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El 15-M de los mayores: ahora, las herencias
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Javier Caraballo

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El 15-M de los mayores: ahora, las herencias

Lo único que importa, lo que subyace siempre, es un grito propio de los grandes movimientos sociales, de reivindicación y de queja, de hartazgo y desesperación

Foto: Foto: EFE/Chema Moya.
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Primero fueron los bancos, ahora son los hijos. De lo impersonal a lo íntimo, con lo que podemos imaginar mentalmente un marco amplio de actuación que lo abarca todo y que lo único que importa, lo que subyace siempre, es un grito propio de los grandes movimientos sociales, de reivindicación y de queja, de hartazgo y desesperación. Son los mayores, hombres y mujeres, y en España han comenzado a protagonizar un significativo movimiento de protesta social, quizá inesperado porque, hasta ahora, nunca había sucedido nada igual. Solo se convertían en protagonistas del debate público cuando los partidos políticos negociaban el importe de las pensiones, pero también en ese caso podríamos considerar que no eran ellos los auténticos protagonistas, aunque fueran los únicos beneficiarios.

La novedad de estos movimientos es doble, primero por los motivos de la protesta y, en segundo lugar, porque surgen desde la calle, de abajo hacia arriba, que es la característica fundamental de un movimiento social que deba ser tenido en cuenta. Por eso, aunque solo sea metafóricamente, podemos empezar a considerarlo como un 15M de los mayores, o la protesta de los 'chalecos amarillos' de Francia, dos acontecimientos que tienen en común la expresión de un profundo malestar social. Si repasamos lo ocurrido en España en los últimos meses, observaremos que, al margen de protestas laborales o económicas, como la más reciente de los camioneros, el movimiento más significativo fue el protagonizado por un señor de Valencia, de 78 años, que, con un simple eslogan, "soy mayor, no idiota", conectó inmediatamente con cientos de miles de personas quejosas, como él, del maltrato que le daban los bancos. Esa mecha se encendió y lo que descubrimos, al explotar, fue la existencia previa de un malestar que nadie había atendido. Ahora puede estar ocurriendo lo mismo con una campaña lanzada desde Madrid: "si tus hijos no te cuidan, que no hereden".

Foto: Ciudadanos hacen cola para retirar dinero de un cajero automático en una imagen de archivo. (EFE) Opinión
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El jubilado de Valencia, Carlos San Juan, tuvo un éxito arrollador y, después de reunir más de 600.000 firmas en la plataforma Change.org, se plantó en Madrid, ante la poderosa vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, con un aldabonazo de autoridad sobrevenida: "el representante de los más vulnerables está aquí". Y entregó sus firmas en el Ministerio de Economía y en el Banco de España para pedirles que se supriman las barreras tecnológicas que han convertido los bancos, todos los bancos, en territorios de enorme hostilidad para las personas mayores. Hace ya mucho tiempo que se venía denunciando la deriva inhumana y desconsiderada de las entidades bancarias, la inquietud estaba en la calle (aquí mismo, en 2018, se publicó un artículo que se titulaba "Los bancos maltratan a los mayores"), pero nadie recogió ese malestar para elevarlo hasta las instituciones. Mucho menos lo hicieron los propios bancos, claro, que son los primeros que tuvieron que detectar la exclusión que provocaban con su desprecio a las personas mayores. Pero no hicieron nada, no ocurrió nada, hasta que este jubilado de Valencia levantó el dedo y activó la protesta. Eso es lo significativo.

Ahora ha vuelto a ocurrir lo mismo. La soledad no deseada es un problema que afecta a cientos de miles de personas mayores. No existe una estadística precisa, pero sí sabemos, por ejemplo, que por encima de dos millones de personas de más de 65 años viven solas y que, la mayoría de ellas, son mujeres, algo que puede fácilmente entenderse si consideramos que las expectativas de vida son superiores entre las mujeres. Y también sabemos que ese problema se ha multiplicado durante la pandemia. ¿En cuántos casos se trata de soledad no deseada? Ese cálculo preciso no existe, pero puede aproximarnos a la realidad el impacto social y mediático que ha tenido la campaña de la Asociación Cultural de Mayores de Fuenlabrada que también ha comenzado a recoger firmas en Change.org para que se cambie el Código Civil sobre el destino obligado de una parte de la herencia.

Sabemos que por encima de dos millones de personas de más de 65 años viven solas

Hasta ahora, como se sabe, la legislación española obliga a que, al menos, un tercio de los bienes, la conocida popularmente como 'la legítima', se destine a los hijos, aunque sus padres no lo deseen. Para que 'la legítima' no se aplique, el propio Código Civil recoge una serie de motivos, como abandono o maltrato físico o psicológico, pero la experiencia demuestra que, normalmente, es difícil de probar ante los tribunales. Lo que se pide, por tanto, es una legislación más flexible, para poder desheredar a los hijos cuando el propietario de los bienes, el progenitor, así lo considere, algo que también encierra una enorme complejidad porque las circunstancias familiares son diversas y nunca exentas de oportunistas que se intenten aprovechar de personas vulnerables o fácilmente manipulables. En todo caso, con todas las singularidades que la ley debe contemplar, lo que nadie podrá negar es la existencia de un problema, un nuevo estallido de malestar social, que acaba de reventar en ese sector de la sociedad que, hasta ahora, nadie había considerado como protagonista de un movimiento de protesta en España.

Voces anónimas como la de Carlos, el jubilado de Valencia, o Eulogia, Eulogia París, de Fuenlabrada, que expone su situación en cuatro párrafos y nos deja a todos abiertos los signos de interrogación y de duda sobre la sociedad en que vivimos. "Solo quiero que herede mi hija, que es la que se ocupa de mí. Los tres varones me dejaron de hablar y llevo 20 años sin hablar con ellos. Si no te preocupas de tus padres, si no los quieres, ¿para qué quieres luego nada de ellos? Si los quisieras, llamarías, te preocuparías, no puedo ver a mis nietos y hay uno que ni siquiera lo conozco. No me llaman para nada, ni cumpleaños, ni bautizo, ni comuniones… Yo no he existido para nada para ellos. Es como si no fuera su madre".

Primero fueron los bancos, ahora son los hijos. De lo impersonal a lo íntimo, con lo que podemos imaginar mentalmente un marco amplio de actuación que lo abarca todo y que lo único que importa, lo que subyace siempre, es un grito propio de los grandes movimientos sociales, de reivindicación y de queja, de hartazgo y desesperación. Son los mayores, hombres y mujeres, y en España han comenzado a protagonizar un significativo movimiento de protesta social, quizá inesperado porque, hasta ahora, nunca había sucedido nada igual. Solo se convertían en protagonistas del debate público cuando los partidos políticos negociaban el importe de las pensiones, pero también en ese caso podríamos considerar que no eran ellos los auténticos protagonistas, aunque fueran los únicos beneficiarios.

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