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Griñán, más allá de la pena
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Griñán, más allá de la pena

Le hacen falta todavía unos años más para contar algo relevante sobre lo que ocurrió. Estas cosas son frecuentes entre los políticos, se empeñan en una versión falsa de los hechos aún cuando todo el mundo conoce la verdad

Foto: Momento en el que Griñán llega a la Audiencia de Sevilla para conocer la sentencia de los ERE. (EFE/Julio Muñoz)
Momento en el que Griñán llega a la Audiencia de Sevilla para conocer la sentencia de los ERE. (EFE/Julio Muñoz)
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José Antonio Griñán, socialista antiguo al que se le recuerda por su último cargo público como presidente de la Junta de Andalucía, acaba de publicar un libro sobre su vida al que se le adivinan dos objetivos dispares, la reivindicación y la pena. Orgullo y derrota. Y todo a consecuencia de lo mismo, el fraude de los ERE en el que se vio envuelto y condenado, aunque la sentencia está aún pendiente de los recursos planteados ante el Tribunal Supremo. Lo primero, la reivindicación, proviene de la decepción general de la política que le produjo a uno de sus hijos ver a su padre en el banquillo de los acusados por aquel escándalo andaluz. La necesidad de hacerle ver que, pese a todo, debemos confiar en la democracia española y en la política misma es la que, a continuación, le llevó a Griñán a comenzar este libro hace cinco años como respuesta al escepticismo de su hijo.

Por eso Griñán ensalza la Transición como un periodo clave de la historia contemporánea de España del que debemos sentirnos orgullosos. Evidentemente, ningún reproche al respecto, aunque se quede en la epidermis idílica de los recuerdos; una España en la que la clase política era capaz de entenderse y colaborar por el interés común. Como se ha remarcado en otras ocasiones, la clave fundamental del entendimiento de la Transición no fue el talante de los dirigentes políticos, ni de sus organizaciones, sino el miedo a la involución: hacía pocos años que se había muerto el dictador, la influencia del franquismo calaba todas las capas de la sociedad, y el caos de la democracia podría haber acabado en desastre, como de hecho pudo ocurrir si triunfa aquel golpe de Estado de febrero de 1981.

Foto: José Antonio Griñán en la comisión de investigación del Parlamento andaluz sobre el presunto fraude de las ayudas a los cursos de formación. (EFE) Opinión
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O cualquiera de los intentos que hubo para formar un gobierno de concentración, con militares dentro, para echar a Adolfo Suárez, al que, particularmente el PSOE, fustigaba sin descanso en el Congreso de los Diputados. Pero, bueno, sí, en esencia, la Transición es un periodo estelar de la historia de España, la Constitución “es el marco de convivencia que todos necesitamos” y la clase política, en vez de enmendarse, ha seguido deteriorándose. En resumen, que Griñán aporta poco sobre la Transición y sobre la clase política; nada nuevo ni revelador. Pero el elogio puede ser compartido.

Luego está el otro objetivo, el escándalo de los ERE al que, de la misma forma, el expresidente socialista de Andalucía también se enfrenta sin ánimo alguno de profundizar en lo ocurrido y en el porqué de su implicación. Por lo que va repitiendo en las muchas entrevistas que ha concedido para promocionar su libro, lo que quiere transmitirnos Griñán es lo mucho que ha sufrido, tanto él como su familia, desde que lo procesaron y, mucho más, cuando lo condenaron a seis años de cárcel. Utiliza, además, expresiones del máximo dramatismo para referirse a esa situación, como aquella que le dijo a Carlos Alsina en Onda Cero y, en el estudio, se hizo un vacío de silencio o de escalofrío: “Si el Tribunal Supremo confirmara esa condena, no tendría más remedio que acatar la sentencia y mi vida habría terminado”. El propio título del libro es una invitación subliminal a esa congoja: “Cuando ya nada se espera”.

Foto: José Antonio Griñán, a su salida del Tribunal Supremo, después de declarar por el caso ERE. (Efe) Opinión
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Lo dicho, puede compartirse perfectamente la angustia de este hombre, el dolor y la frustración de su familia, de sus amigos, pero también es necesario colocar la sentencia y la condena en su adecuado contexto, que es el de un país lastrado por la corrupción política, con decenas de sentencias condenatorias y miles y miles de procesados que habrán pasado por las mismas circunstancias que Griñán. Incluso si, en un par de meses, el Tribunal Supremo anula su condena, será un caso más entre otros muchos, muchísimos, que han sido procesados y, tras un calvario judicial de muchos años, han quedado absueltos. Pero lo relevante para una democracia como la nuestra no son los casos personales, la pena, sino el por qué de estas tramas de corrupción en la política. ¿Tendrá algo que ver el sistema de financiación de los partidos políticos? ¿Y las redes clientelares que se construyen con dinero público? A estas cosas no contesta Griñán porque, como repite, el caso de los ERE es un bluf, del que él sigue sin comprender siquiera que llegara a los tribunales, porque “no tengo dudas de que fue un caso manipulado políticamente y no tenía base alguna para llegar a donde llegó”. Punto.

