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El pacto del PP y Vox es inevitable
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Javier Caraballo

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El pacto del PP y Vox es inevitable

En política opera otro factor que es, incluso, más determinante que el ideológico: la necesidad de pactar para poder alcanzar el poder

Foto: El presidente del Partido Popular, Pablo Casado (i), y el líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Ballesteros)
El presidente del Partido Popular, Pablo Casado (i), y el líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Ballesteros)
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El pacto de gobierno entre el Partido Popular y Vox es inevitable; tanto que ni siquiera se trata de una novedad política como tal. Lo sustancial en política no es la forma que adquiera ese pacto, ya sea de gobierno o de legislatura, por muy distintos que sean, sino la posibilidad de que dos partidos puedan alcanzar un acuerdo con medidas que le son comunes porque son compartidas en el ámbito ideológico al que pertenecen. Ese acuerdo ya ha existido en los últimos años, desde que la ultraderecha entró en el Parlamento de Andalucía, en diciembre de 2018, y Vox inició una escalada electoral que todavía se mantiene, como acabamos de ver en las elecciones de Castilla y León.

Además de Andalucía, el acuerdo entre el Partido Popular y Vox se plasmó en otras instituciones, como la Comunidad de Madrid, en dos ocasiones; la última, en junio del año pasado, cuando los 13 diputados de la formación que lidera Rocío Monasterio votaron a favor de la investidura de Isabel Díaz Ayuso. En ninguno de esos casos los dirigentes de Vox entraron en el Gobierno, pero se han aprobado leyes y presupuestos con sus votos, con lo que se demuestra la compatibilidad ideológica.

Pero es que, además, por encima incluso de esa posibilidad teórica de entendimiento, en política opera otro factor que es, incluso, más determinante que el ideológico: la necesidad de pactar para poder alcanzar el poder. El pragmatismo es el 'carpe diem' de la política, su esencia, aquello que convierte en bálsamo todas las disputas, aunque también puede funcionar al revés. En el caso de que dos fuerzas políticas se necesiten para gobernar, se impone el pragmatismo que Ortega y Gasset resumió en una sola frase: “El que no pueda lo que quiera, que quiera lo que pueda”. En esas están el Partido Popular y Vox aunque, como veremos ahora, sus dirigentes actuales se empeñen en no reconocer esa realidad de pactos a la que están abocados siempre que sean la única suma posible en un salón de plenos.

Foto: Emilio Lamo de Espinosa. (Cedida/Jeosm)
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Empecemos por Vox. El primer traspié de Santiago Abascal ha sido el de cometer el mismo error estratégico que Pablo Iglesias, lo cual solo puede explicarse en dos líderes políticos tan antagónicos si reparamos en que la soberbia no pertenece a ninguna ideología, sino que está repartida de extremo a extremo. Cuando Pablo Iglesias propuso, por primera vez, igual que ahora Vox, entrar en un gobierno de coalición con el PSOE fue en 2016 y exigió una vicepresidencia y varios ministerios, antes incluso de sentarse a negociar. Lo primero, los cargos y los despachos, como hizo Santiago Abascal la misma noche de las elecciones de Castilla y León. Solo cuando se quiere dinamitar un acuerdo antes de empezar, puede entenderse ese órdago, a no ser que lo que se persiga sea humillar o arrodillar al futuro socio de gobierno. Es posible que el presidente de Vox sea esto último lo que persigue porque, en el fondo, conoce el peligro que engendra para su formación ingresar en un gobierno en el que, como ocurrió después con Podemos, tiene que aparcar y olvidar algunas de sus exigencias mayores.

