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Salvador Illa, con cara de Inés Arrimadas
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Javier Caraballo

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Salvador Illa, con cara de Inés Arrimadas

Si Salvador Illa no quiere que le ocurra lo mismo que a la líder de Ciudadanos, está obligado a presentar una moción de censura al presidente de la Generalitat, Pere Aragonès

Foto: El primer secretario del PSC y jefe de la oposición en Cataluña, Salvador Illa. (EFE/Marta Pérez)
El primer secretario del PSC y jefe de la oposición en Cataluña, Salvador Illa. (EFE/Marta Pérez)
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Los nacionalismos tienen un capítulo destacado en el libro nunca escrito sobre los misterios insondables de la izquierda. ¿En qué momento de la historia se convirtió en un ideal de la izquierda internacionalista un movimiento nacionalista de raíces conservadoras, burguesas y reaccionarias? Nadie responde. Por eso el libro no está escrito; sencillamente es un absurdo que carece de explicación y de justificación ideológica. Solo en España puede producirse un engendro deforme de esa naturaleza por las peculiares características de confrontación de nuestra clase política. En España, el nacionalismo se ha asumido como algo de izquierdas, no por ideología, sino por interés electoral. Dado que la derecha caricaturizada como patriota española le sirve de excusa al independentismo y al nacionalismo vasco y catalán, la izquierda lo acepta y lo legitima porque le sirve para su batalla electoral.

Habría que remontarse antes a la renuncia de la izquierda de la bandera española y de tantos símbolos españoles, la patria, que tan presente tenían todos los republicanos exiliados y asesinados en la Guerra Civil del 36, pero eso nos llevaría ya a otro debate más profundo aún. Eso forma parte de las apropiaciones históricas del franquismo, un lastre más que padecemos como españoles. Pero volvamos al origen de lo que se plantea: la izquierda española considera un aliado al nacionalismo vasco y catalán, aunque todos ellos se sitúen sociológicamente en las antípodas de cualquier movimiento de izquierdas. No han aprendido de Carlos Marx la lección fundamental sobre el transformismo de los privilegiados: “La sociedad burguesa moderna ha establecido nuevas clases, nuevas condiciones de opresión y nuevas formas de lucha”. Ese es el disfraz de los nacionalismos cuando les conviene, como ocurre en España.

Foto: Aragonès, tras la toma de posesión de los nuevos 'consellers'. (EFE/Quique García)
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En esas, en el exclusivo contexto de nuestra democracia, ya hemos analizado otras veces que la anomalía democrática de este sistema radica en la ausencia de un centro político consistente, en gran medida, por un sistema electoral perverso, con lo que la función de ‘bisagra’ de los partidos mayoritarios, Partido Socialista y Partido Popular, siempre ha recaído en los nacionalismos ricos del norte de España, vasco y catalán, que contaban con los diputados precisos para completar gobiernos y mayorías parlamentarias. Todo transcurría con una forzada normalidad hasta que el catalanismo que juró respetar la Constitución decidió traicionarla para hacerse independentista. Ninguna sorpresa; la traición a quien les tiende una mano democrática la llevan grabada en su biografía desde que existen. La contundencia de la Justicia para imponer la Constitución que violaron los hizo volver al único sendero posible en un Estado de derecho.

Como podrá comprobarse, desde la condena y el encarcelamiento de los líderes de la revuelta independentista, nadie más se ha atrevido a aprobar leyes contrarias a la Constitución en el Gobierno o el Parlamento de Cataluña. La prevención, el escarmiento, de la doctrina penal ha funcionado, sí, pero hay algo más. También, y esto es fundamental, la estrategia de acercamiento del Partido Socialista, y, en concreto, de su líder actual, Pedro Sánchez, ha sido decisiva para que veamos al independentismo tal y como lo contemplamos en la actualidad: roto, enfrentado, dividido, desactivado. Cinco años después de aquel referéndum-trampa de autodeterminación, están más solos y peleados que nunca desde que en 2012 comenzó el llamado ‘procés’.

Foto: Reunión de la ejecutiva del PSC en una imagen de archivo. (EFE/Enric Fontcuberta)

Dos veces, desde aquella fecha fatídica del otoño de 2017, han conseguido revalidar un Gobierno independentista en el Parlament de Cataluña a pesar de que, en ninguna de las dos elecciones autonómicas, han vencido en las urnas. Primero se impuso Inés Arrimadas, que lideraba el movimiento emergente de Ciudadanos, y luego venció Salvador Illa, que fue el ministro de Sanidad de la pandemia y regresó triunfal a su tierra para encabezar las listas de su partido, el PSC. Los dos sucumbieron, pese a la victoria electoral, ante la mayoría independentista del Parlamento. La grave, o letal, equivocación de Inés Arrimadas fue la de abandonar la política de Cataluña sin persistir, sin corresponder, sin defender a los cientos de miles de catalanes que confiaron en ella. Se largó al Congreso de los Diputados y abandonó la esperanza de tantos. Lo primero que se le recriminó, sobre todo el PSOE, fue que ni siquiera hubiera presentado su candidatura a la presidencia de la Generalitat. Era mentira, porque no dependía de ella, sino de la presidencia del Parlamento catalán, dominada por los independentistas, que jamás le facilitó esa posibilidad. Pero Arrimadas, como acabó marchándose, siempre arrastrará ese sambenito. Aunque sea falaz. A Salvador Illa le ocurrió lo mismo, tampoco pudo presentar su candidatura a la presidencia pese a ganar las elecciones, pero nadie se lo ha reprochado. Hasta ahora.

En este momento, el independentismo se ha roto y gobierna un partido que perdió las últimas elecciones autonómicas. Si Salvador Illa no quiere que le ocurra lo mismo que a la líder de Ciudadanos, está obligado a presentar una moción de censura al presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, porque fue él, el Partido Socialista, quien ganó las elecciones catalanas y porque la mayoría independentista que le arrebató el poder se ha roto. Si es verdad, como repite en todas las entrevistas, que no tiene “ningún interés en sostener a un Govern que es el más débil que ha tenido Cataluña”, que “la credibilidad de Pere Aragonès está en entredicho" y que su objetivo es "construir una alternativa al Gobierno”, si se cree todo eso que afirma, que plantee una moción de censura, porque la legislatura catalana ya es insostenible. Mantenerla artificialmente solo puede servir a intereses ajenos, como son los de Pedro Sánchez por prolongar su mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados. Con lo cual, se reproduce el mismo espejo. Salvador Illa, con la cara de Inés Arrimadas.

Los nacionalismos tienen un capítulo destacado en el libro nunca escrito sobre los misterios insondables de la izquierda. ¿En qué momento de la historia se convirtió en un ideal de la izquierda internacionalista un movimiento nacionalista de raíces conservadoras, burguesas y reaccionarias? Nadie responde. Por eso el libro no está escrito; sencillamente es un absurdo que carece de explicación y de justificación ideológica. Solo en España puede producirse un engendro deforme de esa naturaleza por las peculiares características de confrontación de nuestra clase política. En España, el nacionalismo se ha asumido como algo de izquierdas, no por ideología, sino por interés electoral. Dado que la derecha caricaturizada como patriota española le sirve de excusa al independentismo y al nacionalismo vasco y catalán, la izquierda lo acepta y lo legitima porque le sirve para su batalla electoral.

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