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Las fragilidades de Feijóo
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Javier Caraballo

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Las fragilidades de Feijóo

Los dirigentes políticos solo nos resultan fiables cuando anticipamos sus incumplimientos. Y este puede ser uno de ellos

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. (EFE/Fernando Alvarado)
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Digámoslo con permiso del autor y de José Luis Cuerda, “se puede confiar en los políticos porque no cambian jamás”, que es lo mismo que dijo William Faulkner, aunque referido a las malas personas. Por eso procede el autorreproche de ‘Amanece que no es poco’, esa maravilla de película: “¿No podía usted haber plagiado a otro?, ¿es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?”. Pues no, y por eso, con permiso del autor y del cineasta, convengamos en la contradicción que existe entre la certeza antigua de que los políticos se empeñan en prometer aquello que saben perfectamente que no van a cumplir y que, sin embargo, pese a la desconfianza que genera un comportamiento así, la credulidad de los ciudadanos se renueva periódicamente.

No es demagogia, que no, debe ser otra cosa, como una sublimación del autoengaño colectivo. Es algo sabido por todos y, pese a ello, el modelo sigue funcionando, mantiene intacta su eficacia como gancho electoral; será porque, como en la cita, concluimos que los políticos son gente de fiar porque no cambian jamás. Fijémonos, por ejemplo, en alguna de las promesas más llamativas del líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, la persona señalada por todas las encuestas de la actualidad (todas menos una, que no es necesario citar) como el más probable relevo de Pedro Sánchez en la presidencia del Gobierno de España. Lo viene repitiendo en cada ocasión que se le presenta, pero esta semana, en el Senado, en la solemnidad de aquel atril, lo ha elevado a compromiso electoral firme: “Este es el Gobierno más caro de la democracia y, por ello, como este es un debate entre el presidente del Gobierno y la alternativa a este Gobierno, [anuncio que] lo primero que haría sería reducir un 30% el Gobierno y un 50% los altos cargos. De esa forma, se consigue ser un poco respetuoso con la gente”.

Foto: El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo (i) junto al senador del PP, Javier Maroto, escuchan la intervención del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el pleno del Senado este martes. (EFE/Fernando Alvarado)

Lo que ocurre con el Gobierno de Pedro Sánchez ya es sabido y está a la vista de todos: aunque se trata del Gobierno más precario en apoyo parlamentario de la historia democrática, es el más numeroso en despachos. Más ministros que nadie, más asesores y más altos cargos. Pero esto ya lo sabíamos desde el mismo instante en el que el dirigente socialista llegó a la Moncloa, en julio de 2018. A las pocas semanas de llegar al poder, ya señalamos aquí el simbolismo que tenía una noticia intrascendente: la designación del embajador de Andorra. ¿Qué importancia puede tener el embajador de Andorra? Pues era el anticipo de todo lo que vendría después, la forma decidida con que los partidos políticos ganan unas elecciones y ocupan el poder. En esta máxima, generalizable a todos, también existe una graduación y en eso es difícil superar a Pedro Sánchez. En pleno mes de agosto, pocas semanas después de haber desembarcado en el Gobierno gracias a una moción de censura, ya tenía listo el dedazo de Andorra: Ángel Ros, un veterano del socialismo, que era presidente del PSC y alcalde de Lleida, y al que ya le venía bien por edad un cargo más placentero. ¿Qué importancia tiene en toda la Administración del Estado español el embajador de Andorra? Pues eso. En tres o cuatro semanas, ya estaba ocupado.

Es normal, por tanto, que el presidente del Partido Popular haya detectado que a la ciudadanía española, tanto a la que está informada como a la que sigue la actualidad de lejos, le rechina siempre que un gobernante pida sacrificios para afrontar las sucesivas crisis que padecemos mientras que su Gobierno es incapaz de mostrar el más leve signo de austeridad. Y dice eso, que eliminará en casi un tercio el número de ministros actual y que dejará en la mitad el número de altos cargos. Podemos tener claro dos cosas: que el personal aplaudiría la reducción de la burocracia política y que, con toda probabilidad, esa promesa no se cumplirá. Por lo menos, si nos atenemos al pasado reciente y al presente del Partido Popular, no hay datos objetivos que nos permitan confiar en esa promesa.

