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Matacán
Por
Putin, el nazi y el cuñadismo español
Lejos del cuñadismo político, tengamos la certeza de esa gravedad sin paliativos a la que nos está abocando este nazi comunista llamado Vladimir Putin, igual que ya ocurrió con el nazi fascista llamado Hitler
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Cuando Putin lanzó su discurso para justificar la invasión de Ucrania no se dirigía a los rusos, ni a los ucranianos, ni a la comunidad internacional: se dirigía a Europa, porque sabe que es aquí, sobre todo en países como España, donde es más fácil sembrar cizaña. Sabe bien el sátrapa ruso que entre nosotros es más atractiva la polémica interior que la propia guerra. Lo importante aquí, lo relevante, es la utilización de cualquier fenómeno internacional para culpar al adversario político.
Si ya ocurre con todos los asuntos de interés nacional que se plantean, incluso si son de máxima gravedad como la pandemia sanitaria y la descomunal crisis que ha ocasionado, una guerra en Ucrania es igualmente una oportunidad para reconvertirla en un motivo más de disputa patria. Por eso, Putin se permitió el cinismo criminal de hablar de "desnazificar" Ucrania. Solo con ese término se remueven los fantasmas y, como ha ocurrido, los unos aprovechen para despreciar más a la Unión Europea y los otros para sacar las pegatinas en contra de la OTAN. Ni siquiera merece la pena mencionarlos, ni reproducir sus disparates. Es verdad que ocurre en los extremos, a la derecha y a la izquierda, pero es suficiente para provocar un ambiente general de emponzoñamiento.
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Quien esté libre estos días, o ausente, de un grupo de wasap o de las redes sociales, que se considere un ciudadano afortunado por la tensión y la basura que se está ahorrando. Con alguna distancia, esta tendencia nacional para revertirlo todo en una polémica propia, tendríamos que considerarla como una subespecie del cuñadismo, cambiando solo unas palabras de la acepción que recomienda la Fundéu: "tendencia a opinar sobre cualquier asunto, queriendo aparentar ser más listo que los demás, para culpar al adversario político de todo lo que ocurra".
Quiere decirse, en definitiva, que lo inteligente es que, cada vez que se detecte el cuñadismo sobre la guerra de Ucrania en un discurso político o en una discusión con amigos, lo mejor que podemos hacer es alejarnos de esa absurda reducción a las cuatro paredes españolas porque lo que estamos viviendo es de una trascendencia histórica que, quizá, ni siquiera esta generación alcance a ver el resultado final. Costó una Guerra Mundial que se pudiera alcanzar un acuerdo para organizar el orden internacional que conocíamos hasta ahora y el reto hoy, de nuevo, será la organización del mundo en este nuevo siglo. Las nuevas Naciones Unidas que obedezcan a la realidad internacional de la actualidad, que poco tiene que ver con la de 1945, cuando se fundaron.
Este panorama debe provocar, necesariamente, una convulsión interna en la UE si quiere seguir figurando como tal en el futuro inmediato
La cruel demostración de la caducidad de la ONU para cumplir con su objetivo de garantizar la paz y las buenas relaciones internacionales se produjo en el inicio de esta guerra, cuando Putin esperó a que se reuniese de urgencia el Consejo de Seguridad, con una nueva propuesta de diálogo, para comenzar la invasión de Ucrania. La imagen quedará grabada para la posteridad, como punto de inflexión hacia el nuevo orden internacional que surja de este conflicto y que desconocemos por completo. Ahí cambió todo, en esa fotografía: el secretario general de la ONU, António Guterres, suplicaba en Nueva York al embajador de Vladimir Putin que le diera "oportunidad a la paz" y, sin esperar a que acabase la reunión, el presidente ruso anunció en Moscú el inicio de la invasión de Ucrania.
Si a la obsolescencia de las Naciones Unidas, le unimos el declive de los Estados Unidos y la irritante indefinición de la Unión Europea, la motivación para pensar en un nuevo orden internacional se incrementa exponencialmente. Los EEUU, como se viene insistiendo desde el desastroso final de la ocupación de Afganistán, ya no van a cumplir el papel de policía del mundo que han ejercido en el último siglo y, esta constatación, tenemos que tomarla como el final de un imperio. Quizá la decisión de invadir Ucrania la tomó Putin en verano, en agosto, cuando contempló las imágenes de los talibanes llegando a Kabul sin resistencia alguna. Al verlo, pudo pensar en llegar a Kiev con la misma facilidad de los talibanes, y eso es lo que ha ocurrido. Este panorama debe provocar, necesariamente, una convulsión interna en la Unión Europea si quiere seguir figurando como tal en el futuro inmediato.
"La cruel ambición de una persona inflige terror y violencia a decenas de millones y empuja a toda la humanidad hacia el desastre"
Si ni siquiera un conflicto fronterizo, como este de Ucrania, es capaz de provocar una reacción de los líderes políticos, entonces es que no es posible pensar en un proyecto europeo. El embrión que ya existe de los 'Grupos de Combate de la UE' (EU Battlegroups), que solo reúne a dos batallones de emergencia de 1.500 soldados cada uno, tiene que dar paso a un Ejército Europeo que, definitivamente, supla la dependencia que arrastramos de los Estados Unidos.
Cuando estalló el conflicto, el historiador israelí Yuval Noah Harari resumió la gravedad en dos frases, en las que no disimula el dramatismo del momento que estamos viviendo. "La cruel ambición de una persona inflige terror y violencia a decenas de millones y empuja a toda la humanidad hacia el desastre. Estamos justo al borde del abismo. Si triunfa la agresión, el mundo entero se verá envuelto en una nueva era de guerra, y es posible que no veamos el final de esta era en nuestra vida. El futuro de todos nosotros ahora depende de la valentía del pueblo ucraniano. Es nuestro deber apoyarlos", escribió Harari sobre una imagen del 'Guernica' de Picasso. Lejos del cuñadismo político, tengamos la certeza de esa gravedad sin paliativos a la que nos está abocando este nazi comunista llamado Vladimir Putin, igual que ya ocurrió con el nazi fascista llamado Hitler.
Cuando Putin lanzó su discurso para justificar la invasión de Ucrania no se dirigía a los rusos, ni a los ucranianos, ni a la comunidad internacional: se dirigía a Europa, porque sabe que es aquí, sobre todo en países como España, donde es más fácil sembrar cizaña. Sabe bien el sátrapa ruso que entre nosotros es más atractiva la polémica interior que la propia guerra. Lo importante aquí, lo relevante, es la utilización de cualquier fenómeno internacional para culpar al adversario político.