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El misterio marxista de la Semana Santa andaluza
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Javier Caraballo

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El misterio marxista de la Semana Santa andaluza

¿Rojo, ateo y macareno? Ningún reparo existe porque, para todos los andaluces, la Semana Santa es un fenómeno propio que trasciende las ideologías

Foto: Un penitente de la Hermandad de La Vera Cruz, durante la salida de su estación de penitencia en Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
Un penitente de la Hermandad de La Vera Cruz, durante la salida de su estación de penitencia en Sevilla. (EFE/Raúl Caro)
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Existe un término que trasciende el momento al que se refiere, es lo que en la Semana Santa de Sevilla se denomina 'la igualá'. Meses antes de que se inicie la semana de Pasión, las hermandades conforman las cuadrillas de los costaleros que sacarán sus imágenes en procesión y el capataz los cita a todos, los habituales y los aspirantes, para colocarlos juntos y establecer la disposición de la cuadrilla, en función de la altura de todos ellos, que debe ser homogénea, de acuerdo con las necesidades de cada paso, para repartir de forma equilibrada el peso. “Yo digo que no solo igualamos, sino que la trabajadera también iguala a la gente. Yo llevo en la misma trabajadera a un comercial, a un cirujano, a un magistrado, a un taxista y a un albañil. La trabajadera los iguala a todos”, decía hace unos días en el diario 'ABC' Antonio Santiago, uno de los capataces más reconocidos de la capital andaluza.

Los iguala, hombro con hombro, y ese sencillo ejercicio de organización interna ya se ofrece como metáfora perfecta de lo más profundo que tiene la Semana Santa de Andalucía, el protagonismo absoluto del pueblo, de las gentes, sobre un fenómeno religioso que ha hecho suyo, que controla, organiza y dispone, por encima de autoridades civiles y religiosas, desde hace cinco siglos. La 'igualá' es la igualdad y eso es lo que ha resuelto desde antiguo las contradicciones a las que se enfrentaban quienes ansiaban participar en la Semana Santa andaluza en contra de sus propias creencias. ¿Rojo, ateo y macareno? Ningún reparo existe porque, para todos los andaluces, la Semana Santa es un fenómeno propio que trasciende las ideologías.

Foto: Procesión del Resucitado de Linares. (Instagram: @pasiondelinares)

En algunos de los peores años de nuestra historia reciente, en los años convulsos de la pre Guerra Civil, fue cuando el contraste ofrecía un perfil más acusado, más agresivo. En una serie de crónicas costumbristas sobre la Semana Santa de Sevilla, Manuel Chaves Nogales pudo comprobar, y describir de forma magistral, la fuerza extraordinaria de la Semana Santa, capaz de sobreponerse a los peores tiempos de odio, de atentados, de muerte. Hace dos años, cuando nos arrasó la pandemia, en Sevilla se volvió a recordar que el último año en el que no salieron procesiones a la calle fue en 1933, por la violencia anticlerical que se desató con la República. Pero al año siguiente, todo comenzó a normalizarse.

Chaves Nogales cuenta en uno de sus artículos que lo primero que se planteó fue el problema de los costaleros, ya que en aquel entonces esa tarea, que hoy desempeñan los hermanos de las cofradías de forma voluntaria, recaía sobre trabajadores, fundamentalmente del puerto, de carga y descarga de mercancías. “¿Cómo vamos a decirle a esos tíos bolcheviques que saquen los pasos?, decían desolados los cofrades”, cuenta Chaves Nogales. La duda, los temores, se disiparon en cuanto se pusieron en contacto con el jefe del sindicato de trabajadores, al que el sublime escritor sevillano describe como “un comunista enragé (enfurecido), comunista puro y ateo integral”. Y añade: "Pero además de todo, era sevillano, y después de meditar sobre la pregunta que se le hacía de si los bolcheviques estaban dispuestos a meterse debajo de los pasos, dio solemnemente una respuesta afirmativa, ‘Nuestro Padre Jesús del Gran Poder pesa tanto como un saco de café’. Y satisfecho con esta irreverencia que dejaba a salvo sus convicciones ateas, sentó la buena teoría marxista".