Vayamos a tres ejemplos distintos: Mariano Rajoy, Juanma Moreno y el propio Núñez Feijóo. El presidente Rajoy llegó a la Moncloa en 2011 con el mayor poder institucional que ha obtenido nadie en democracia, en las tres administraciones, holgada mayoría absoluta en el Congreso, en la mayoría de las comunidades autónomas y en infinidad de ayuntamientos españoles. Una de sus promesas era reducir de forma importante la enorme red de burocracia política y administrativa que existe en España, desde el replanteamiento del mapa municipal hasta la eliminación de duplicidades y superposiciones de organismos, muchas veces inútiles por el reparto de competencias. ¿Cuánto se ahorraría en España y cuánto más eficaz sería el Estado si se acometiera una reforma así? El objetivo se planteó y, obviamente, nada ocurrió. Nada significativo, es decir.

Foto: Rogelio Velasco, exconsejero de Economía, y Rocío Blanco, titular de Empleo de la Junta. (Cs)

Otro ejemplo, este reciente: Juanma Moreno Bonilla, que también acaba de ganar las elecciones en Andalucía con una mayoría absoluta sobrada de escaños. Cuando estaba en la oposición, clamaba a diario contra “la grasa” de la Administración socialista y también prometió, como pasa ahora, una reducción de los altos cargos y de los organismos públicos, la llamada administración paralela. ¿Qué ha ocurrido? Pues que ha incrementado en varias consejerías su Gobierno anterior y también el número de altos cargos; ahora tiene un Gobierno de 13 consejeros y ha nombrado a 296 altos cargos, más de los que tenía la socialista Susana Díaz y que él, casi a diario, criticaba. Con la administración paralela, que denominaban ‘chiringuitos’, ha pasado algo similar, bien es cierto que en este caso el problema fundamental al que se ha enfrentado ha sido la imposibilidad legal de suprimir esos organismos y rescindir los contratos por los derechos adquiridos. Pero podría pensarse que, cuando lo planteaba en la oposición, ya le habrían informado de las dificultades para llevar adelante su promesa.

Es lo mismo que ocurre con el propio Núñez Feijóo cuando se comparan sus promesas con su etapa de presidente de la Xunta de Galicia. En uno de los últimos informes del Consello de Contas de Galicia, se cifraba en 116 el número de esas empresas y sociedades instrumentales, que gestionan más de 1.700 millones de euros anuales y acumulan una deuda cercana a los 600 millones. ¿Puede ser creíble, con esos precedentes, el líder de un partido que promete ‘adelgazar’ a la mitad el número de altos cargos del Gobierno? Siguiendo la estela de Faulkner, podemos concluir que los dirigentes políticos solo nos resultan fiables cuando anticipamos sus incumplimientos. Y este puede ser uno de ellos.

Digámoslo con permiso del autor y de José Luis Cuerda, “se puede confiar en los políticos porque no cambian jamás”, que es lo mismo que dijo William Faulkner, aunque referido a las malas personas. Por eso procede el autorreproche de ‘Amanece que no es poco’, esa maravilla de película: “¿No podía usted haber plagiado a otro?, ¿es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?”. Pues no, y por eso, con permiso del autor y del cineasta, convengamos en la contradicción que existe entre la certeza antigua de que los políticos se empeñan en prometer aquello que saben perfectamente que no van a cumplir y que, sin embargo, pese a la desconfianza que genera un comportamiento así, la credulidad de los ciudadanos se renueva periódicamente.

Alberto Núñez Feijóo
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