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Podemos y PSOE, asalto final
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Javier Caraballo

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Podemos y PSOE, asalto final

El temor a las próximas elecciones… De ahí nace la debilidad de Podemos para no romper el Gobierno con el PSOE, a pesar de las humillaciones políticas a que lo somete el presidente socialista

Foto: La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra (d), y la ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra (d), y la ministra de Igualdad, Irene Montero. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Podemos atraviesa el momento de máxima dificultad política en su trayectoria: es socio minoritario en un Gobierno de coalición en el que el partido mayoritario lo desprecia y no tiene ni fuerza ni convicción para romper. Vulgarmente, esa es la definición de un ‘trágala’ en política, el momento preciso en que el socio menor del Gobierno es consciente de su papel secundario, de mero apoyo del partido que sustenta, pero no puede salir de ahí. Es el instante en el que percibe que todo a lo que puede aspirar es a representar el papel de un bastón cojo, que se nota al andar, que se percibe por las diferencias del día a día, pero que seguirá apoyando al Gobierno pase lo que pase.

En ese tránsito de cosas asumidas, Podemos, aquel partido rebelde que quiso gobernar en España, ya ha renunciado a algunos de sus postulados fundamentales: desde el apoyo a la reforma laboral que había aprobado el Partido Popular hasta la autodeterminación de género, desde el envío de armas a Ucrania hasta el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Y en el balance contrario, apenas nada. Es el presidente de la mayoría socialista el que se pasea por Europa desde hace cuatro años gracias al sustento de un partido político como Podemos, que soñaba con el sorpaso y que, ahora, no se reconoce más que cuando se reconforta por haber sacado a la derecha del poder. Pero al precio de hacerse irreconocible en todo aquello que prometía. De modo que la única pregunta que desde hace meses debe rondar sus cabezas es: ¿y por qué no rompemos este Gobierno que no nos representa? Ahí es donde se demuestra la verdadera debilidad, la que percibe, antes que nadie, el socio principal de la coalición.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Filip Singer)

Toda esta historia comenzó, como se recuerda, el día en que el presidente Pedro Sánchez afirmó en una campaña electoral que no podría dormir tranquilo si, en algún momento, tuviera que formar Gobierno con el partido que estaba a su izquierda, Podemos. “Yo sería un presidente del Gobierno que no dormiría por la noche junto con el 95% de los ciudadanos, que tampoco se sentirían tranquilos”, dijo entonces. Es llamativo que tres años después sea Pablo Iglesias, la encarnación de la intranquilidad de Pedro Sánchez, el que sostenga que “no hay nada más imprudente que fiarse” del presidente socialista. Es como el reconocimiento agrio del burlador burlado. Pero todavía, a partir de ese reconocimiento, el patriarca de Podemos añade una duda más: “Cuando diga que no va a convocar elecciones, ¿quién le va a creer?”. Las elecciones generales, el temor a las próximas elecciones… Ahí nace la debilidad de Podemos para no romper el Gobierno con el PSOE a pesar de las humillaciones políticas a las que lo somete el presidente socialista. Pero no es el único punto débil.

La flaqueza fundamental del conglomerado de fuerzas políticas, movimientos y mareas que asociamos bajo la denominación de Unidas Podemos es la debilidad orgánica de todos ellos y la enorme dificultad que conlleva el poder tomar una sola decisión que sea secundada por todos ellos. La fortaleza de un partido político de corte tradicional, como el PSOE o el Partido Popular, o también los sólidos nacionalismos vasco o catalán, radica en la estabilidad orgánica, que es algo de lo que carece el movimiento político que ideó Pablo Iglesias.

Lo hemos visto con claridad en la última de las polémicas que ha estallado en la coalición de gobierno, la referente a la guerra de Ucrania, porque mientras que una parte de los ministros y ministras de Unidas Podemos se manifestaban abiertamente en contra del envío de armamento para fortalecer al presidente Zelenski, otros guardaban silencio y asentían ante las decisiones del presidente Sánchez. Peor aún: mientras que la vicepresidenta Yolanda Díaz, teórica líder del futuro, expresaba su apoyo a las decisiones del presidente socialista, los portavoces de Podemos lo tachaban de haber sucumbido a un “hipócrita fervor belicista”. La razón fundamental de esa quiebra interna es la falta de liderazgo en Podemos, tras la salida de Pablo Iglesias, y el contraste que supone cuando se enfrenta a un partido como el PSOE que, además de socio mayoritario, sabe acoplarse y reaccionar como una sola voz en las situaciones más críticas.

Foto: La ministra de Igualdad, Irene Montero (d), junto a la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra. (EFE/Emilio Naranjo)

En esas condiciones de inestabilidad e indefinición interna, surge la siguiente duda que también se planteó el antiguo líder de Podemos: ¿quién puede creer a Pedro Sánchez cuando diga que va a prorrogar la legislatura o que piensa convocar elecciones? En efecto, nadie puede saber si el presidente socialista va a agotar la legislatura o va a disolver anticipadamente las Cortes porque, perfectamente, puede hacer ambas cosas. Gracias al esfuerzo parlamentario de Unidas Podemos, la escuálida mayoría socialista ya se ha garantizado la estabilidad que necesitaba con la aprobación de los presupuestos generales del Estado y de la reforma laboral que le exigía la Unión Europea para la llegada de los fondos públicos tras la pandemia.

Con esos dos pilares, unidos al declive o planitud electoral de Podemos en las encuestas, el presidente Sánchez puede alargar la legislatura hasta su término en 2023 o convocar elecciones en el momento más propicio para sus intereses electorales, sin necesidad alguna de que su socio de gobierno siga apoyándolo o que, en un arrebato, salga del Gobierno. Pero por las razones expuestas, Podemos no lo va a hacer, carece de fortaleza interna para dar el paso. Y lo que todos deben saber es que se trataba de una batalla por la hegemonía de la izquierda y, en este momento, quizá se encuentren en el asalto final.

Podemos atraviesa el momento de máxima dificultad política en su trayectoria: es socio minoritario en un Gobierno de coalición en el que el partido mayoritario lo desprecia y no tiene ni fuerza ni convicción para romper. Vulgarmente, esa es la definición de un ‘trágala’ en política, el momento preciso en que el socio menor del Gobierno es consciente de su papel secundario, de mero apoyo del partido que sustenta, pero no puede salir de ahí. Es el instante en el que percibe que todo a lo que puede aspirar es a representar el papel de un bastón cojo, que se nota al andar, que se percibe por las diferencias del día a día, pero que seguirá apoyando al Gobierno pase lo que pase.

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