Matacán
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La ministra incapaz y el sindicalista endiosado
Raquel Sánchez pasó directamente de la alcaldía de su pueblo, Gavá, en el área metropolitana de Barcelona, al Gobierno de España, sin haber conocido antes otra cosa que la vida municipal y la del partido
La huelga del transporte en España pende de dos imponderables humanos, la inoperancia de la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, y el peligro de endiosamiento del nuevo líder sindical, Manuel Hernández. Por esa combinación fatal nos encontramos en la compleja tesitura de estos días que, peligrosamente, empieza a transmitir la sensación de que esta huelga ya es otra cosa, que no se trata solo de negociar un paquete de reivindicaciones para mejorar el trabajo de los camioneros en España. Que este problema se haya convertido en uno de los conflictos laborales más graves de España, por los efectos demoledores que está causando en diversos sectores y por la alarma provocada en la ciudadanía, es un síntoma inequívoco de que estamos ante una de esas situaciones que estallan en una sociedad con un estruendo inesperado por el material inflamable del entorno social y laboral.
Como aquella protesta de los 'chalecos amarillos' que explotó en Francia hace unos años y se extendió a varios países, también por un estado general de cabreo provocado por los altos precios de los combustibles, los sablazos fiscales de una administración grasienta y la tiesura del personal, cada vez más apurado para poder llegar a fin de mes.
En teoría, si vemos los resultados de las últimas reuniones y las reivindicaciones iniciales de los huelguistas, la Plataforma de Transportistas que ha convocado los paros ya ha triunfado, podría darse por satisfecha, pero el final ni siquiera parece contemplarse; la huelga se ha encallado en ese temible círculo vicioso que se produce cuando un conflicto se realimenta a sí mismo a partir del daño que produce. El éxito está en las consecuencias, que es lo que motiva a los convocantes a seguir adelante por una sensación sobrevenida de poder absoluto.
Y dentro del Gobierno, se puso al frente de un Ministerio y de una materia de la que, con toda probabilidad, lo desconocía todo
En el origen de todo, en cualquier caso, está en la incapacidad política demostrada por esta ministra, tan extensa como pomposo es el título de su Cartera, Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. Es lo que suele pasar cuando las remodelaciones del Gobierno se completan con criterios meramente de compensación territorial, para satisfacer las cuotas regionales de los barones del partido, sin prestarle demasiada atención a la capacitación profesional y política de la persona que asciende hasta un ministerio. Esta mujer, Raquel Sánchez, de 46 años, pasó directamente de la alcaldía de su pueblo, Gavá, en el área metropolitana de Barcelona, al Gobierno de España, sin haber conocido antes otra cosa que la vida municipal y la del partido, con unos años previos de ejercicio de la abogacía. Y dentro del Gobierno, se puso al frente de un Ministerio y de una materia de la que, con toda probabilidad, lo desconocía todo.
Es decir, ni experiencia política ni bagaje profesional. Todo ello, además, en el momento más complejo del sector del Transporte en España, como hemos visto estos días, por los cambios estructurales que se han producido en ese gremio. De hecho, la equivocación más grave de la ministra Raquel Sánchez ha sido no percatarse de que la principal reivindicación de los transportistas, un sector en el que el 80 por ciento de los camioneros son autónomos, no era el precio del combustible, sino la representatividad. La minusvaloración de la Plataforma en Defensa del Transporte por Carretera, a la que incompresiblemente ha despreciado durante doce días, sin querer ni siquiera recibirlos, es la mayor expresión del desconocimiento de la ministra porque pretendía calmar a los huelguistas reuniéndose con quienes los contratan para trabajar, las grandes patronales del transporte.
Para que suceda, la ministra debería haber convocado en una misma reunión a todas las organizaciones, incluida la Plataforma
Recibirlos, como ha hecho, una tarde de viernes, solo tiene el valor político de una rectificación, pero ningún efecto práctico. Para que eso suceda, esta ministra debería haber convocado en una misma reunión a todas las organizaciones, incluida por supuesto la Plataforma, y hacer de mediadora entre ellas hasta ponerlas de acuerdo a partir de los compromisos que ya ha adquirido el Gobierno para regular el sector y abaratar los carburantes.
Con un desenfoque tan descomunal del conflicto, las gravísimas consecuencias económicas que está provocando esta pseudo huelga general —esta huelga es general no por el nombre sino por las consecuencias exponenciales y progresivas que tiene, como se apuntó aquí— son achacables todas ellas a esta ministra, a su incapacidad, algo que algunos analistas ya intuyeron cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con tono desabrido, anunció en el Congreso el pasado miércoles que iba a mandar a negociar junto a la ministra de Transportes, a su vicepresidenta segunda, Nadia Calviño, y a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, una de las cabezas políticas más baqueteadas del Gobierno. Y que ninguna de ellas se levantaría de la reunión hasta no conseguir un acuerdo. Con esa reunión y el recibimiento posterior del líder de la Plataforma, los transportistas que fueron a la huelga ya tienen razones suficientes para poder decir que han vencido.
No han conseguido todo lo que exigían, es verdad, al menos en su literalidad, pero también es normal que ocurra así cuando se trata de negociaciones en las que todas las partes deben ceder algo para buscar el acuerdo. ¿Por qué, entonces, no se desconvocan las protestas? Este es el peligro que pende del segundo intangible. Manuel Hernández, el líder de la Plataforma en Defensa del Transporte por Carretera, solo tiene en común con la ministra su inexperiencia. Sí conoce el mundo del transporte, por su familia y por su propia dedicación como profesional del sector, pero carece de cualquier experiencia sindical. Y, de repente, como ocurrió en su día en el movimiento de los 'chalecos amarillos' que se citaba antes, se ha convertido en portavoz y líder aclamado de una enorme movilización convocada y promovida a través de redes sociales, sobre todo Facebook y YouTube.
"Hasta que yo no me siente con la señora ministra, no se desconvoca el paro", ha afirmado en muchas ocasiones y, sin embargo, ahora que lo ha conseguido, que ha logrado doblegar al Gobierno, no se vislumbra el más mínimo atisbo de desmovilización. Más aún, lo más complicado en este momento es intentar conocer qué es exactamente lo que se pretende, qué reivindicación exacta es la que se reclama, porque las cuatro que se incluyeron al principio de la protesta (precios, condiciones laborales, competencia desleal y representatividad) ya se han abordado y aceptado, al menos en su mayoría. Algunas crónicas empiezan a llamarlo ya el 'Jimmy Hoffa' de los camioneros españoles… El problema puede ser que él mismo haya empezado a creérselo. En la resolución de este conflicto vamos a comprobarlo.
La huelga del transporte en España pende de dos imponderables humanos, la inoperancia de la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, y el peligro de endiosamiento del nuevo líder sindical, Manuel Hernández. Por esa combinación fatal nos encontramos en la compleja tesitura de estos días que, peligrosamente, empieza a transmitir la sensación de que esta huelga ya es otra cosa, que no se trata solo de negociar un paquete de reivindicaciones para mejorar el trabajo de los camioneros en España. Que este problema se haya convertido en uno de los conflictos laborales más graves de España, por los efectos demoledores que está causando en diversos sectores y por la alarma provocada en la ciudadanía, es un síntoma inequívoco de que estamos ante una de esas situaciones que estallan en una sociedad con un estruendo inesperado por el material inflamable del entorno social y laboral.