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Mitos y verdades de la Andalucía del señorito y el jornalero
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Javier Caraballo

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Mitos y verdades de la Andalucía del señorito y el jornalero

Tantos son los mitos y tabúes sobre la realidad del mundo rural andaluz, de su composición, de su importancia estadística en Andalucía, que conviene repasar, o actualizar, algunos conceptos elementales

Foto: El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, se reencuentra con Fadi. (EFE/Rafa Alcaide)
El presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, se reencuentra con Fadi. (EFE/Rafa Alcaide)
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Andalucía no es rural. Tampoco es agrícola. Pero el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, se ha hecho una foto con una vaca, el Gobierno de Pedro Sánchez lanza mensajes continuos sobre las ventajas de la nueva política agraria común y los medios de comunicación publican reportajes simétricos sobre la disputa del voto rural entre las fuerzas políticas, como si se tratase del secreto oculto que determina quién gobierna en la Junta de Andalucía. Los habrá, incluso, que piensen en Andalucía como una tierra de señoritos y jornaleros, la lucha de clases entre las paredes encaladas de un cortijo y el terruño seco de los olivares. Los fachas del cortijo contra la fuerza revolucionaria del campesinado, como en los tiempos de Seisdedos, una tragedia de represión que no se incluye en el imaginario idílico de la II República por inconveniente. Tantos son, en definitiva, los mitos y tabúes sobre la realidad del mundo rural andaluz, de su composición, de su importancia estadística en Andalucía, que conviene repasar, o actualizar, según el caso, algunos conceptos elementales.

La explicación de la imagen distorsionada de Andalucía la tiene, sin duda alguna, un hecho indiscutible: con respecto al resto de España, Andalucía fue de las últimas regiones en superar el subdesarrollo y las penurias de la posguerra, aquel país gris y devastado de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. “El salto de la ruralidad a la urbanidad se inicia en España en la segunda etapa del franquismo (el desarrollismo) y se completa en los primeros años de la andadura democrática, pero, en el caso de Andalucía, este salto hubo de esperar algo más, debido a la persistencia de estructuras productivas, culturales y sociales que no cambian a la misma velocidad de los importantes cambios políticos que introduce primero la Transición democrática y, posteriormente, el Estado de las autonomías”, afirman en un trabajo titulado ‘Los cambios en el voto rural-urbano en Andalucía’ los catedráticos de Ciencias Políticas de la Universidad de Granada Juan Montabes y Ángel Cazorla. Es decir, si persiste aún esa idea de Andalucía, puede justificarse en gran medida por esa evolución tardía, pero no solo por eso: también la fuerza de los tópicos dificulta enormemente la actualización de esos conceptos.

Foto: El candidato Juanma Moreno posa junto a un grafiti con su rostro. (EFE/Carlos Barba) Opinión

Lo ocurrido en este periodo de tiempo, que va desde la imagen prefijada de la Andalucía del posfranquismo a la de la actualidad, es que el sector primario ha pasado de representar el 21% de la actividad productiva a solo el 8,9%, según ese mismo estudio. “Una de las realidades que mejor expresa el cambio de rumbo y desarrollo de Andalucía lo va a representar la progresiva tercerización de su economía, de modo que, si bien a inicios de los años ochenta el porcentaje de población que se dedica al sector terciario se encontraba alrededor del 49%, a finales de los años noventa este porcentaje se incrementó hasta el 67,1% y en la actualidad supera el 78%”, afirman los citados catedráticos, para añadir que esa transformación ha afectado especialmente a las ciudades medias y urbanas, “destacando los servicios relacionados con el sector público y el turismo como los principales motores económicos andaluces”. ¿Y qué suponen esas ciudades para el conjunto de la población andaluza, que es la comunidad más poblada de España? El 83% de la población andaluza se concentra en solo un 36% del territorio de la comunidad autónoma, según un estudio del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía. Apenas un 17% de los habitantes reside en zonas rurales. De forma general, Andalucía tiene la red de municipios entre 10.000 y 50.000 habitantes más grande de España, con lo cual estamos hablando de unas elecciones en Andalucía que se decidirán fundamentalmente en los municipios entre 25.000 y 50.000 habitantes.

