Matacán
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Contra Iván Redondo vivíamos mejor
Salió Redondo de las cocinas del poder socialista y, desde entonces, sobre todo en estos días de incertidumbre y desconcierto, cuántos de los que lo criticaban no estarán echándolo de menos
Ahora, en estos días de julio, en este primer aniversario de su decapitación, cuántos en el PSOE echarán de menos a Iván Redondo, aquel jefe de Gabinete del presidente Pedro Sánchez en sus etapas más felices; el asesor temido por tantos, al que llamaban Rasputín los analistas políticos, el gran tramador de planes y conspiraciones. Dentro del PSOE, Iván Redondo era, simplemente, un advenedizo, un usurpador; un mercenario de la política que, de repente, acumulaba más poder que ningún otro en el legendario Partido Socialista. En ese caldo espeso de odios y venganzas se fue cociendo la crisis de julio del año pasado, en la que el presidente Pedro Sánchez tomó la decisión más inesperada: de una patada, lo sacó de la Moncloa. Salió Iván Redondo de las cocinas del poder socialista y, desde entonces, sobre todo en estos días de incertidumbre y desconcierto, cuántos de los que lo criticaban no estarán echándolo de menos. Invocarán aquella nostalgia tan repetida en la historia: “¡Contra Iván Redondo vivíamos mejor!”.
Si tenían dudas tras el batacazo socialista en las elecciones andaluzas, la última encuesta de El Confidencial habrá acabado de confirmar todos sus temores: el PSOE se hunde, poco a poco, en beneficio del Partido Popular, que ya le saca 30 diputados de ventaja. Los socialistas se desangran y lo peor de todo es que no parece haber nadie en el timón con capacidad de análisis para enfrentar el momento y superar la situación. Si con Iván Redondo tenían temor, con su sustituto, Félix Bolaños, pueden sentir pavor. No son los únicos a los que se les puede achacar la responsabilidad, evidentemente, porque ambos se rodean de segundos y terceros, ni tampoco conviene obviar nunca que la responsabilidad mayor, en los aciertos y en los errores, siempre será de Pedro Sánchez, como líder, que es quien elige a los augures que van susurrándole al oído.
El principal error estratégico que está cometiendo ahora Pedro Sánchez es el de recuperar el giro a la izquierda que le sirvió hace seis años para, primero, ganar las elecciones primarias en su partido y hacerse con la secretaría general, y, posteriormente, ganar una moción de censura y llegar a la presidencia del Gobierno. Aplicar la misma estrategia a dos momentos radicalmente distintos puede conducir a un agravamiento severo de la crisis política que se quiere superar. Eso, además de significar un estancamiento y un colapso mental importante. Breve repaso de lo ocurrido: tras la debacle del zapaterismo en 2011, la crisis institucional que se simbolizó con el 15-M y la ruptura del bipartidismo, especialmente a partir de 2014, la irrupción de Podemos, del mejor Podemos de Pablo Iglesias, amenazaba seriamente con adelantar al PSOE en las encuestas. Probablemente, eso es lo que hubiera sucedido si Pedro Sánchez no cambia el discurso y reconquista el terreno de izquierda, el sello de izquierdas, que había perdido su partido. Con solo dos datos, se comprende bien la urgencia socialista de entonces: en las elecciones de 2015, el PSOE sacó 90 escaños, mientras que Podemos alcanzó los 69, y en las generales de 2016, el PSOE cayó hasta los 85 diputados y Podemos se quedó solo a 14 escaños de alcanzarlo, obtuvo 71 diputados.
Lo ‘milagroso’ de esa legislatura es que, con el peor resultado de la historia del PSOE, Pedro Sánchez llegó a presidente del Gobierno gracias a que, también por primera vez en la historia, ganó una moción de censura en el Congreso de los Diputados. Las elecciones del año siguiente, en 2017, supusieron la confirmación de su estrategia acertada: el PSOE subió hasta los 123 escaños y Podemos sufrió su primera gran derrota, cayó hasta los 33 diputados. En esos años, el giro a la izquierda del PSOE, que muchos no entendieron, era necesario y estaba plenamente justificado como estrategia. Por dos razones, porque los socialistas vivían su peor crisis de identidad como partido político y porque tenían la necesidad imperiosa de no perder su posición de partido mayoritario en la izquierda, que habían conservado durante todo el periodo democrático.