Para la estrategia testicular de Vox contra la ‘derechita cobarde’, como se refiere al PP, un gobierno de coalición en el que renuncie a su programa de máximos -violencia de género, menores inmigrantes y memoria histórica- es contraproducente porque puede frenar su crecimiento como partido antisistema. Abascal quiere que Vox llegue a los gobiernos como el tipo aquel, partidario de Trump, que entró en el Capitolio de Estados Unidos con la cabeza de bisonte. Eso es lo que pretende, pero no es posible, a no ser que un día obtengan en unas elecciones una abrumadora mayoría absoluta, y aun así se encontrarán con el freno de los tribunales y el imperio de la ley. Vox tiene que asumir, por tanto, que teta y sopa no caben en el mismo acuerdo cuando se trata de un gobierno de coalición con el PP en el que, además, es el socio minoritario, a mucha distancia en escaños del partido que ha ganado las elecciones. Como ya se expuso aquí, la tesitura exclusiva a la que se enfrenta el partido de Santiago Abascal en este momento es la de seguir siendo un partido cafre, con propuestas de extrema derecha, o evolucionar hacia una derecha a secas, sin concesiones al centro, pero alejada de la radicalidad de los extremos. La entrada en un gobierno de coalición, y como socio minoritario, es incompatible con lo primero.

Foto: El presidente de PP, Pablo Casado. (EFE/Álvarez)

En el Partido Popular el problema hasta el momento, que no se ha superado, radica en la debilidad de su presidente nacional, Pablo Casado, y la inseguridad que transmite a sus electores. ¿Cómo debe enfrentarse el PP a Vox? Lo que está claro para muchos en ese partido, y fuera de él, es que para combatir a Vox lo único que resulta contraproducente es competir en radicalidad y extremismo. La fórmula más eficaz para derrotar a Vox es la personalidad política. Se pueden mostrar dos ejemplos diferentes: Galicia y Madrid. Preguntémonos por qué gana el PP en esas comunidades y logra arrinconar a Vox o incluso hacerlo desaparecer. Ya sabemos que, dentro del Partido Popular, Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo representan dos modelos completamente distintos: el presidente gallego está anclado a una ideología de centro regionalista y la presidenta madrileña, escorada a la derecha españolista.

Cuando se afirma, o se piensa, que para acabar con Vox el PP debe hacer un discurso más de derechas, en ese doble ejemplo tenemos la prueba de la inconsistencia de esa tesis. En ambos casos lo que triunfa es la personalidad política, la de Feijóo y la de Díaz Ayuso. Personalidad política, no política acomplejada como ocurrió con el debate de la reforma laboral en el que el PP acabó haciendo un ridículo poliédrico. El Partido Popular solo tenía que abstenerse en el Congreso y distanciarse de unos y de otros: del cinismo de unos y el negacionismo de otros. Pero no, prefirió sumarse al ruido de la ultraderecha y votar en contra de la que, en esencia, era su propia ley, aprobada muchos años antes. Que piensen los dirigentes del Partido Popular en el valor político que tendría ahora esa abstención cuando se la reclaman al PSOE en las Cortes de Castilla y León para poder gobernar...

Personalidad política. ¿No será que eso es precisamente de lo que adolece Pablo Casado? ¿Y no será esa la clave para entender los resultados en Castilla y León? La estrategia política de un partido mayoritario como el PP no se puede diseñar en función de una duda, la distancia a la que deben colocarse de la extrema derecha. Entre otras cosas, porque ese criterio es oscilante, unas veces sí y otras veces no. Que no. Ni mimetismo ni negación de la realidad porque en el próximo ciclo político de elecciones que ya se ha iniciado en España, el PP está obligado a entenderse con Vox para gobernar en muchas instituciones si los resultados propician esa posibilidad.

El pacto de gobierno entre el Partido Popular y Vox es inevitable; tanto que ni siquiera se trata de una novedad política como tal. Lo sustancial en política no es la forma que adquiera ese pacto, ya sea de gobierno o de legislatura, por muy distintos que sean, sino la posibilidad de que dos partidos puedan alcanzar un acuerdo con medidas que le son comunes porque son compartidas en el ámbito ideológico al que pertenecen. Ese acuerdo ya ha existido en los últimos años, desde que la ultraderecha entró en el Parlamento de Andalucía, en diciembre de 2018, y Vox inició una escalada electoral que todavía se mantiene, como acabamos de ver en las elecciones de Castilla y León.

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