El primero en la derecha andaluza que entendió por dónde debía comenzar el cambio político en Andalucía, tras décadas de sólidas mayorías absolutas del PSOE, fue el veterano dirigente Javier Arenas: en su último intento por conquistar la Junta de Andalucía, al principio de la pasada década, elaboró un mapa estratégico con 25 municipios de más de 50.000 habitantes en los que el Partido Popular tenía que centrar todo su esfuerzo para captar votantes. Tengamos en cuenta que Andalucía tiene 785 municipios. Si ampliamos un poco la cifra de 25 ciudades elaborada por Arenas para su plan estratégico y la elevamos a 35, que son las que tienen más de 40.000 habitantes, nos encontraremos con que casi el 54% de los andaluces vive en ellas. Más de cuatro millones y medio de ciudadanos en una comunidad que, en el último padrón, alcanzaba los 8.472.407, un 0,09% más que en el ejercicio anterior. Hablamos de ciudades, al margen de las capitales, como Marbella, Dos Hermanas, Algeciras, Roquetas de Mar, Mijas, Chiclana, Fuengirola, Alcalá de Guadaíra, Estepona, La Línea de la Concepción o Antequera.

Foto: Juanma Moreno, en la Maestranza, junto al jugador del Betis Joaquín Sánchez. (EFE/Julio Muñoz)

Nada de ello presupone, sin embargo, que no exista una batalla importante por el control de los núcleos rurales, sobre todo en el PSOE que, en las últimas elecciones autonómicas, logró imponerse en 612 municipios. La pugna, además, no se da solo con el Partido Popular, aunque sea la más significativa: el ‘drama’ socialista se produce en aquellos pueblos en los que Vox irrumpe con fuerza. Podemos elegir de ejemplo un municipio sevillano, Los Palacios y Villafranca, con una actividad económica vinculada esencialmente a la agricultura, afamada por la calidad de productos como el tomate, estructurada en diversas cooperativas, en el que históricamente ha gobernado la izquierda, con alternancia entre socialistas y comunistas. Pues en ese pueblo, Vox ya empató con el PSOE en las últimas elecciones celebradas y ahora, en los sondeos de estas autonómicas, aparece como primera fuerza política. Esas son alertas electorales en la izquierda y ejemplos de cómo han podido calar en la ciudadanía algunas de las banderas que ha hecho suyas la ultraderecha.

“La izquierda ha perdido el campo. El mundo es simple visto desde el campo y cuando ven ciertos ataques a cosas como la caza, los caballos o los toros... La gente del campo conecta con eso y se siente atacada, incomprendida, y hay una izquierda estúpida al respecto. Y la izquierda no debería estar ni a favor ni en contra. Me temo, sí, que hemos perdido el campo”, decía hace unos días en una entrevista en 'La Vanguardia' Manuel Grosso, un profesor de derecho penal de Sevilla, antiguo director general de la Junta de Andalucía, y referente cultural en Sevilla desde hace décadas. En definitiva, como se decía al principio, que Andalucía no es rural, ni agrícola, ni nada tiene que ver con la de hace 40 años, pero tampoco se explica su realidad política, ni sociológica, sin contar con ese sustrato fundamental en la mentalidad de los andaluces.

Andalucía no es rural. Tampoco es agrícola. Pero el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, se ha hecho una foto con una vaca, el Gobierno de Pedro Sánchez lanza mensajes continuos sobre las ventajas de la nueva política agraria común y los medios de comunicación publican reportajes simétricos sobre la disputa del voto rural entre las fuerzas políticas, como si se tratase del secreto oculto que determina quién gobierna en la Junta de Andalucía. Los habrá, incluso, que piensen en Andalucía como una tierra de señoritos y jornaleros, la lucha de clases entre las paredes encaladas de un cortijo y el terruño seco de los olivares. Los fachas del cortijo contra la fuerza revolucionaria del campesinado, como en los tiempos de Seisdedos, una tragedia de represión que no se incluye en el imaginario idílico de la II República por inconveniente. Tantos son, en definitiva, los mitos y tabúes sobre la realidad del mundo rural andaluz, de su composición, de su importancia estadística en Andalucía, que conviene repasar, o actualizar, según el caso, algunos conceptos elementales.

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