Y en lo personal, lo mismo: “No es que crea en mi inocencia, es que sé de mi inocencia”. Casi todos los que entrevistan a Griñán suelen añadir, cuando dice estas cosas, que, ciertamente, nadie le ha acusado de haberse enriquecido, “no se ha llevado ni un céntimo”, como si no existieran otros muchos delitos en la corrupción política que nada tienen que ver con la apropiación indebida. O como si eso fuera un argumento exculpatorio para unos gobernantes que, durante diez años, estuvieron repartiendo fondos públicos sin control. La mejor terapia que puede hacerse Griñán es preguntarse en voz alta cómo pudo suceder y cómo pudo ocurrirle a él, que era el responsable de velar, como consejero de Hacienda, por el dinero público. Tampoco es que fuera un novato en política, porque entró en un gobierno en 1982, alto cargo del primer gobierno andaluz, y salió treinta años después como presidente de la Junta de Andalucía, con un intervalo como ministro de Trabajo con Felipe González.

Foto: Chaves y Griñán, de espalda, durante el juicio. (EFE)

De hecho, uno de los aspectos más llamativos de su pretendido desconocimiento de todo cuanto sucedió con el reparto sinvergüenza de las subvenciones y ayudas para la creación y fomento del empleo en Andalucía, es que, durante esos años, el propio Griñán incumplió como consejero de Hacienda las directrices que él mismo había aprobado como ministro. Orden ministerial del 5 de abril de 1995: “Dar publicidad, concurrencia y objetividad a las ayudas sociales tendentes a paliar los efectos derivados de los procesos de reconversión y/o reestructuración de empresas, así como también determinar los supuestos y condiciones en que procede la concesión de las citadas ayudas”. Si hubiera impuesto esa obligación cuando era consejero de Hacienda y elaboraba los presupuestos, jamás hubiera existido un ‘fondo de reptiles’. Igual que si hubiera atendido alguno de los quince informes (¡quince!) que emitió la Intervención General de la Junta de Andalucía alertando del procedimiento utilizado para dar ayudas por la opacidad y la arbitrariedad que permitían.

Él, que profesionalmente es ‘inspector de Trabajo’, tendría que entenderlo antes que nadie. De hecho, a pesar de lo que diga ahora, lo primero que hizo cuando fue nombrado presidente andaluz fue anular aquel sistema del ‘fondo de reptiles’. En fin, que está demostrado que a Griñán le hacen falta todavía unos años más para contar algo relevante sobre lo que ocurrió. Estas cosas son frecuentes entre los políticos, se empeñan en una versión falsa de los hechos aún cuando todo el mundo conoce la verdad. Griñán, por ejemplo, se enfadó mucho cuando dimitió y se dijo que lo hacía por el escándalo de los ERE. Ahora lo admite, pero entonces lo que dijo es que se trataba de “un cambio generacional y de género”, porque llegaba a la presidencia Susana Díaz. Como él dice, este libro suyo no supone “un ajuste de cuentas, no tengo rencor; de hacer ajuste de cuentas, lo haría conmigo”. Pues nada, ánimo para afrontar, por una vez, la verdad, descarnada, del escándalo de los ERE, sin penas añadidas que, en todo caso, como cualquier sufrimiento humano, siempre podemos entender y lamentar.

José Antonio Griñán, socialista antiguo al que se le recuerda por su último cargo público como presidente de la Junta de Andalucía, acaba de publicar un libro sobre su vida al que se le adivinan dos objetivos dispares, la reivindicación y la pena. Orgullo y derrota. Y todo a consecuencia de lo mismo, el fraude de los ERE en el que se vio envuelto y condenado, aunque la sentencia está aún pendiente de los recursos planteados ante el Tribunal Supremo. Lo primero, la reivindicación, proviene de la decepción general de la política que le produjo a uno de sus hijos ver a su padre en el banquillo de los acusados por aquel escándalo andaluz. La necesidad de hacerle ver que, pese a todo, debemos confiar en la democracia española y en la política misma es la que, a continuación, le llevó a Griñán a comenzar este libro hace cinco años como respuesta al escepticismo de su hijo.

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