En la actualidad, nada es igual porque el deterioro del Partido Socialista ya no se produce por la izquierda, sino por la derecha. La prueba más contundente es la que nos indica, tanto en la encuesta de El Confidencial como en las elecciones andaluzas, que el PSOE y Podemos se deterioran por igual. No hay trasvase de votos en la izquierda, hay pérdida de votos. Quien le ‘roba’ votantes ahora al PSOE no es Podemos, ni ninguna plataforma de izquierda, sino que muchos de sus electores o bien se quedan sin votar o bien se deciden a votar al Partido Popular. Una encuesta más, la publicada hace unos días por 'El País', medio de referencia de los socialistas, advertía de ese trasvase: “El 8% de la gente que votó por los socialistas en las generales de noviembre de 2019 dice que ahora se decantará por los populares”. Y un dato más que redunda en ese trasvase, los votantes de izquierda, y en concreto los del PSOE, son los más indecisos, mientras que los de la derecha son los más decididos cuando se les pregunta por su voto. Por lo tanto, si el Partido Socialista ya no tiene una amenaza directa de Podemos, que también está en franco declive, si la sangría de votos se produce hacia la derecha y si sus votantes son los más desconcertados, ¿qué sentido tiene este giro a la izquierda? Ninguno, claro.
Si aventuramos que al PSOE le esperan unas semanas de aumento de la tensión interna, que seguirán apareciendo voces como las de Felipe González y Alfonso Guerra, escandalizados con la Ley de Memoria Democrática, y que cada vez habrá más alcaldes y presidentes de comunidad que quieran sacudirse la imagen de Pedro Sánchez para que no los arrastre en las elecciones municipales y autonómicas de 2023; si aventuramos todo eso, es posible que no erremos en el diagnóstico.
En octubre del año pasado, en el último congreso federal, el dirigente socialista parecía haber entendido el cambio que necesitaba el PSOE, tras las convulsiones de los años anteriores. Tras aislar y bloquear la amenaza de sorpaso de Podemos, el Partido Socialista necesitaba recuperar el centro izquierda para consolidarse como el gran partido de gobierno que siempre ha sido. Fue lo que dijo Pedro Sánchez en ese congreso federal: “Es aquí, desde aquí, desde la socialdemocracia, desde donde realmente se cambia la vida de la gente, se cambia el mundo”. Pues no. También en eso Pedro Sánchez ha dicho una cosa y ha hecho la contraria, ha vuelto a los discursos de las ‘oligarquías poderosas’, los ‘intereses oscuros’ y las ‘minorías conspiradoras’. Cómo no iba a provocar este nuevo desconcierto que muchos, en el interior, estén rumiando su desesperación con ese penar antiguo: “¡Contra Iván Redondo vivíamos mejor!”.
Ahora, en estos días de julio, en este primer aniversario de su decapitación, cuántos en el PSOE echarán de menos a Iván Redondo, aquel jefe de Gabinete del presidente Pedro Sánchez en sus etapas más felices; el asesor temido por tantos, al que llamaban Rasputín los analistas políticos, el gran tramador de planes y conspiraciones. Dentro del PSOE, Iván Redondo era, simplemente, un advenedizo, un usurpador; un mercenario de la política que, de repente, acumulaba más poder que ningún otro en el legendario Partido Socialista. En ese caldo espeso de odios y venganzas se fue cociendo la crisis de julio del año pasado, en la que el presidente Pedro Sánchez tomó la decisión más inesperada: de una patada, lo sacó de la Moncloa. Salió Iván Redondo de las cocinas del poder socialista y, desde entonces, sobre todo en estos días de incertidumbre y desconcierto, cuántos de los que lo criticaban no estarán echándolo de menos. Invocarán aquella nostalgia tan repetida en la historia: “¡Contra Iván Redondo vivíamos mejor!”.
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