Foto: José Antonio Fernández Cabrero en el Museo de la Macarena. (Fernando Ruso)

Con frecuencia, al hablar de la Semana Santa andaluza, rescato el recuerdo de un gran artista sevillano, el pintor Paco Cuadrado, comunista en los años más duros de la dictadura franquista, desde que se afilió al partido en París, en 1953. Era trotskista y cuando hablaba de la Semana Santa era imposible encontrar a alguien que hablase con más pasión que él. La vivencia de un nazareno, la experiencia introspectiva del penitente, la insólita sensación de observar las calles, llenas de gentes en las aceras, desde un antifaz de penitente, en silencio, junto al bullicio. El nazareno recorre la ciudad sin ser visto, sin hablar, como un espíritu invisible pegado a un cirio encendido; horas y horas de reflexión sobre uno mismo, sobre nuestra vida, sobre todo lo que nos rodea. Tan claro lo tenía Paco Cuadrado, que no existía contradicción alguna entre su ateísmo, su ideología y su pasión por la Semana Santa, que, sin dudarlo, afirmaba: “A ver, que, si Carlos Marx viviera en Sevilla, se vestiría de nazareno”. Sin más. Aquello que dijo Marx de que “la religión es el opio del pueblo” deja de tener sentido ante un fenómeno sociológico y religioso como la Semana Santa andaluza que, como intuía Cuadrado, no es la religión a la que Marx se refería. Es la gente, el pueblo, el único protagonista junto a sus Cristos crucificados, sus nazarenos cautivos o sus Vírgenes dolorosas, a las que acompañan y llevan en volandas, como uno más de ellos, como el mejor de todos ellos.

“Lo esencial, lo inalienable —decía también Chaves Nogales— el tipo humano, la forma. Jesús del Gran Poder es una maravillosa reproducción de la belleza masculina, recia de complexión, esclava de la anatomía y del canon (…) Y la belleza fue conseguida sin que el dolor quedase sometido. Es un dolor vivo, lacerante, triunfal; así lo quiere el dogma: Jesús no puede sobreponerse ni humillarse ante este dolor insuperable. Muy por debajo quedan el estoicismo, la resignación y la flaqueza”. Los andaluces miran a su Cristo, clavan su mirada en su Virgen, hechos a su imagen y semejanza, con alegría, tanta como devoción, y cumplen a su modo el dogma bíblico que habla de que “hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre”. Por esa relación íntima no existen fronteras, ni reparos ideológicos, ni contradicciones teológicas. La esperanza es solo una, como la superación, el amor al prójimo o el perdón. La solidaridad, la fraternidad, la igualdad… Ese es, en todo caso, un misterio marxista que en la Semana Santa andaluza hace mucho tiempo que se resolvió.

Existe un término que trasciende el momento al que se refiere, es lo que en la Semana Santa de Sevilla se denomina 'la igualá'. Meses antes de que se inicie la semana de Pasión, las hermandades conforman las cuadrillas de los costaleros que sacarán sus imágenes en procesión y el capataz los cita a todos, los habituales y los aspirantes, para colocarlos juntos y establecer la disposición de la cuadrilla, en función de la altura de todos ellos, que debe ser homogénea, de acuerdo con las necesidades de cada paso, para repartir de forma equilibrada el peso. “Yo digo que no solo igualamos, sino que la trabajadera también iguala a la gente. Yo llevo en la misma trabajadera a un comercial, a un cirujano, a un magistrado, a un taxista y a un albañil. La trabajadera los iguala a todos”, decía hace unos días en el diario 'ABC' Antonio Santiago, uno de los capataces más reconocidos de la capital andaluza.

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