridad. Con esa estrategia atropellada, a Pablo Casado no se le oye un discurso sólido. Lo que transmite es superficialidad y dudas, y debería preocuparle. Porque a eso se le llama el ‘síndrome del pollo sin cabeza’, con efectos políticos letales para sus intereses.

Foto:  El líder del PP, Pablo Casado, durante el pleno del Congreso de los Diputados. (EFE) Opinión

Quizá todo lo que vemos en la actualidad, esa urgencia que le quema, proviene de un enorme error de cálculo: pensar que la estancia de Pedro Sánchez en la Moncloa no iba a durar demasiado, por la debilidad parlamentaria del PSOE y por la contestación interna que ha arrastrado el dirigente socialista, a pesar de haber ganado aquellas elecciones primarias frente a Susana Díaz. Que lo pensara así tras la moción de censura que le ganó a Mariano Rajoy, podría incluso justificarse, pero que mantuviese esa misma creencia después de que el PSOE le ganara dos elecciones generales seguidas en 2019, ya supuso convertir el error de cálculo en un complejo. Porque la legislatura actual, la de este Gobierno de coalición del PSOE y de Unidas Podemos, va a durar exactamente lo que quiera Pedro Sánchez que se prolongue.

El presidente del Partido Popular debió pensar, primero, que la propia coalición de socialistas y podemitas acabaría saltando por los aires, pero no ha sido así. Después, quizá creyó que la crisis múltiple de la pandemia, sanitaria, social y económica, precipitaría el final de la legislatura, porque el Gobierno acabaría carbonizado. Pero tampoco, con lo que ya carece completamente de sentido que siga pensando que él, como un hércules, puede derribar los pilares de esta legislatura. No, desde luego, por lo que llevamos visto y mucho menos con esa estrategia que pone todo el acento en la descalificación y en la negativa a todo. Esa es la oposición más fácil para un Gobierno, la que pediría para sí mismo cualquier gobernante, la que se limita al exabrupto y a las salidas de tono, porque se combate fácilmente con las mismas armas y sirve, además, para motivar con esa adrenalina a los de las propias filas.

Foto: Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco en un mitin en Palencia. (EFE/Almudena Álvarez)

Es interesante analizar lo ocurrido tras la frustrada moción de censura de Murcia, de la que se cumplirá un año el próximo mes de marzo. La consecuencia inmediata fue la convocatoria anticipada de elecciones en Madrid y esa jugada le salió muy bien a Isabel Díaz Ayuso, por su acierto propagandístico en la campaña electoral. Lo peor fue que, de nuevo, Pablo Casado y los que le rodean volvieron a convencerse de que podrían tumbar a Pedro Sánchez de la misma forma que habían hecho fracasar la moción de censura de Murcia, diseñada desde la propia Moncloa. De modo que volvió a endurecerse el discurso y se diseñó una estrategia de tensión continua, con varias elecciones autonómicas que pudieran socavar al Gobierno, por las teóricas derrotas socialistas en todas ellas.

El adelanto electoral de Castilla y León es el primer resultado de esa estrategia, después de que, en Andalucía, el presidente Moreno Bonilla se negara a anticipar las elecciones al otoño de 2021, como le pedían los suyos en Génova. El único problema de esa estrategia de elecciones continuadas es que el resultado no es el que se espera para el líder nacional. Puede suceder, como ocurrió en Madrid, que el presidente regional obtenga un resultado extraordinario, pero, en vez de fortalecer a Casado, lo que provocó es que surgieran más dudas sobre él, por la comparación con Díaz Ayuso. Y puede ocurrir, por el contrario, que se produzca un resultado adverso. Inesperado. Porque entonces el tropezón sí que será del propio Casado, que se ha implicado en la campaña castellanoleonesa como si fuera él mismo de candidato.

Foto: Pablo Casado y Alfonso Fernández Mañueco en un mitin en Palencia. (EFE/Almudena Álvarez)

El aire general de ‘cambio de ciclo’, que es a lo que se aspira, ya lo ofrecen las propias encuestas, sin necesidad de forzar el calendario electoral ni de despreciar toda una legislatura de cuatro años de esa forma irreflexiva y áspera. En lo sucedido con la reforma laboral encontramos un corolario perfecto de esa política equivocada. Era la ocasión perfecta para distanciarse de todos sus adversarios a la vez, a la derecha y a la izquierda, porque se iba a refrendar su propia reforma laboral, y podía rentabilizar y aprovechar el impulso de ese triunfo tardío. Ese debate le ofrecía la posibilidad de retratar la negatividad destructiva de unos y la frivolidad y el cinismo de otros. Pero no. Por ese complejo que le ha quedado, a lo primero que no se atrevió Pablo Casado es a volver a decirle a Santiago Abascal aquello que ya le espetó desde la tribuna: “No es que no nos atrevamos o que nos hayamos rendido; es que no queremos ser como ustedes”. Luego, ya se sabe, la votación de la reforma laboral acabó como acabó, con el matiz de que ‘el voto en propia meta’ no fue el voto equivocado; esa fue su máxima expresión, el voto en propia meta fue el de haber querido tumbar una ley promulgada por ellos mismos. Así, como dicen que corre un pollo sin cabeza.

El presidente del Partido Popular, Pablo Casado, vive de forma atropellada la política. Tanta es la prisa por ganar unas elecciones y consolidarse como líder del centro derecha en España que ha puesto en marcha una estrategia acelerada en la que lo inmediato se impone a lo reflexivo, el efecto a la palabra, y eso lo ha llevado a un círculo vicioso en el que es muy fácil verle atrapado. Va a remolque de esa inercia que él mismo ha impulsado y, como no sabe frenar ni templar, es la estrategia la que lo controla a él, como si lo arrastrara. Tiene razón en que, si miramos atrás, observaremos que todos los presidentes de Gobierno que ha habido en España han atravesado previamente un desierto de incertidumbre y de críticas internas que no han superado hasta que no llegaron a la Moncloa.

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